Renfe les desea ¿feliz? viaje
No sabía qué era una noche toledana hasta que el pasado domingo Renfe tuvo el placer de obsequiarme con una.
Yo, firme defensora (hasta ese momento) de la compañía de transporte, decidí viajar de noche para volver de A Coruña a Madrid. La idea era poder disfrutar del domingo en familia y de paso ver con mis padres y hermanos el partido de la Selección. Ahora me doy cuenta de que no fue la más brillante de las ideas. Ni por el resultado del partido ni por lo que vendría después.
A las 22:25 horas empecé a disfrutar de la noche toledana cortesía de Renfe cuando en lugar de empezar el viaje en mi asiento 3A del coche 5 me subí a un autobús de la compañía gallega Vázquez. Y en lugar de que un miembro de la compañía ferroviaria capitanease el viaje, las riendas las cogió la conductora del bus. No sólo tuvo que llevarnos a Betanzos (A Coruña) para coger el tren sino que tuvo que escuchar las mil y una quejas de los viajeros, empezando por que no entendíamos qué pasaba y por qué nadie nos daba explicaciones.
La explicación que nos llegó de refilón era que la máquina estaba estropeada y la estaban arreglando en Ferrol. Lo sabían pero querían solucionar el problema en lugar de buscar un plan B —léase otro tren o un bus—, que nos llevase directos al destino. Y la arreglaron le pusieron una tirita para que nos fuese a recoger a Betanzos. Y lo hizo, sí, pero a la 1 de la mañana. Esto, en resumidas cuentas, es que habíamos invertido dos horas y media en recorrer 22 kilómetros.
La máquina llegó igual de estropeada que estaba en Ferrol. Nos enteramos pasadas las 5:00 horas cuando encendieron bruscamente las luces del vagón para despertarnos y decirnos que había que desalojar el tren. La máquina se había parado cerca de Ponferrada (León) para ya no avanzar más. La información que recibimos en ese momento exactamente la misma que cuando llegamos a la estación de A Coruña o nos dejaron a la de Betanzos. O incluso cuando unos meses atrás el transbordo en Ourense se prolongó más de una hora porque "había pasado algo" con el tren que venía de Lugo.
Y de la desinformación se pasa rápidamente a un estado de shock. Nunca había tenido que bajarme de madrugada en un tren en medio de la nada, con el peligro que eso puede conllevar. Nunca había sido escoltada por la Guardia Civil. Ni nunca había esperado en medio de un camino a las 6 de la mañana a que viniese un bus a recogerme para llevarme a no sabía todavía dónde.
Siguiente destino, Valladolid. Íbamos a coger el siguiente tren de alta velocidad para llegar a Madrid a la hora prevista. Con tres medios de transporte más, con muchas menos horas de sueño de las que teníamos en la cabeza y listos para ir a nuestro trabajo (o donde fuese). Pero no, los trenes tienen plazas contadas y la mayoría ya estaban ocupadas. Abandono de nuevo en la estación de Valladolid. Buen momento para abrir la cartera e ir a desayunar. Sí, abrir la cartera. Aquí no va lo de invitar, pero tampoco va lo de buscar un plan B inicial si el tren está averiado. Con la locomotora hasta el final.
El viaje terminó en Madrid y milagrosamente sólo se produjo un retraso de algo más de una hora. Milagrosamente tampoco llegó la sangre al río pese al cabreo acumulado de algunos pasajeros. Y milagrosamente tampoco nos costó nada. Renfe se encarga de reembolsar el billete íntegro a cada pasajero, el desayuno y el taxi que tuvimos que coger la mayoría para estar a tiempo en el trabajo ya va de nuestra cuenta.
Económicamente salimos ganando, pero yo hubiese preferido (y creo que todos mis compañeros de vagón) disfrutar del billete por el que habíamos pagado, no tener que bajarse en una vía del tren en plena noche, dormir más de una hora seguida, saber qué pasaba y, sobre todo, no haber salido en una máquina estropeada. En resumidas cuentas, un plan B a tiempo...
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