Separación (independentista) sin divorcio
El triste espectáculo que ofrecen ERC y Junts evidencia la profunda decadencia que afecta a la política catalana.
El penúltimo episodio del triste espectáculo que están ofreciendo los partidos independentistas en su enésima pugna por separarse sin divorciarse evidencia la profunda decadencia que atraviesa la —otrora admirada— política catalana. Es un ni contigo ni sin ti, que pone de manifiesto como la política más mediocre acaba siendo la más tacticista.
No es en absoluto descartable —a pesar de las gesticulaciones y la guerra de nervios que ERC y, especialmente, Junts están llevando a cabo ante la desesperación de los independentistas que no se sienten vinculados a ninguna sigla— es que acaben pactando. Más por interés propio que de país. Y especialmente para evitar ser señalados por el independentismo unilateralista, que cada vez es más minoritario, pero más sectario.
Esquerra no consigue superar su complejo de inferioridad, a pesar de haber conseguido imponerse a su rival —por la mínima, eso sí— por primera vez en unas elecciones catalanas. La larga sombra de Junts, como antes la de Convergència, no le deja dormir y le impide tener la capacidad y el coraje necesario para explorar otros caminos.
El anuncio de Pere Aragonès que no esperarían a Junts para tejer la investidura inyectó adrenalina y autoestima a sus bases, deseosas de reivindicar su (tibia) condición de primera fuerza del independentismo. Pero a la hora de la verdad, Esquerra es incapaz de aguantar la presión del independentismo más radical, que hasta no hace mucho se sentía identificado con sus siglas y ahora pivota en las de Junts.
En 2003, ERC escogió al PSC, que había perdido las elecciones teniéndolo todo a favor, en vez de la CiU de Artur Mas y Duran Lleida, bajo un argumento que disgustó a no pocos independentistas, pero que disponía de una sólida base argumental: ampliar la base soberanista. Y lo consiguió, ya que Pasqual Maragall planteó un Estatut que otorgaba a Cataluña las mayores cotas de autogobierno que nunca había tenido.
Pero casi 20 años después, Esquerra no se atreve a soportar la presión que supondría dar el paso para buscar la única salida posible en el laberinto catalán: superar los bloques. Y ello solo es posible con el PSC.
Prefieren continuar con un acuerdo con un rival en el que tienen nula confianza o bien substituir un frente (el independentista) por otro: el de la izquierda radical, con la CUP y los Comuns. Ni en una opción ni en la otra, ERC busca socios de moderación. Es decir, no logra salir de la nefasta política de los bloques y renuncia al papel transversal que tienen las fuerzas políticas reformistas que realmente consiguen liderar proyectos de transformación de un país.
En el otro lado de la partida, Junts vuelve a envolverse en la bandera para esconder la falta de un proyecto político que responda a las necesidades de la Cataluña real. Junts es hoy en día un conglomerado en el que conviven una parte sustancial de las cenizas de la antigua Convergència, con antiguos militantes de izquierda (y de extrema izquierda) dispuestos a agitar el sistema, junto a la facción más fundamentalista y esencialista del independentismo. La suma de todo este cóctel de difícil combinación es la de un partido populista sin ideología, que se mueve entorno a la política de la emoción por encima de la razón.
Este entramado ha convertido a Junts en una fuerza de oposición, incluso cuando gobierna. El cuanto peor, mejor —que antes había identificado a HB, a los comunistas o a la extrema derecha— constituye la velocidad de crucero de una formación que en nada se parece a lo que fue y supuso CiU. A pesar de las continuas referencias, en tono despectivo, que la gente de ERC hace a Junts calificándolos como “convergents”.
El exceso de tacticismo, propio de la política más mediocre, hace navegar a Junts en un permanente interrogante, que desconcierta incluso a su propia gente. En función de las encuestas y estudios internos, no está descartado que finalmente acabe cediendo y votando la investidura de Aragonès. No son pocos a los que les va la nómina en esto…
De todo este complejo, y cada vez más triste, rompecabezas catalán, el PSC tiene la oportunidad —que hasta ahora ha rechazado— de dar el paso para situarse en el centro de tablero y propiciar la elección de Aragonès, a pesar que ellos fueron los más votados. Se equivocan los socialistas si consideran que el previsible aumento de escaños que tendrían con la repetición de las elecciones les dejaría en mejor lugar. Salvador Illa solo podría ser investido con un acuerdo tácito con la derecha españolista, ya que la suma de PSC y Comuns no superará a la de los partidos independentistas, por mucha pérdida de votos que tengan.
Y mientras tanto… el país va funcionando, atónito ante el triste espectáculo que ofrece la clase política, pero necesitado de unas políticas de inversiones y desarrollo que ni están ni se las espera, sea cual sea la fórmula que finalmente salga escogida. Pobre Cataluña, con lo que había sido…