Super offside
Hay una calaña tan mal acostumbrada a ganar en el mundo neoliberal, que pensaron que esta jugada les iba a salir bien, pero el fútbol sigue perteneciendo al pueblo.
Hace unos años, un amigo que estaba en Nyon buscándose un futuro mejor intentó dejar su currículum en las oficinas de la UEFA. Lo más cerca que estuvo de la puerta principal fue a casi un kilómetro de distancia. Le separaba el mismo trecho que si hubiera pretendido entrar en la sede mundial de La Iglesia de la Cienciología en Base Dorada. Mi amigo no solo no pudo acceder, sino que si lo hubiera intentado habría tenido mucha menos fortuna que los asaltantes al Capitolio de Estados Unidos. Seguramente, habría acabado con algún hueso roto antes de que su reflejo llegase al cristal de la puerta automática que da paso a la recepción fantasma.
La UEFA es una asociación opaca que se lleva una buena parte del pastel por el mero hecho de organizar las competiciones europeas. Se lo lleva crudo y cada cierto tiempo, como método de control para apaciguar a sus mayores gigantes, realiza pequeños cambios que dota de más pasta a los clubes. Insuficiente a todas luces ante la avidez de los más poderosos.
Pues bien, esta especie de secta sombría que es la UEFA es como un niño con dos centavos si lo comparamos en nivel de oscuridad con la Superliga. Doce clubes, que, basándose exclusivamente en su potencial económico, han querido dinamitar las reglas de cualquier competición deportiva creando una organización a su antojo. Florentino, Agnelli y compañía han dado argumentaciones que van más allá de la típica mentira de la meritocracia a igualdad de condiciones, han querido imponer directamente la ley del más fuerte sin ningún tipo de paño caliente. Digamos, que han pasado de ponerse la máscara, como un partido de corte conservador, a mostrar su verdadera cara sin tapujos al estilo de uno de ultraderecha. Lo mejor de esta pandemia es que está dando pie a que cada cual se deje ver cómo es realmente.
Fijémonos en lo que les importa la cuestión balompédica a estos padres fundadores, cuando uno de sus socios, el Tottenham Hotspur ganó su último título internacional en 1984. Entonces, ¿por qué no le han ofrecido participar por ejemplo a otros clubes como el Real Zaragoza, que ganó más recientemente otro título europeo? Por una única cuestión: dinero. Solo eso. Estos días hemos escuchado augurios catastrofistas para crear en la psique colectiva el caldo de cultivo apropiado que incitase a pensar que hacia falta una revolución en el modelo del fútbol actual, para que el deporte rey sobreviviese en la máxima competición. Trasnochados eslóganes, ya saben, “España se rompe”, “Esto es Venezuela” o el último anuncio electoral inventado por mentes enfermas. Todo con tal de encuadrar el marco adecuado para que fuera admitido cualquier revulsivo impuesto. “El fútbol está en riesgo”; “hay muchos partidos de escasa calidad”; “estamos todos arruinados”; algunas de las frases que esta semana proclamó Florentino Pérez, presidente del Real Madrid y de la Superliga. Quizás lo que esté en riesgo es la sostenibilidad del fútbol burbuja, de las operaciones desmesuradas de compra en los últimos tiempos por Hazard, Dembelé o Joao Félix. Quizás estemos ante una oportunidad histórica de que el fútbol no siga siendo un vehículo de mercantilización salvaje, de conquistar una mejor administración. Aunque, sinceramente, pensar esto para algunos es construir castillos en el aire. “Si los de arriba tenemos dinero, este fluye hacia abajo”, apuntaba Florentino.
Hay una calaña tan mal acostumbrada a ganar en el mundo neoliberal, que pensaron que esta jugada también les iba a salir bien, pero el fútbol sigue perteneciendo al pueblo y en última instancia a la capacidad de superación y de competir once contra once en un terreno de juego.
Si planteáramos un simil monárquico, podríamos decir que al igual que Felipe VI no busca lo mejor para España, sino para su linaje, Florentino no ha buscado salvar el fútbol sino aumentar los beneficios de su empresa.
El clamor popular de algunos aficionados, futbolistas y representantes de la sociedad en general ha sido tan descomunal que aquello que se presentaba como otro triunfo del neoliberalismo ha terminado siendo una superpifia. Tomemos nota de esta rebelión cívica para un futuro.
No sé qué pasará con Florentino o con los clubes felones, lo que tengo claro es la indigestión que esos escudos me van a provocar en un tiempo, porque representan lo peor del monstruoso capitalismo en el deporte.
Entre tanto, qué hartazgo de nombres de futbolistas de prestigio, qué pesadez de partidos rimbombantes; me dan arcadas de pensar en ver otro puto clásico. Más allá de los focos del fútbol-hollywood también hay otro fútbol, igual de válido, el que realmente entraña su infinita esencia. Ese es al que solo quiero echar cuenta durante una larga temporada.