Sobre el derecho a la arquitectura
Recientemente, se ha publicado en la conocida editorial Gustavo Gili, un libro titulado Vivienda Colectiva en México. El derecho a la arquitectura. Se trata, como en muchas ocasiones, de una recopilación histórica y retrospectiva de la vivienda a lo largo del siglo XX y hasta nuestros días, en este caso en México. Son numerosas las publicaciones sobre este tema que en función del objeto de estudio y de las coordenadas geográficas versan sobre "vivienda", "vivienda colectiva" o "vivienda social", pero en este caso lo que llama la atención es el subtitulo: "el derecho a la arquitectura". Al introducirlo, su autora, Fernanda Canales, acierta de pleno al poner el foco en una cuestión seminal que a menudo es minusvalorada cuando no directamente ignorada, bien por considerarse obvia desde la profesión, bien por desconocimiento desde fuera de ella.
Y es que no hay vivienda digna sin arquitectura. No existe la posibilidad de la dignidad en materia de vivienda sin una arquitectura a la altura de las circunstancias. Así de claro. La calidad de la arquitectura está en la base de la calidad de vida que pueda ofrecer o permitir cualquier construcción: su habitabilidad.
Ya en 2011, el Consejo Nacional de la Orden de Arquitectos Francesa publicó un manifiesto sobre el derecho a la arquitectura, heredero de alguna forma del "droit à la ville" (el derecho a la ciudad) de Lefèbvre e insistiendo en su utilidad pública, una utilidad que de alguna forma también reivindican, a día de hoy, desde su homólogo Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España cuando reclaman una Ley de Arquitectura en España a todas luces necesaria.
No crean que son disquisiciones de esteta o de carácter gremial: la labor del arquitecto, como la del político o la del servicio de limpieza, tienen en común que solo se valora realmente cuando no se ha hecho. Es su ausencia o su deficiencia la que pone de manifiesto su importancia. No apreciamos en su justa medida el valor de un servicio de limpieza urbano hasta que no vemos una calle anegada de basura y mugre, de la misma manera que como sociedad no hemos valorado la importancia del compromiso ciudadano y de la política con mayúsculas hasta que ésta ha brillado por su ausencia reduciendo la crónica política a un reguero de casos de corrupción a cada cual mas execrable.
Pues de la misma manera, no apreciamos la arquitectura, y no hemos apreciado realmente la labor de los arquitectos hasta que no hemos sido conscientes del resultado real que deja la ausencia de la misma ya sea por incomparecencia, sumisión ante intereses economicistas o incluso endiosamiento de la profesión que ha podido en algunos momentos abandonar y desinteresare de causas y temáticas cruciales como son la arquitectura de lo cotidiano y la calidad del entorno habitado convencional, el que práctica la mayor parte de la población.
No toda construcción es arquitectura, pero sí es arquitectura todo lo relacionado con el hecho construido. La arquitectura en su máxima expresión es poesía construida. Pero aun sin llegar a lo sublime, unos mínimos - no ya de calidad constructiva que también y por supuesto, sino de calidad arquitectónica- de buena arquitectura, debieran de poder ser exigibles por la ciudadanía.
No olvidemos que también nos definimos como sociedad a través de la arquitectura que producimos y habitamos, mediante aquella que decidimos transformar, desechar o conservar. Y por lo tanto por aquella que como ciudadanos somos capaces de exigir.
Según afirma Canales: "En un mundo con mas viviendas concentradas en menos espacio, cada vez son más importantes los acuerdos que se establezcan entre las formas de vida individuales, la convivencia en sociedad y el impacto sobre el medio ambiente. Es a partir de la vivienda colectiva desde donde todavía es posible construir ordenadamente un espacio basado en la igualdad, desde donde aun se pueden modificar las relaciones entre lo privado y la publico. Ya no se trata solo de mejorar el espacio intimo, sino su vinculo con el territorio y entre los individuos."
Por lo tanto, y a pesar de la hiperregulación normativa y tecnológica de nuestras sociedades, sigue habiendo una batalla que librar por la igualdad en el campo de la vivienda y de la arquitectura.
Somos lo que habitamos.