'Sacando a Franco en procesión': presos políticos contra impostores
Sin duda, uno de los factores más notorios del procés -y consiguientemente, del daño causado por éste a la convivencia en Cataluña y en España, al que se suma el perjuicio causado a la imagen de España en la UE y en el mundo- reside en la "resurrección" de Franco. De la alargada sombra de su extensa dictadura sobre la construcción social de nuestra realidad presente. Y de la necesidad de "reanimar" su figura -¡42 años después de muerto el dictador!- por quienes, truculentamente, se empecinan en vincular la estampa de Franco y del franquismo con esta España que cumple de pronto 40 años de democracia constitucional.
Somos unos cuantos los que en el Parlamento Europeo hemos denunciado con fuerza la insoportable impostura con que los secesionistas al frente del ex Govern de Cataluña desviaron/malversaron cuantiosísimos recursos públicos (que deberían haber servido a otros objetivos lícitos) para financiar su estrategia de difamación sistemática de la democracia española. También el espectro de Franco les ha servido en ese objetivo.
La semana pasada, en una lúcida entrevista, el escritor Eduardo Mendoza -barcelonés, catalán, Premio Cervantes de las Letras 2016- ponía el dedo en la llaga: en Cataluña algunos necesitan "sacar a Franco en procesión" en su objetivo de justificar lo injustificable y zaherir desprestigiando a sus adversarios políticos, todo por el mismo precio. Se trata de una execrable modalidad de una vieja tentación: la banalización del fascismo, del nazismo y, en definitiva, del mismo concepto del "mal", sobre el que la filosofía y la ciencia política -inagotable Hannah Arendt- nos vienen advirtiendo hace tiempo.
Llamar "fascista" o "franquista" a cualquiera que se atreva a refutar con argumentos racionales el estomagante cóctel de prejuicios supremacistas y egoísmos insolidarios con que el nacionalismo reaccionario se ha recubierto en España durante las últimas décadas, es una tan miserable como arraigada querencia que ha redoblado su frecuencia desde que esos nacionalismos se han fundido en la retórica de los populismos demagógicos que recorren Europa entera -y allende-... en lo que venimos llamando nacionalpopulismo.
Viene todo esto a cuento de un acto que tuvo lugar en el Parlamento Europeo el pasado jueves 30 de noviembre: un encuentro con el testimonio vivo de tres de los verdaderos ex-presos políticos del franquismo: Teo Uriarte, Javier Elorrieta e Iñaki Viar, invitados por Maite Pagazaurtundúa, eurodiputada de ALDE.
El encuentro resultó conmovedor, por la memoria encarnecida de lo que era arriesgar la libertad, la integridad física y la vida en el siniestro contexto de la dictadura franquista. Cualesquiera que quiera que fuesen las bases, los supuestos o las motivaciones de aquella resistencia antifranquista, los supervivientes de aquellas terribles experiencias eran muy jóvenes entonces, pero asumieron peligros cientos y costes personales y familiares inmensos contra un régimen político carente de legitimación democrática alguna, sin ninguna garantía legal de sus derechos en aquel tiempo inexistentes.
Resultó singularmente elocuente su expresión de indignación ante la falsaria impostura de los actuales valedores de una pretendida auto segregación de Cataluña respecto de un orden constitucional democráticamente legitimado como es la España fundada en la Constitución de 1978. Sirviéndose de todas las garantías constitucionales y legales -procedimientos judiciales garantistas y derechos inviolables-, los impostores de tan extemporáneo antifranquismo no han parado en mientes, en subvertir, pisotear y despreciar todas y cada una las señas de identidad de una sociedad democrática merecedora de ese nombre: la tutela de los derechos de las minorías, el respeto por las reglas y los procedimientos acordados entre todos, y el sentido del límite ante el imperio de la ley que se impone a toda autoridad que derive de la propia ley.
El testimonio de los presos políticos de la dictadura sirvió para reivindicar -restablecer, reforzar- la enorme barrera conceptual (que no es de cantidad, sino de calidad) entre la resistencia a un régimen dictatorial que niega la libertad y no conoce garantías, y la pura y dura subversión de la legalidad democrática después de valerse sin escrúpulo de todas sus ventajas. Una oligarquía corrupta -la que ha capitaneado la conversión de la antigua cleptocracia de CiU en el actual PdCat- se ha refundido últimamente de un discurso populista y cada vez más victimista. Pero ni bajo ese disfraz esconde su pretensión supremacista y reaccionaria, que se recita como sigue: "Cataluña administrará mejor su propia riqueza cuando se desprenda del lastre de la casposa España, incapaz de modernizarse y de aceptar la superioridad en todo de Cataluña".
Y es cierto, como he lamentado en anteriores artículos, que el desprestigio de España, al que el ex Govern consignó cuantiosos recursos públicos, ha encontrado, por un lado, eco en un antiguo poso de prejuicio en buena parte de la prensa anglosajona (y, en Bélgica, de la flamenca: la vieja "leyenda negra"...), así como, por otro lado, de la inanidad (ausencia de eficacia comunicativa) del Gobierno del PP.
Pues bien, con todo y con eso, tres últimos puntos merecen todavía comentario.
Primero: al Parlamento Europeo vinieron ese 30 de noviembre víctimas del franquismo, víctimas de las de verdad. Las escuchamos con respeto representantes de distintas fuerzas políticas. Yo mismo entre ellos. He militado toda mi vida en el PSOE, con toda su carga de historia, de esfuerzo y sacrificio -sombras y luces, miseria y gloria- por las libertades y por la democracia en España y en el mundo. Una fuerza vinculada a la dignidad del trabajo. Progresista -amiga de los cambios, enemiga del miedo-, internacionalista, motivada por la igual dignidad y libertad de todas las personas y por el permanente combate frente a las desigualdades.
Segundo: es falso, siempre lo ha sido, que sólo se luchase contra el franquismo en Cataluña: hubo antifascismo y antifranquismo, duro y sacrificial, en Canarias, en Andalucía, en Extremadura, en Castilla, en Madrid, en Asturias, en Euskadi, en Galicia, en Murcia, en todas partes... En la memoria colectiva de la lucha antifranquista, son muchos los que pueden y deben compartir los títulos de crédito en todas las lenguas y acentos, reivindicando: "lo hicimos"... pero todos, y entre todos.
Y tercero: ese 30 de noviembre no aparecieron por ningún lado los representantes en el Parlamento Europeo de esas fuerzas políticas que más se llenan la boca de extemporáneo antifranquismo cuando se cumplen 42 años desde la muerte de Franco. Cuando llega el momento de rendir tributo a quienes fueron verdaderos antifranquistas, prefieren alinearse con quienes Eduardo Mendoza -el admirable arquitecto de "La verdad sobre el Caso Savolta" o "La ciudad de los Prodigios"- describe con acidez, pero también con humor, como aquellos que necesitan "sacar a Franco en procesión".