Ramón Lobo: "Si tras esta crisis volvemos a lo de siempre en manos de los de siempre, todos seremos culpables"

Ramón Lobo: "Si tras esta crisis volvemos a lo de siempre en manos de los de siempre, todos seremos culpables"

El periodista publica 'Las ciudades evanescentes’, un libro sobre miedos, soledades y pandemias esperanzado en que la sociedad salga, de veras, reforzada tras el shock.

Ramón Lobo, con 'Morgan', en su casa de Madrid.CARLOS PINA / EL HUFFPOST

No era un libro sobre la pandemia, pero la pandemia ha acabado siendo su corazón. Ramón Lobo (Lagunillas, Venezuela, 1955) acaba de alumbrar Las ciudades evanescentes (Península, 2020), una criatura que por poco se le muere y que, de pronto, se le hizo más necesaria que nunca. Llevaba tiempo dándole vueltas a la idea de escribir sobre las grandes urbes, la soledad que encierran, sus costuras, cuando nos tuvimos que aprender a la fuerza eso del SARS-CoV-2 y tocó reescribir.

La base no ha cambiado: defiende el periodista y escritor que hay que volver a humanizar el asfalto, recuperar lo pequeño (que es tan grande) y mirar el mundo sin la mediación, por ejemplo, de las pantallas. La crisis sanitaria actual es una oportunidad para ello. Si no aprendemos, todos tendremos la culpa.

¿De dónde nace su necesidad de escribir sobre las soledades y los miedos en el mundo globalizado, como dice el subtítulo?

Este es un libro prepandémico. Nace de un atropello que tuve hace tres años en Nueva York, una ciudad que me encanta, donde me siento reconocido, pero donde aterricé y, de pronto, todo me parecía una mierda. Vi de pronto todas las costuras de la sociedad: la gente que no saluda, que no mira, a la que le sujetas una puerta y ni te da las gracias… Todo eso me hizo estallar. En realidad, yo venía ya averiado de Madrid, porque va desapareciendo mi ciudad, donde los barrios que se difuminan, los turistas la copan, las tiendas de cercanía son sustituidas por tiendas basura, todo igual... Eso me había provocado que viera, por primera vez, todos los defectos de Nueva York. Entonces empecé a escribir un libro, que primero pensé como novela, sobre la soledad en las ciudades.

Y llegó la pandemia...

Sí. Cuando estaba prácticamente terminado llegó la pandemia y había que cambiar. No quería hacer un libro sobre el virus, pero tenía que estar en el centro, estaba claro. La reescritura fue complicada porque al principio no sabía cuáles eran los tiempos verbales, qué era pasado, qué era presente, qué era futuro. Tardé como 15 o 20 días en darme cuenta de que todo lo que no fuera seguramente seguro, como la soledad, que va a continuar, o la estupidez, que va a continuar, era pasado. “Cuando yo paseaba”, “cuando yo abrazaba”, “cuando yo quedaba”. Un libro que estaba suspendido en el aire, de pronto, estaba metido en la tierra y tenía todo el sentido.

Su mayor preocupación son las sociedades líquidas. ¿Qué son? 

Es la sociedad instantánea, donde todo tiene que ser ya, le doy a un click y aparece ese algo, y si no aparece, dentro de cinco minutos ya se me ha olvidado. ¿Quiero un amor? Lo quiero ahora. ¿Quiero un desamor? ahora mismo también. Todo tiene que ser ahora. En el mundo de hoy, en el que las cosas se hacen sin pensarlas, sin reposarlas. Hay que reflexionar un poco, sobre qué tipo de vida queremos llevar. No te puedes meter en una ola de gente que va hacia no sabe dónde. Veo, por ejemplo, a los turistas, que se meten en pisos turísticos, que pasean por la calle mirando el teléfono, porque van buscando lo que es TT, lo que dicen los instagramers, donde va todo el mundo… ¡Coño, mira la ciudad en la que estás, respira! Es una sociedad que no necesita viajar, sino copiarse unos a otros, una sociedad fotocopiada. Y hay muchas cosas que no se pueden fotocopiar, como los sentimientos, las emociones, una puesta de sol… Esas cosas las hemos perdido, hemos ido renunciando a la intimidad de las ciudades, a su lentitud, a cambio de una sociedad ruidosa, llena de tráfico y que no sabe dónde va.

A ellas se les suma el virus y se nos ve el alma desnuda, dice citando a Camus. Y no se ve bonita, ¿verdad?

