Razones (desde la ciencia) para confiar en que recuperaremos nuestras vidas
Entender a nuestro enemigo nos sirve para tener menos miedo, para actuar proporcionalmente y con orden; nos conduce a tener razones reales para la esperanza.
El nuestro es ahora un mundo paralizado pese a la hiperconexión, saturado de información pero a la vez confuso y desorientado. Por eso hoy quiero apelar a la ciencia en un intento de buscar respuestas sólidas para entender lo que estamos viviendo y a lo que nos enfrentamos: un problema de origen biológico que está generando un enorme sufrimiento sanitario, social y económico. Es incuestionable que todos necesitamos mantener el ánimo y sentir que hay un «ente superior» que toma decisiones, nos protege y nos guía en esta crisis. Necesitamos descargar nuestra frustración en forma de reacciones emocionales que nos aporten energía y esperanza. Se nos hacen imprescindibles los eslóganes, las frases de aliento, los gestos de solidaridad y de unión, el sentido del humor que circula por las redes, las bendiciones multitudinarias, incluso los mensajes patrióticos de presidentes y jefes del estado recordándonos que somos parte de una gloriosa nación unida que de nuevo renacerá de sus cenizas...
Sin embargo, nos enfrentamos y estamos viviendo un problema biológico, bioquímico, científico, en definitiva. Debemos aprovechar este desconcertante y terrible momento histórico para ver en la ciencia una fuente de esencial de conocimientos, fruto del esfuerzo constante y de la curiosidad, a la que emociona ver que en este momento todos tenemos tiempo y deseo de acercarnos. Empezamos a entender que sólo la ciencia nos puede ayudar a comprender lo que está ocurriendo, a sacarnos de la incertidumbre y a darnos razones reales para empezar a confiar en que recuperaremos nuestras vidas.
Hay una serie de cuestiones que nos alarman y nos preocupan y para las que, pese a que no estén completamente resueltas, la ciencia puede ya aportar algunas respuestas en las que podemos vislumbrar con fuerza soluciones y pautas ordenadas para salir de esta crisis. Vamos a intentar abordar algunas de ellas, y aprovechemos para hacer un ejercicio de optimismo basado en evidencias contrastadas y serias, que es el más sólido, el más efectivo y duradero de los optimismos.
¿Por qué el SARS-CoV-2 NO mutará para convertirse en una forma más letal y resistente a una posible futura vacuna?
Es importante conocer algunas características biológicas del SARS-CoV-2, virus responsable de la COVID-19. Entender a nuestro enemigo nos sirve para tener menos miedo, para actuar proporcionalmente y con orden; nos conduce a tener razones reales para la esperanza. El SARS-CoV-2 no es un ser inteligente. No tiene ninguna intención, ningún objetivo, sino una enorme capacidad de reproducirse. Es gracias ella que, en parte, nos esté doblegando. Un virus como éste ni siquiera tiene la entidad de organismo autónomo, es el más simple de los sistemas biológicos: una «partícula gamberra» dotada únicamente de un ácido nucleico, capaz de generar, por un lado, una cubierta que a la vez le protege y le permite infectar a su huésped y, por otro, una serie de proteínas que ponen a su servicio a la maquinaria de división de la célula infectada. Esta falta de intención nos desconcierta, probablemente porque los humanos tendemos a menudo a vivir alejados y ajenos a nuestra naturaleza biológica. Por ello, atribuimos al virus una intención perversa que no tiene.
