Socialdemocracia, unidad cívica e integración europea (1)
La socialdemocracia es una ideología política, social y económica que defiende la intervención del Estado en las políticas económicas y sociales para promover la justicia social en el marco de una economía capitalista y medidas para la redistribución de los ingresos y el fortalecimiento del Estado del Bienestar. La socialdemocracia tiene como objetivo que el capitalismo y la economía de mercado conduzcan a mayores cotas de democracia, de igualdad y de solidaridad. Y se asocia con el conjunto de políticas socioeconómicas que se hicieron prominentes en el norte y el oeste de Europa durante la segunda mitad del siglo XX.
La socialdemocracia se caracteriza por su sensibilidad social y un compromiso con las políticas destinadas a reducir la desigualdad, la opresión de los grupos desfavorecidos y la pobreza, así como por pretender alcanzar condiciones laborales dignas para los trabajadores y por el apoyo a servicios públicos como la Sanidad, la Educación, la atención a las personas mayores y el cuidado infantil. La socialdemocracia ha tenido siempre fuertes conexiones con el movimiento obrero y los sindicatos, cuyas reivindicaciones ha venido haciendo suyas. Se ha caracterizado históricamente por sus propuestas reformistas, la defensa de la participación ciudadana, la ampliación de la democracia, el ecologismo y la integración de minorías sociales en las democracias modernas.
La socialdemocracia surgió en Europa en la segunda mitad del siglo XIX como una ideología política de izquierda y de carácter laico y europeísta. La socialdemocracia defiende la economía social de mercado y el capitalismo con controles públicos frente a los defensores del "sálvese quien pueda". "Competencia donde sea posible, planificación donde sea necesaria", fue la proclama del Partido Socialdemócrata Alemán en su Programa de Godesberg de 1959. Según Fernando Savater, "la socialdemocracia nunca ha pedido el sol a media noche sino una red de alumbrado público eficaz cuando se pone oscuro. Eso lo enfrenta por igual a quienes claman que debemos resignarnos a las tinieblas pues son naturales (salvo para los héroes capaces de conseguir su propia linterna) y a los que recomiendan apedrear las pocas farolas que pueda haber y exigir el amanecer ya o nada".
¿Está en crisis la socialdemocracia... o [son algunos partidos políticos socialdemócratas los que están en crisis? ¿Están estos partidos socialdemócratas en crisis por ser o haber sido coherentemente socialdemócratas o por haber dejado de serlo? ¿Están en crisis por ser socialdemócratas, por haber dejado de serlo... o porque además no han sabido adaptarse a los nuevos tiempos y observado mejor los problemas que hoy día sufre una mayoría de ciudadanos? ¿Es la socialdemocracia la que carece de soluciones o son los partidos denominados socialdemócratas los que se muestran incapaces de ofrecerlas? Si ha muerto la socialdemocracia, ¿ha muerto de éxito? ¿Están en crisis los principios que han caracterizado históricamente a la socialdemocracia? ¿Está todo el trabajo hecho y todos los objetivos han sido alcanzados?
Sea como fuera, es cierto que hay quienes están deseando celebrar el entierro de la socialdemocracia, bien porque consideran que ha fracasado en sus propósitos (poco creíble), bien porque se piensa que ha muerto de éxito (todo se habría logrado). Hoy día, en solo 6 países de la Unión Europea gobiernan primeros ministros socialdemócratas: el italiano está en funciones y el resto son Portugal, Suecia, Rumanía, Malta y Eslovaquia. Y, en general, se ha producido un enorme bajón electoral de todos los partidos socialdemócratas clásicos en Europa, algunos de los cuales han llegado incluso al borde de la desaparición. A la par, han emergido determinadas opciones populistas, xenófobas, antieuropeas y antipolíticas que han ido recabando apoyo electoral por la derecha y por la izquierda, gracias al voto de ciudadanos decepcionados o descontentos, bien por una cosa o por su contraria.
