Siete cosas que las personas con anorexia quieren que sepas
“Hay que tener en cuenta toda la salud mental de una persona, no solo su índice de masa corporal".
Casi 1 de cada 10 personas en España sufre algún trastorno alimentario, según estima la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), pero la cifra de personas que sufren anorexia nerviosa, el trastorno por el cual una persona trata de pesar lo mínimo posible comiendo menos de lo que debería o haciendo demasiado ejercicio, no se sabe con exactitud.
La anorexia, que afecta sobre todo a mujeres, aunque también a hombres, tiene la mayor tasa de mortalidad de entre todas las enfermedades mentales debido a las complicaciones asociadas a la pérdida de peso y el riesgo de suicidio.
Aunque las causas de los trastornos alimentarios son complejas y todavía no se comprenden del todo, son una combinación de componentes genéticos, biológicos y culturales.
Esto es lo que las personas con esta enfermedad quieren que sepas:
A la activista por la salud mental y escritora Hope Virgo le diagnosticaron anorexia a los 17 años tras haber pasado 4 años sufriendo los síntomas. La ingresaron en un hospital para la salud mental con un problema de corazón derivado y pasó el año siguiente intentando recuperarse. “Aprendí sobre alimentos, sobre el ejercicio y me enseñaron a hablar de mis sentimientos”, recuerda.
Recayó con 25 años, pero no la ingresaron porque consideraron que su índice de masa corporal no era demasiado bajo. Es decir, que no estaba “suficientemente delgada”. Desde entonces, ha puesto en marcha la campaña Dump The Scales (Básculas a la basura), una petición para que a nadie se le deniegue el tratamiento de sus trastornos alimentarios según su peso.
“En nuestra mente tenemos la imagen de que los trastornos alimentarios solo afectan a personas que están delgadas como palillos, pero en realidad, afectan a personas de cualquier talla”, asegura Virgo, que ahora tiene 29 años y vive en Londres. “Si observas a una persona en proceso de rehabilitación, aunque esté comiendo y tenga un peso sano, no significa que esté curada”.
“Hay que tener en cuenta toda la salud mental de una persona, no solo su índice de masa corporal, porque si solo nos centramos en eso, perderemos a mucha gente. Yo tengo un peso sano, pero eso no significa que esté bien al 100% en todo momento”, señala.
Ellie Wildbore coincide. También tenía 17 años cuando le diagnosticaron anorexia. Ahora tiene 31 y trabaja en una fundación del Servicio Nacional de Salud del Reino Unido para la salud mental. “Nunca he estado muy por debajo de un peso sano, y eso es algo que la gente tiene que saber. Mi aspecto físico no siempre ha reflejado lo grave que era mi estrés mental o mis problemas con la comida por entonces. He tenido más problemas de salud mental pesando más y de hecho ahora estoy bien pesando menos”, cuenta Wildbore.
Esta enfermedad puede ser ser muy perjudicial para la vida social de una persona, ya que no siempre te sientes con ganas de quedar para comer algo, para ir de picnic o para ir al bar. “Te quita todo tu tiempo libre. La anorexia se convierte en tu única amiga y la única en la que confías”, comenta Wildbore.
“La anorexia también te quita la concentración. Es una de las consecuencias que más duras me parecen y además es invisible para las demás personas. Cuando me restrinjo la comida, la mayor parte del tiempo no tengo ni idea de lo que pasa a mi alrededor. Tal vez parezca que estoy integrada en la conversación, pero en realidad me cuesta procesar las palabras y entenderlas”, explica.
Virgo cuenta que la anorexia era como “su mejor amiga” cuando era adolescente.
“Lo era todo para mí, me daba una sensación de valía y propósito en la vida, una sensación de control”, recuerda. Por aquel entonces, no se daba cuenta de los peligros de esas prácticas tan restrictivas.