Leemos y escuchamos noticias sobre «mutaciones», sobre nuevas versiones terroríficas y apocalípticas del SARS-Cov-2 que nos asustan y nos dificultan visualizar el final del problema. Pero la realidad es bien distinta: este virus, ya en su versión actual, es probablemente una de las peores versiones que habríamos podido imaginar. Su gran capacidad de contagio, su tiempo dilatado de incubación, el hecho de que haya muchos pacientes asintomáticos, el que su tasa de mortalidad real sea relativamente baja (en torno al 1%) lo hacen prácticamente perfecto para generar una situación de pandemia como la que estamos viviendo. Las mutaciones son errores que se producen durante el proceso de replicación del material genético de todos los organismos. Estas mutaciones son más frecuentes cuanto más rápido se divide un organismo, y un virus como el SARS-CoV-2 lo hace de forma exponencial y continua, por lo que su DNA acumula infinidad de mutaciones. La inmensa mayoría de estas mutaciones son inocuas, y las que no lo son, provocarán mayoritariamente cambios que acabarán perjudicándole. ¿Y qué ocurriría si se produjera una mutación que hiciera al virus más letal? Los virus, como parásitos que son, necesitan de huéspedes para propagarse, y una mutación más letal provocaría la desaparición de su huésped: su propio exterminio. Estas formas víricas más letales desaparecen de la población rápidamente en favor de formas más atenuadas que, con el tiempo, coexisten con su hospedador en un equilibrio más favorable para ambos. El escenario más probable es, por tanto, que los efectos negativos del virus tiendan a suavizarse.
¿Por qué es tan importante hacer test de detección?
La realización de test de detección es quizás uno de los temas más debatidos y polémicos, y en mi opinión, uno de los más importantes y cuyo manejo será crucial para definir una salida ordenada y eficiente de esta crisis. Empecemos estableciendo que existen dos tipos de test de detección: los llamados «test de PCR», basados en la detección de material genético viral en el tracto respiratorio del individuo infectado, y los «test inmunológicos», que se basan en la detección en sangre de anticuerpos contra el virus. Estos dos tipos de test tienen características muy diferentes, aunque oigamos hablar de ellos indistintamente en los medios de comunicación. Utilizados apropiadamente, en los casos y en los momentos adecuados, pueden ofrecer soluciones extraordinarias a muchos de los problemas asociados a esta pandemia, incluyendo la reactivación ordenada y eficiente de la vida laboral. Vamos a revisar estas características:
Los «test de PCR» son los que se están utilizando actualmente en los hospitales, y permiten la detección de partículas del genoma del virus en el individuo infectado. Estas partículas se encuentran fundamentalmente en el tracto respiratorio, y las muestras se recogen con tampones nasofaríngeos. Requieren un procesamiento más complejo (estamos manipulando partículas infectivas), por lo que su recogida e inactivación debe llevarse a cabo con medidas y equipos de protección adecuados. Una vez inactivada la partícula viral, lo cual se consigue con la digestión enzimática de la muestra a una temperatura de 65º durante 10 minutos, ya es posible bajar los niveles de seguridad y, en cualquier laboratorio de biología molecular dotado de equipos de PCR, una serie de reactivos y personal cualificado, se podrían llevar a cabo las reacciones necesarias para detectar los casos positivos en aproximadamente 4 horas. Son test más lentos, pero se pueden hacer a gran escala y ofrecen resultados extremadamente sensibles y cuantitativos, es decir, podemos saber exactamente el número de copias del genoma del virus que hay en un individuo. Estos test son apropiados para detectar casos de infección, pero no son adecuados (porque dada su extremada sensibilidad, pueden dar casos de falsos positivos) para detectar a los individuos inmunizados. Para ello, debemos recurrir a los «test inmunológicos», también llamados «test rápidos».