No, no quedamos bien, y hay que tener en cuenta que es una pandemia muy pequeña la que afrontamos, comparada por ejemplo con la gripe española, que mató a cerca de 50 millones de personas. Llevamos más de un millón de muertos, que es muchísimo, claro, y posiblemente sean dos antes de que llegue la vacuna, pero estamos ha avanzado la ciencia, la medicina... Si con un aviso tan pequeño no estamos siendo capaces de entender el mensaje, hay que ser muy pesimistas sobre el futuro.

¿Hemos salido mejores, como decía el lema de la primera ola?

Como sociedad, tal vez, pero como individuos, todavía no. Hay cambios que se van a producir, visibles, como el teletrabajo y su influencia en las relaciones familiares y con los hijos o la pareja, o la robótica y las nuevas tecnologías, pero hay cambios más profundos que creo que todavía no es posible ver. Por ejemplo, soy pesimista en cuanto a la política en general, porque hay políticos que hacen bien su trabajo. Sí creo que la sociedad va a moverse en otra dirección. No sé cuanta gente va a ser, si es suficiente para generar cambios, pero es imposible que este impacto pase sin ningún tipo de consecuencia. Si tras esta crisis volvemos a lo de siempre, en manos de los de siempre, todos seremos culpables.

  Ramón Lobo, periodista y escritor.CARLOS PINA / EL HUFFPOST

¿Y cómo ha actuado la clase política ante esta crisis?

La política es un espectáculo, y en zonas como EEUU es ya un subespectáculo, porque parece un reallity, donde sólo importan las audiencias, la barbaridad que dice uno… Tenemos que ser justos, en medio de esta vorágine de basura política hay gente que está haciendo cosas excepcionales, alcaldes de pueblo o ministras de Trabajo que están haciendo un gran trabajo, con capacidad de llegar a acuerdos con empresarios o personas de mundos distintos, por el bien común. Pero prima la gente que hace ruido. En los medios damos más espacio a esa gente que a la que hace cosas. Y después se iguala al científico con el  que llamo yo cerebroplanista, una persona que defiende que la tierra es plana no la puedes poner en un programa de televisión con un científico. No son dos puntos de vista: usted es un imbécil y usted es un científico. Puedes pones dos científicos que opinen distintos y aporten matices, eso sí, pero un majadero… pues no. Creo que hemos ayudado a degradar la calidad de la discusión, en la política y en todo lo demás.

¿Y los ciudadanos? Mucho se ha hablado estos días de nuestra responsabilidad. ¿Somos más lúcidos?

Yo confío más en la sociedad. Recuerdo cuando murió Franco que en los barrios existían muchísimas asociaciones de vecinos, era un momento muy libre, muy potente, nació un movimiento que mataron tanto el PC como el PSOE, primero tomando a sus líderes como cuadros y, luego, afianzando esta tesis de que fuera de la iglesia no hay salvación, que fuera de ellos no se puede ser de izquierdas. Esos movimientos han revivido con el 15-M y en algunos casos Podemos ha tratado de hacer lo mismo, captar a líderes, pero son movimientos que están vivos más allá de Podemos y más allá de la izquierda. Pues bien, creo que esta pandemia va a reactivar este tipo de unidades y surgirán otras, porque la sociedad no puede ser un espectador de su propia desgracia, no puede sólo decir “los políticos”. No, los políticos y nosotros. Somos responsables. Para empezar, somos los que votamos o no votamos a los políticos. Lo que hay es que actuar todos los días, no cada cuatro años. Y luego están las élites económicas, de las que nunca hablamos, que tienen una responsabilidad clara. Es el momento de que la ciudadanía tome más conciencia de su poder, y su poder es el voto y la palabra.

La sociedad no puede ser un espectador de su propia desgracia, no puede sólo decir “los políticos”. No, los políticos y nosotros (...). Es el momento de que la ciudadanía tome más conciencia de su poder, y su poder es el voto y la palabra

Escribe sobre la nueva manera de estar en casa, de trabajar, de relacionarnos. Parece que nos hemos quedado sin asideros, como si se nos hubiera caído el escenario diario. Pero, pese a los agoreros, le da la vuelta de forma luminosa... 