“Mi primer recuerdo concreto [relacionado con la anorexia] tiene que ver con la sensación de que si no hubiera sido tan golosa, no habría ocurrido determinado suceso malo, y siempre me he sentido más gorda que las personas de mi alrededor”, recuerda Wildbore.
En algún momento de su adolescencia, empezó a restringir su ingesta de forma consciente, “como si sintiera que era algo que podía controlar, a diferencia de la vida a mi alrededor”.
Cuando Ellen Maloney tenía 12 años, simplemente dejó de comer casi de la noche a la mañana. “Acabé sufriendo una crisis médica y pasé seis años en el hosptital hasta que cumplí los 18”, cuenta. Durante ese tiempo, el tratamiento consistió en conseguir que comiera, así como en cambiar su conducta.
“Creo que es un gran error pensar que puedes cambiar la conducta de una persona para arreglarla. Mi conducta cambió en el hospital, pero en cuanto salí, en realidad todo siguió igual”, advierte.
Maloney tiene 36 años, está estudiando en la universidad y hasta hace poco no era capaz de analizar de dónde surgieron sus problemas, atendiendo a su raíz psicológica.
Laura Shah, de 22 años, asegura que no recibió ningún tipo de asistencia psicológica y que eso “lastró” su recuperación. “Me sometieron a un plan de alimentación para recuperar peso”, señala, y aunque volvió a un peso “normal”, no era capaz de soportarlo mentalmente.
Al hablar sobre la anorexia con otras personas, Shah se ha dado cuenta de que mucha gente lo compara con sus periodos de dieta, y no es lo mismo.
Le dicen: “Ah, pues cuando estuve a dieta adelgacé tantos kilos”, “Ojalá estuviera tan delgada como tú” u “Ojalá pudiera contenerme como tú para no comer tanto”, unos comentarios que siempre le resultan insensibles.
“Es muy difícil explicarle a la gente que no es una dieta voluntaria, que es un trastorno mental sobre el que no tengo ningún control. No te interesa que otras personas se sientan identificadas, te interesa que lo acepten y digan: ’De acuerdo, dime cómo puedo apoyarte”, expone.
Cuando Wildbore buscó ayuda médica con 17 años, le dijeron: “Es solo una fase, ya lo dejará”. Ahora, a sus 31 años, ha soportado años de hospitalizaciones y tratamientos, no solo por su trastorno alimentario, sino también por otros problemas mentales. “Así que no lo dejé, precisamente”, matiza.
“Tengo anorexia, pero no soy anoréxica”, le suele decir Shah a la gente cuando les explica su enfermedad. Así como una persona con demencia sigue siendo la misma persona y no su enfermedad, una persona con anorexia, también. “La persona sigue ahí, no se ha convertido en su trastorno”, reivindica.
La organización Mental Health at Work también recomienda seguir ese consejo de no llamar a estas personas anoréxicos o esquizofrénicos. En vez de eso, propone persona con anorexia o persona con esquizofrenia.
Maloney quiere que la gente sepa que es posible recuperarse. “Esto no quiere decir que todo el mundo lo consiga, pero hay gente que lo logra”, asegura. Cuanto antes empieza a recibir una persona el tratamiento y el apoyo que necesita, más probable es que lo consiga, según la organización benéfica Beat, especializada en trastornos alimentarios.
Aunque todavía no está del todo recuperada y no sabe si llegará a estarlo algún día (“sigo teniendo muchas obsesiones con la comida y sufro trastorno obsesivo compulsivo, que lo complica aún más”), Maloney mantiene la esperanza.
“Hay gente que lo compara con las adicciones y dicen que el problema va a estar siempre ahí, pero hay muchas pruebas que demuestran que no, que hay personas que se recuperan por completo, que viven su vida plenamente, que ven la comida como comida y nada más y que tienen mecanismos sanos de afrontamiento para no volver a sufrir el problema nunca más”, concluye.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Reino Unido y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.