Este segundo tipo de prueba se basa en la detección en sangre de anticuerpos que el sistema inmune de los individuos infectados ha generado durante su lucha contra la enfermedad, y que se sabe que permanecen en la sangre durante un tiempo aún indeterminado, pero que basándose en datos procedentes de otros virus de la familia del SARS-CoV-2, podría oscilar entre dos y tres años. Estos test se realizan mucho más rápidamente. Deberían efectuarse a individuos que han superado la enfermedad o, idealmente, a la población general, para detectar a todas aquellas personas que estén inmunizadas. Mientras dure esta inmunidad adquirida por el contacto con el virus, no podremos volver a infectarnos -en la siguiente sección, explicaremos por qué-, como ocurre con cualquier otra enfermedad infecciosa. Tenemos un margen de tiempo en el que muchísimos individuos de la población serán inmunes al SARS-CoV-2. Un margen necesario, y probablemente suficiente para que las empresas y laboratorios biotecnológicos desarrollen una vacuna. ¿Y cuántas personas estaríamos realmente inmunizadas en nuestro país? Un estudio reciente realizado por epidemiólogos del Imperial College de Londres (ICL) estima que mientras que en Alemania habría unas 600.000 personas infectadas, en España, esta cifra ascendería a 7 millones, lo que supondría un 15% de la población. Esta es una fantástica noticia: significa que España sería, probablemente, el país del mundo más cercano a la inmunidad, por delante incluso de Italia (con un porcentaje de población infectada en torno al 10%) y, por tanto, más próximo a una situación en la que, de forma controlada, podríamos comenzar a recuperar la actividad. Siempre manteniendo la protección de los individuos vulnerables (personas de edad y/o con condiciones médicas adversas preexistentes) y asegurándonos de que las personas que vuelven a sus trabajos, se han sometido al test de inmunidad y son positivos. Medidas de detección de inmunidad a nivel de la población se están debatiendo y probablemente estarán en vigor en Alemania a partir de la semana próxima.
¿Podemos reinfectarnos y volver a recaer (e infectar) una vez superada la enfermedad?
Quizás sea éste uno de los mayores temores e incertidumbres. La respuesta a esta cuestión es fundamental para que las autoridades competentes empiecen a orquestar planes ágiles de recuperación de la normalidad social y de la actividad profesional. Y la ciencia empieza a proporcionar respuestas claras, tal y como indica el Dr. García Peña, jefe clínico en el Hospital de la Paz cuando afirma tajantemente que la re-infección no es posible. Y no es posible porque el principio fundamental en el que se basa el funcionamiento del sistema inmunológico es el mismo para todos los virus que se conocen: como consecuencia de una infección viral, nuestro sistema inmune desarrolla anticuerpos específicos contra el virus a combatir, y una vez curado, las células del sistema inmune conservan una «memoria» capaz de combatir nuevas infecciones del mismo virus. En el caso del SARS-CoV-2, esta imposibilidad de infecciones secundarias se ha demostrado experimentalmente en animales, concretamente en monos Rhesus. La mayor incertidumbre está relacionada con la duración de esta inmunidad, es decir, ¿durante cuánto tiempo las células de nuestro sistema inmune nos protegen contra este virus? Aunque no tenemos resultados en humanos (no ha habido tiempo material para obtenerlos), de nuevo la ciencia nos aporta datos tranquilizadores, ya que sabemos que para otros coronavirus de la familia del SARS-CoV-2, esta inmunidad dura entre dos y tres años, tiempo razonablemente largo para conseguir tanto la inmunidad a nivel de población, como para el desarrollo de vacunas eficaces. ¿Por qué entonces leemos noticias sobre un porcentaje relevante de casos de aparente reinfección? La respuesta más plausible es que estos casos reflejen una incorrecta interpretación de las pruebas de detección. Como hemos mencionado anteriormente, los «test de PCR» son tan extremadamente sensibles que pueden detectar fragmentos residuales, no infectivos, en individuos sanos, o bien cantidades de partículas virales que están muy por debajo de los niveles necesarios para el contagio.
¿Por qué no es posible tener una vacuna a muy corto plazo, (pero debemos confiar en que tendremos una vacuna)?
