La invasión de Ucrania lleva a Suiza a redefinir su histórico concepto de neutralidad
Ginebra ha impuesto sanciones a Putin, presionado por la comunidad internacional. Ahora crecen las voces que piden, al menos debatir sobre uno de sus valores más reconocidos.
“¡Incluso Suiza está sancionando a Rusia y apoyando al pueblo de Ucrania!”. Podríamos poner varias exclamaciones a la frase del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, porque harían justicia al énfasis con el que informó del paso dado por Ginebra, el pasado febrero. Congelar los fondos rusos implicados en la contienda y que se encontraran en el sistema financiero helvético fue un gesto nuevo, poco común, fruto tanto de la gravedad de la agresión como de la presión internacional para que todo Occidente se plante ante Vladimir Putin.
Técnicamente, Suiza no estaba rompiendo su histórica neutralidad (no es miembro de la Unión Europea ni de la OTAN, no se mete en guerras desde hace siglos), porque el país sigue siendo militarmente neutral, que es donde más importa serlo. Ha actuado, pero dejando abierta la puerta a la posibilidad de seguir siendo, en el presente y en el futuro, un estado mediador ante conflictos. Pero es imposible que una guerra como esta, en el corazón de Europa, no levante debates encendidos sobre si debe, también, dejar de ser neutral en lo defensivo. Hoy las encuestas dicen que sigue ganando el statu quo, pero es que sólo plantear la pregunta con seriedad era impensable a principios de año. Otra cosa más, de raíz, que cambia esta guerra.
Un poco de historia
El diccionario de la Real Academia de la Lengua define como “neutral” a aquel que no participa de ninguna de las opciones en conflicto. Esa es la postura diplomática establecida en Suiza desde 1815, cuando se le otorgó “neutralidad eterna”. Fue en el Congreso de Viena, convocado con el objetivo de restablecer las fronteras de Europa tras la derrota de Napoleón Bonaparte y reorganizar las ideologías del viejo continente.
Si ya era visto como un colchón entre las potencias más orientales y las más occidentales, una especie de país-árbitro, tras este congreso afianzó esa imagen y se dispuso a mediar entre Francia por un lado y el bloque Austria-Prusia, por el otro. Suiza no se metía, sino que intercedía, y a la vez se salvaba si los demás volvían a las andadas.
Los grandes momentos de ejercer la neutralidad fueron las dos Guerras Mundiales, aunque de la segunda su imagen salió algo malparada: “el país movilizó a todos sus hombres aptos para defender sus fronteras, pero también acumuló oro saqueado por los nazis y, en un movimiento vergonzoso diseñado para mantener distante a Alemania, rechazó a miles de refugiados judíos, una política por la que finalmente se disculpó en el 1990”, recuerda la BBC.
Hasta el año pasado, las encuestas afirmaban que el 90% de la población quería mantener esa neutralidad. Las cosas están cambiando. Hay sondeos de estas semanas en los que las cifras bajan 20 puntos. Además, se estudian alternativas: dos tercios de los suizos todavía se oponían a la idea de unirse a la OTAN, pero más de la mitad, 52%, está a favor de adherirse a una unión de defensa europea.
Este plan, conocido en Bruselas como Pesco (cooperación militar estructurada permanente), implicaría el compromiso de los países con una política común de seguridad y defensa, lo que se traduciría, sobre todo, en que los aviones de combate, tanques y otros medios y municiones se adquirirían conjuntamente. El objetivo final: tener un ejército europeo común, del que Francia es el principal impulsor. Suiza también ha estado cooperando con la OTAN durante años, pero no es miembro. Busca cooperación militar para ejercer su “capacidad de colaboración con otros países”. En caso de emergencia, quiere poder defenderse junto con los países vecinos.
La dureza de la crisis ucraniana ha golpeado a los suizos. El país se ha volcado en manifestaciones de condena, en acogimiento de refugiados -el Gobierno, como los Veintisiete, ha optado por dar una protección colectiva si necesidad de visados- y en recogida de fondos para las víctimas. El presidente, Ignazio Cassis, dio el paso de las sanciones en plena consonancia con su gente.
No obstante, están saliendo a la palestra voces que piden más, como los centristas de Operation Libero, que insisten en que hay que ayudar “a la familia europea”, que es “un momento crítico para la democracia” y hay “un pasado que hay que revisar”, dicen sus comunicados de prensa. Son los liberales los que más están tirando de ese carro, mientras que la derecha y la socialdemocracia, más los verdes, son hoy partidarios de no tocar la neutralidad. Por ejemplo, el partido centrista Die Mitte ha defendido que su país debe mandar armas a Ucrania y ha reclamado que se estrechen los vínculos entre Suiza y la alianza militar de la OTAN, incluido el sistema común de defensa aérea y la participación en los ejercicios militares de la organización.
Ha habido ya momentos complicados en esta guerra que evidencian las tensiones de este debate. Por ejemplo, cuando Alemania le pidió a Suiza que permitiera la exportación de municiones fabricadas en ese país para tanques que Berlín está enviando a Kiev, pero los suizos dijeron que no. Está firmado así: la neutralidad de Suiza prohíbe el envío de armas a países en guerra, al igual que la ley nacional suiza sobre exportaciones de armas, renovada sin mayores problemas.
El periodista Markus Häfliger, en un reciente análisis en SwissInfo, explica que hay que relativizar las sanciones en el contexto de neutralidad histórica de su país, porque hay 23 paquetes de sanciones en vigor ahora mismo, aparte del de Rusia. Por ejemplo, se pusieron contra Irak y contra la Antigua Yugoslavia, pero no contra el apartheid de Sudáfrica, algo que pesa en el país. Y lo militar sigue intacto.
El 80% del comercio de productos básicos de Rusia pasa por Suiza, y el 30% de todos los activos extranjeros de particulares y empresas rusas están depositados en bancos suizos. “Si Suiza optara por no aplicar las sanciones, se convertiría en un país que se beneficiaría de la guerra”, resume. A ello se suma la presión internacional, “en aumento”, para que siguiera los pasos de la UE o EEUU.
Es muy importante precisar que las sanciones no son un paso tan comprometido como para impedir que Suiza sea un mediador internacional de primer orden, como lo es hoy, pero que también es factible que un país que no se mete en berenjenales sea capaz de expresar sus “valores en el mundo” a través de tirones de orejas como este. La neutralidad no veta, matiza, la imposición de estos castigos.
“El derecho internacional sólo impone unas pocas obligaciones a un Estado neutral: No puede apoyar a ninguna de las partes con su ejército o con armas; no puede poner su territorio a disposición de una parte beligerante; y no puede unirse a ninguna alianza militar. Todo esto sigue teniendo validez”, insiste. En los últimos 200 años, añade, la interpretación de la política de neutralidad ha cambiado constantemente; hasta 1990, Suiza ni siquiera debía cumplir las sanciones de la ONU. “Por lo tanto, este caso no supone una auténtica ruptura con la política anterior, aunque representa una escalada sin precedentes de este tipo de política”, resume.
En un mundo que parece volver a la dinámica de bloques, con el ascenso de los autócratas y los iliberales, quizá Suiza se vea en la obligación de abrir el debate de su neutralidad más temprano que tarde. Hoy camina alineado en la condena de la agresión rusa, pero dispuesto a poner su mesa para que las partes se sienten. Que nadie piense en una jugada próxima tipo a la de Finlandia o Suecia con la OTAN.