Sí, es que ahora tenemos la capacidad de vernos desnudos. Y es una gran oportunidad para repensarnos, para pausarnos, para tratar de ver qué tipo de vida queremos llevar y en qué tipo de ciudades vamos a vivir. En muchas ciudades europeas se ha aprovechado el confinamiento para arreglar y aumentar carriles bici, ampliar las zonas peatonales y verdes y primar a las personas sobre el automóvil. Las ciudades están invadidas por automóviles que mucho tiempo están parados y cuando caminan, contaminan. Hay muchas otras fórmulas de viajar. Creo que es un momento para pensar de nuevo hacia dónde vamos y ya hay muchos sitios que están haciendo cosas. Hay que pensar en las personas, tenemos que volver a ponerlas en el centro de las cosas, a todos los niveles, en la calle, en la familia, individualmente… Recuerdo una frase del padre de Jesús Álvarez, histórico de TVE, que decía: “Nos empeñamos en luchar por cosas que nunca vamos a disfrutar”. Pues eso. Estamos en una sociedad que está empeñada en conseguir cosas que no son importantes, cuando estás perdiendo lo importante que tienes al lado, todos los días: la sonrisa, el “buenos días”, un libro, escuchar un concierto, llorar… Ese tipo de cosas. Vamos tan deprisa que no nos damos cuenta.

Desnudos y desiguales, más si cabe, estamos ahora..

Se nos han visto las vergüenzas en eso, también. No es lo mismo estar en casa solo, sabiendo estar solo, que estar solo sin saber estar solo, eso es un factor fundamental. No es lo mismo estar acompañado por gente que te apetece, que te gusta, con la que conectas, que con gente con la que te llevas mal. También hay parejas que igual se llevan bien porque se ven media hora al día, y han gastado todo el crédito de verse en estos meses. Eso, en lo personal, pero es que no es lo mismo tener dinero que no tenerlo, una casa con luz que una casa sin luz, con o sin terraza, en la que estás bien o que sientes como un enemigo, hay gente que necesita estar todo el día en el trabajo o en la calle, a la que se le cae la casa encima….

¿Qué le ha pesado más durante el encierro, el miedo o la soledad?

El miedo a coger la enfermedad, porque ya tengo una edad (risas), no estoy tan lejos de la jubilación y no me apetecería haber estado pagando toda mi vida para morirme antes de llegar a la orilla, sería ganarme la estatua al imbécil del año. Mi primer objetivo es llegar a la jubilación, y el segundo es esperar a que me regañe el Banco de España por vivir demasiado. Me producía un poco de temor el contagio, soy muy aprensivo y muy hipocondríaco. La soledad no, porque sé estar en soledad.

En el libro diferencia entre la soledad y la solitud, que no es impuesta, que es la que elegimos.

Sí, esa siempre me ha gustado, es la que prima la privacidad y el silencio, y yo me muevo muy bien en esa soledad. Y en casa la he ido construyendo, desde la habitación de mis padres, donde yo me refugié frente aquella educación autoritaria, y ahora lo he llenado de objetos a los que he dado sentido, una especie de poderes mágicos. Esos objetos están relacionados entre sí y forman un espacio en el que yo me encuentro a gusto. Por tanto, no me he sentido mal en el confinamiento, porque también tengo una casa que no es que sea gigante, pero para una persona es más que suficiente, vivo en un barrio agradable, y no he tenido problemas. Ojalá la gente lo hubiera pasado como yo.

¿Qué ha llevado peor en estos meses: las salidas, los contactos...?

No, nada de eso: la preocupación por mi madre, porque tiene 96 años, y no me parecía que merecía morir sola. Todos morimos solos, y aún hay gente que quiere morir con muy poca gente alrededor, pero tener la sensación de que te han abandonado, que nadie te valora... Eso no. Es algo terrible ver cómo se ha ido la gente, en silencio, con semanas de no saber ni dónde estaban. Hay muchas familias que han sentido que sus muertos son desaparecidos y no han podido hacer todo el proceso necesario para salir del dolor de la muerte, todo ha pasado con un enorme silencio, sin participación de los poderes públicos. Es terrible.

¿Hemos estado a la altura con nuestros mayores?

Como sociedad, creo que sí. Como políticos, no. Las privatizaciones de los centros asistenciales y asilos ha mostrado lo abominable que era el sistema, que procura ganar dinero, no atender a la gente; eso ha pasado también en los hospitales. Pero en la otra parte hemos tenido una respuesta ciudadana maravillosa, mercados como el de Antón Martín que crearon redes para llevar comida a la gente mayor, en Lavapiés gente que daba de comer a sus mayores o llevaba tartas a señoras que vivían solas y cumplían años. Esa pelea para que los mayores no estuvieran solos no la ha dado la política, la han dado los ciudadanos. Creo que salimos bien.

¿Y los medios? ¿Nos han faltado imágenes e historias para ilustrar este drama?

