Seis años de agenda 2030
No hay progreso sin valentía y determinación y enfrente estarán los de siempre.
Este 25 de septiembre la agenda 2030 cumple 6 años. No es casualidad que quienes hace unos días recorrieron las calles del centro de Madrid lanzando consignas homófobas y xenófobas utilizaran la agenda 2030 como reclamo engañoso para la manifestación, la “agenda globalista” como le gusta llamarla a la ultraderecha.
La agenda 2030 y sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) supusieron en 2015 un hito histórico en el multilateralismo y la construcción de proyectos globales. Una agenda universal y transformadora que reconoce el lastre que las desigualdades en todas sus manifestaciones suponen para el desarrollo y prosperidad de las sociedades y las personas.
En estos seis años se han registrado cambios que han sufrido un duro revés con la pandemia por el COVID-19 cuyos efectos se ceban con las personas más vulnerables. La COVID-19 ha puesto de manifiesto, una vez más, que las sociedades con más recursos, con instituciones públicas sólidas la hacen frente de mejor manera.
La COVID-19 ha sido un duro varapalo para la consecución de los ODS. Por primera vez en una generación el número de personas en pobreza extrema ha crecido, también el hambre, agravada por los conflictos. El progreso en las metas relacionadas con la salud se ha visto, en el mejor de los casos detenido, cuando no revertido por la pandemia. El caso más llamativo es empeoramiento en los resultados en materia de lucha contra el VIH, tuberculosis y malaria; la afectación del calendario vacunal infantil, se calcula que se puede perder una década de avances en salud reproductiva.
Panorama similar en derechos de la infancia, con pérdidas en el derecho a la educación, violencia contra niños y, sobre todo, niñas. O en derechos de las mujeres con un incremento en los casos de violencia de género, carga de trabajo no remunerado y pérdida de visibilidad en la esfera pública.
Igualmente, los objetivos relacionados con la producción debido a la pérdida de puestos de trabajo estimada en 255 millones (4 veces los perdidos en la crisis de 2008), junto con el desplome de la producción de manufacturas o el retroceso en desigualdad de ingreso y el impacto negativo en el clima dibuja un panorama poco alentador en el cumplimiento del calendario y, especialmente, para las expectativas de progreso de las poblaciones más vulnerables.
Este sexto cumpleaños de la agenda 2030 hay poco que celebrar pues la tarea pendiente es aún mayor que en 2015 y esto exige algo más que voluntad, exige recursos y cambios con urgencia. Sin cambios no habrá transformación y resiliencia, son necesarios cambios políticos, en las relaciones de poder, en las políticas fiscales y en la cooperación internacional.
Quienes dijeron manifestarse contra la agenda 2030 en realidad no mintieron, o no tanto como puede parecer. Para ellos el orden natural de las cosas no debe alterarse, aunque éste se sustente en desigualdades y discriminaciones históricas, particularmente con las mujeres y con las personas que se salen de lo que ellos consideran que es lo natural.
Reconocer la existencia de las desigualdades es el primer paso imprescindible para sentar las bases de un desarrollo sostenible económica, social y ambientalmente. Para generar la transformación justa. Y ahí comienza el negacionismo. Negacionismo de una realidad injusta, que segrega y genera desigualdades en el presente y para el futuro
No hay progreso sin valentía y determinación y enfrente estarán los de siempre, los negacionistas de la igualdad, de la justicia social que sin embargo asfixian la libertad cuando reclaman la suya, no la de los demás. Sin igualdad, sin justicia social no hay libertad.
Por eso la agenda 2030 es una agenda incómoda si se toma en serio. Su finalidad no es otra que corregir las desigualdades con procesos, políticas y alianzas que garanticen la igualdad de oportunidades de todas las personas, todas y en todas partes. No es una agenda apta para timoratos. Y el tiempo corre