Sin embargo, conviene distinguir muy bien si lo que está en crisis es la propia socialdemocracia o si más bien son los partidos socialdemócratas los que están en crisis. Y si están en crisis por ser socialdemócratas, por no serlo convincentemente o por otras causas. Yo creo que son los partidos socialdemócratas clásicos los que están en crisis y no precisamente por ser socialdemócratas sino precisamente por haber dejado de serlo... y, sobre todo, por no haber sido capaces de renovarse, reinventarse o completarse con ideas y propuestas nuevas ante los nuevos retos de nuestro tiempo. Y es que los partidos socialdemócratas actuales sufren una profunda crisis de identidad.
Se observa un desnortamiento ideológico en el flanco de la izquierda política (esa que se reivindica como socialdemócrata), consecuencia, no solo del éxito que durante años tuvieron las políticas económicas keynesianas desarrolladas en Europa tras la segunda guerra mundial (en lo que sería una especie de exceso de confianza o agotamiento físico y psicológico) sino también (y quizás una cosa lleve a la otra) de su incapacidad para adecuarse a los nuevos tiempos y, de ese modo, hacer frente a los nuevos retos. Ni las personas podemos vivir de nuestros éxitos pretéritos... ni los partidos políticos socialdemócratas deben tener miedo o pereza a pensar políticas distintas a las del pasado, lo cual no implica renunciar a sus principios ni obviar sus objetivos largamente defendidos sino todo lo contrario: reformularse y adaptarse para seguir defendiendo los mismos principios y, de ese modo, seguir mejorando la vida de la gente.
Es cierto que la socialdemocracia ha experimentado un cierto proceso de transversalización (algunos de sus postulados han sido adaptados por los partidos democristianos, por los conservadores o incluso por los liberales clásicos)... pero no es menos cierto que hay muchos que pretenden atenuar o debilitar sus postulados fundacionales, a mayor gloria de los postulados socioliberales o directamente antisociales para, de ese modo, dar la estocada final a la socialdemocracia y a sus deseos de igualdad y justicia social. Es algo que lleva ocurriendo desde hace varias décadas: como consecuencia de algunos sonoros éxitos electorales de sus adversarios políticos (Thatcher en Reino Unido o Reagan en EEUU) y de que quienes eran sus afines decidieran virar hacia el centro político (la Tercera Vía de Tony Blair), la socialdemocracia experimentó una profunda crisis de identidad que le condujo al despiste y a las dudas y a su posterior retraimiento. La ausencia de líderes convincentes hizo el resto.
Desde los años ochenta a esta parte, la persistencia de sus adversarios en la defensa de determinados postulados ha sido permanente: la teoría de que lo público siempre es ineficaz e ineficiente frente a la supuesta efectividad del sector privado, la flexibilización hasta la precarización del mercado laboral o las políticas de austeridad extrema llevadas a efecto. O bien se vilipendió la propia socialdemocracia... o se dio por amortizada. Y los partidos socialdemócratas no supieron reaccionar o reaccionaron mal.
La socialdemocracia es un paradigma político que une la economía de mercado con la existencia de unos controles públicos que corrigen los atropellos, las disfuncionalidades o los desequilibrios que el mercado genera. No hay necesidad de someter a la socialdemocracia a un nuevo proceso de mestizaje que la haga más inofensiva y más cómoda a determinados poderes políticos, económicos y financieros, tal como algunos pretenden. Además, ni todos son socialdemócratas... ni todos los que supuestamente lo son lo son de la misma manera ni en grado suficiente. Ni es lo mismo renovarse y reciclarse que bajar los brazos y rendirse.
La socialdemocracia no debería aceptar ni las políticas de austeridad extrema, ni las reformas privatizadoras más cruentas impuestas por las fuerzas neoliberales, ni más terceras vías que terminen de convertirla en otra cosa. Ni aceptar algunos de los postulados fiscales de los liberales que ya fueron asumidos por recientes presidentes supuestamente socialdemócratas, como José Luis Rodríguez Zapatero. La socialdemocracia no debería aceptar su propia disolución política ni aceptar su muerte que a veces parece más bien un suicidio. Y no por salvar su nombre sino por salvar muchas de sus políticas, hoy más necesarias que nunca.