Otra fuente importante de desconcierto informativo procede de la cantidad de noticias, más o menos sensacionalistas, relacionadas con el desarrollo de vacunas efectivas en tiempos récord. Desde la ciencia, la buena nueva es que dado que el genoma del virus es razonablemente estable (hemos dicho que es difícil que aparezcan mutaciones que le otorguen ventajas, por lo que combatiremos durante mucho tiempo con formas virales muy similares a la actual) la sensación es que podremos conseguir una vacuna muy eficaz. Pero es necesario considerar las dificultades biotecnológicas que supone el desarrollo de una vacuna. Ésta debe ser efectiva, pero, además, su desarrollo debe cumplir con todas las garantías de seguridad que requiere un medicamento, más aún cuando la previsión es la de que sea administrada a nivel global. Esto supone ensayos clínicos relativamente largos en el tiempo, replicables en distintas cohortes o poblaciones de pacientes y con las suficientes garantías de seguridad. Otro problema importante es la producción a gran escala, lo que supondrá un enorme esfuerzo de coordinación entre de las autoridades sanitarias nacionales, los organismos internacionales de control de medicamentos y las empresas farmacéuticas y biotecnológicas. Confiemos en que estarán a la altura, y que en un tiempo que se estima entre 12 y 18 meses, podamos tenerla disponible a escala mundial. Antes de hacer un repaso general sobre las tres vacunas actualmente en fase I de ensayos clínicos -fase de análisis de su seguridad-, recordemos brevemente cómo funciona una vacuna. Las vacunas consisten en la exposición de nuestro cuerpo a un fragmento o componente de un virus o bacteria, que no posee actividad patogénica (o la posee de forma muy atenuada). Durante esta exposición, nuestro sistema inmune «se entrena» para reconocer, atacar y finalmente eliminar al cuerpo invasor, de forma que cuando nos enfrentemos al patógeno real, nuestro organismo esté preparado para reaccionar activando una respuesta inmune específica contra este patógeno. El mRNA-1273, desarrollado por Moderna Therapeutics, en Estados Unidos, es diferente de las vacunas tradicionales. La diferencia radica en que se basa en la producción de un tipo de material genético, el RNA mensajero que da lugar a la proteína vírica que permite la entrada en la célula huésped. La compañía ha lanzado este ensayo clínico en humanos para analizar su seguridad (en animales, los resultados han sido satisfactorios) ya, a principios del mes de marzo, y confían en tener una vacuna para este otoño, al menos en cantidades suficientes para grupos especialmente vulnerables, como el personal sanitario. Ad5-nCoV está siendo desarrollada por Beijing Institute of Biotech y la empresa biofarmacéutica china CanSino Biologics, conocida por sus recientes avances en la producción de una vacuna similar contra el virus del Ébola. Se trata de una vacuna tradicional, es decir, un virus modificado que carece de capacidad infecciosa, y se espera que todo su desarrollo estará completado en 2022. La Universidad de Oxford, por su parte, está testando simultáneamente en voluntarios humanos la seguridad (fase I) y la eficacia (fase II) de ChAdOx1, que, como la anterior, utiliza una parte no infecciosa del virus para desencadenar la respuesta inmune. Pese a la rapidez con la que el gobierno británico está potenciando su desarrollo, éste no estará completo hasta mayo de 2021.
¿Y qué alternativas tenemos mientras tanto? Mientras la vacuna se desarrolla, los clínicos continúan en una lucha diaria para identificar tratamientos que permitan el control o la remisión de la enfermedad. La cantidad de tratamientos que se están probando actualmente merece capítulo aparte, pero me gustaría destacar una alternativa consistente en la inyección de plasma obtenido de sangre de pacientes inmunizados, liderada por la multinacional catalana, Grifols. Esta alternativa terapéutica, pendiente de firmar acuerdos que le permitan iniciar los ensayos clínicos, requiere de la donación de sangre por parte de individuos inmunizados. Requiere, por tanto, de las enormes dosis de solidaridad, sensibilidad y responsabilidad que la sociedad española viene demostrando cada día desde el inicio de esta crisis.
Intentemos mantener vivas estas emociones. Son necesarias para sobrellevar esta situación tan terrible para todos. Pero apoyémonos y confiemos en la ciencia, en su carácter sosegado, en la necesidad de sus tiempos, en la solidez de sus conclusiones. La ciencia, el método científico, llegaron para hacernos libres, responsables y dueños de nuestro destino. La ciencia nos está diciendo que recuperaremos nuestras vidas. Que es posible.