Creo que ha sido el mayor error del Gobierno, el de limitar los accesos responsables de periodistas responsables y medios responsables a las UCIs, a los centros de la tercera edad o a los enterramientos. Pensar en el Palacio de Hielo, de donde nos llegó sólo alguna foto de féretros... No. Nos ha faltado la foto de las bolsas, de la gente encima de la pista, y a ver si esta sociedad tiene luego los cojones de volver a patinar ahí sin memoria. Nos ha faltado todo eso, ver la batalla de las urgencias y UCIs, sabemos que los sanitarios han sido ejemplares y heroicos y que su trabajo ha sido agotador, pero no hemos visto esas pelas. ¡Lo más fuerte ha sido ver las marcas de las caras de los sanitarios con los equipos de protección tras nosecuantas horas! Por eso, cuando ves a alguien sin mascarilla te dan ganas de abofetearle y decirle: ”¿tú de qué vas?”. Imagina que los hubiéramos visto...

El mayor error del Gobierno ha sido el de limitar los accesos responsables a las UCIs, a los centros de la tercera edad o a los enterramientos (...). Nos ha faltado la foto de las bolsas, de la gente encima de la pista del Palacio de Hielo, y a ver si esta sociedad tiene luego los cojones de volver a patinar ahí sin memoria

Los sanitarios, aplaudidos y olvidados... 

Es que nos han faltado relatos sobre ellos, de la gente que ha estado llamando a las familias para acercar un último mensaje de un paciente, que ha vivido tan de cerca una cantidad de muerte excesiva, porque no está programado que haya tantas muertes en tan poco tiempo. Ver cómo son los procesos de recolocar todo eso en su vida, quiénes lucharon, quiénes acompañaron y lo siguen haciendo. Más allá de los aplausos, que han sido positivos porque han generado un sentimiento de comunidad, nos falta interesarnos por cómo están esas personas, los médicos, los enfermeros, cómo se encuentran, y también los familiares que han asumido una convalecencia o una pérdida. Tender puentes para que puedan hablar. Los medios de comunicación creo que han hecho en general bastante buen trabajo, pese a ello. Siempre ha habido exageraciones pero incluso en periódicos que no están entre mis favoritos hay periodistas que han hecho un buen trabajo.

¿Hemos aprendido, al fin, a creer en la ciencia y a escucharla?

En muchos casos ha habido mucho circo, han salido más expertos de los que estamos preparados para aguantar, han salido expertos por encima de nuestras posibilidades (risas). Hay una frase de Chesterton que dice el periodismo consiste en decir “Lord Jones ha muerto” a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo. Ahora nos ha pasado eso, han aparecido expertos, virólogos y epidemiólogos que no sabíamos ni que existían. Y no todos con el mismo nivel de calidad. No hemos ayudado quizá a separar. Hacía falta un filtro. Nosotros, los periodistas, podíamos haber hecho más pedagogía, el Gobierno también podía haber apostado por la publicidad para ello, pero también la sociedad es la que tiene que autoeducarse, es muy fácil decir “no lo sabía”, pues la información está ahí para que la veas. La actitud de la gente en la segunda ola, de relajo, se produce por eso, porque faltó pedagogía, y también porque de lo que hablamos produce un cansancio y desgaste enorme. En las guerras sucede. Nadie sale a la calle al principio, todo el mundo tiene miedo, pero pasan los días y vas a buscar agua a la fuente y no te pasa nada, así que otro día sales a pasear… y a los meses te has acostumbrado al nuevo ruido ambiente que son las bombas. Nos hemos habituado a la presencia de un bicho invisible, que en marzo y mayo nos tenía muy asustados e hizo y nos quedáramos en casa, y ahora no tanto.

¿Tuvo mucho shock al salir de nuevo a la calle?

No mucho, me he tenido que acostumbrar a otras cosas. Por ejemplo, llevaba una barba larga el año pasado y una de las pérdidas es que he tenido que dejarla como la tenía antes, porque con la mascarilla resultaba muy muy incómodo y tenía miedo a contaminar, además. Yo, que soy muy de tocar, he cambiado el tocamiento de abrazo, ahora toco con las palabras. Un día, por ejemplo, le di las gracias a una barrendera del barrio por lo que estaba haciendo. O me meto en una conversación en una terraza y hago una broma. Pues eso, ahora toca hacer gracias o provocar la sonrisa a la gente.

MOSTRAR BIOGRAFíA

Licenciada en Periodismo y especialista en Comunicación Institucional y Defensa por la Universidad de Sevilla. Excorresponsal en Jerusalén y exasesora de Prensa en la Secretaría de Estado de Defensa. Autora de 'El viaje andaluz de Robert Capa'. XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla.