Prosigue implacable el asalto a la democracia americana: la batalla de Georgia
Georgia es el epicentro de un terremoto político de desconocidas consecuencias.
Mientras que el asalto al Capitolio ha sido muy comentado en la prensa española, que da cuenta fielmente de los incidentes que se han producido en tan icónico lugar desde entonces, como el reciente ataque por parte de un perturbado mental que embistió a dos policías con su coche, se ha hablado mucho menos del problema político más serio al que se enfrenta Estados Unidos en estos momentos, que es el hecho de que uno de los dos partidos existentes quiere imponer su voluntad a pesar de no contar con el apoyo de la mayoría de los ciudadanos del país. ¿Puede sostenerse una democracia bipartidista cuando uno de los partidos es decididamente antidemocrático?
Esta es la situación en la que se encuentra el Partido Republicano, que, con la disculpa de que quiere eliminar un inexistente fraude electoral, acaba de hacer cientos de propuestas para cambiar las reglas y suprimir el voto en muchos Estados, muy especialmente en aquellos donde las elecciones han estado y se supone que van a seguir estando muy reñidas, a saber, Georgia, Arizona, Texas y Florida.
Como cada Estado tiene poder de decisión sobre sus reglas electorales, los Gobiernos estatales controlados por los republicanos están cambiando estas para reducir la participación de los demócratas en los comicios. La justificación que han dado algunos políticos republicanos, como por ejemplo John Kavanagh, es que hay que mirar no solamente la “cantidad” de votos, sino también su “calidad”. En EEUU esta aseveración tiene fuertes connotaciones raciales. El subtexto es que el voto de los blancos debería contar más que el de los miembros de las minorías étnicas y así se han interpretado las palabras de Kavanagh.
Georgia, el gran Estado sureño en el que la respetada activista negra Stacey Abrams consiguió llevar a las urnas a la inmensa mayoría de los miembros de las minorías étnicas, lo que dio la victoria a los demócratas en las elecciones a la presidencia y al senado, se ha convertido en el principal campo de batalla de la guerra al voto que han emprendido los republicanos. La nueva ley electoral que acaba de aprobarse en ese Estado, cuyo gobernador y legislatura siguen siendo republicanos, ha causado una gran conmoción en todo el país, dominando las noticias nacionales. La imagen de siete hombres blancos, entre ellos el gobernador, firmando la nueva ley electoral a puerta cerrada bajo un cuadro que representa una plantación fue muy comentada, como lo fue la de una diputada estatal negra que quiso entrar en la sala a presenciar el acto y fue arrestada por la policía a pesar de que no había hecho más que llamar a la puerta.
Los métodos de los republicanos para suprimir el voto son muy sencillos: dificultar aquellas conductas que se dan más entre los demócratas que entre los republicanos, así como impedir que voten los miembros de las minorías étnicas, los cuales tradicionalmente apoyan a los demócratas.
El ejemplo más claro es que los demócratas son mucho más dados a votar por correo que los republicanos. Por lo tanto, cualquier medida que dificulte el voto por correo favorecerá a los republicanos. Consecuentemente, los cambios propuestos en Georgia acortan los plazos para votar por correo y piden más justificantes que antes. Además, eliminan muchos de los buzones especiales que hay para depositar el voto por correo y exigen que estos estén dentro de edificios federales, lo cuales tiene un horario limitado, es decir, que la gente no podrá depositar su voto allí más que en horario de oficina.
Otro ejemplo, los demócratas predominan en las grandes ciudades, mientras que los republicanos lo hacen en los lugares rurales. Los cambios propuestos alargan el período para votar en persona por adelantado en los condados poco poblados pero no en los más populosos.
La nueva ley elimina también los centros de votación ambulantes, autobuses que van a iglesias, bibliotecas, parques y otros lugares para que la gente pueda votar en ellos en persona por adelantado. Esta medida perjudica a los miembros de las minorías étnicas, bastantes de los cuales no tienen coche y les resulta difícil desplazarse a votar en un país donde imperan las grandes distancias y escasea el transporte público.
Otra medida que afecta a las minorías étnicas, particularmente a los negros, es que la nueva ley deja a la discreción de cada condado si se puede votar en persona por adelantando en domingo. Esto es muy impactante porque entre los afroamericanos existe la costumbre de votar por adelantado en persona el domingo antes de las elecciones, cuando las iglesias fletan autobuses para llevar a los feligreses a las urnas. Al permitir que los condados eliminen esta posibilidad, la nueva ley abre la puerta a un ataque frontal al voto afroamericano.
Por si esto fuera poco, la nueva ley convierte en delito dar comida y bebida a los que esperan en las largas colas que se forman el día de las elecciones, los cuales suelen ser precisamente los negros y otros miembros de las minorías étnicas, cuyos barrios tienen menos acceso a las urnas que los barrios blancos. La intención está clara: poner obstáculos al voto por correo, al voto por adelantado en persona y al voto el día de las elecciones a todos aquellos que tradicionalmente apoyan a los demócratas.
La reacción en contra de esta ley no se ha hecho esperar y ha alcanzado las esferas más altas del poder económico y mediático. Georgia es la sede de muchas grandes corporaciones como Coca-Cola o Delta, las cuales, presionadas por los enfurecidos ciudadanos, han condenado la nueva ley, tras haberlo hecho con claridad y firmeza un nutrido grupo de altos ejecutivos negros de varias compañías importantes. Las protestas se han extendido a otras esferas y el viernes pasado la liga de béisbol anunció la suspensión de un importante partido que se iba a celebrar en Atlanta. Georgia es el epicentro de un terremoto político de desconocidas consecuencias.
Los demócratas han propuesto en el Congreso una nueva ley federal para proteger los derechos de los votantes conocida como H.R.1, pero de momento no está claro que tengan el suficiente apoyo para pasarla en el Senado. Para eso necesitarían eliminar el procedimiento obstruccionista conocido como filibuster, que hace necesario obtener 60 votos para aprobar propuestas en el Senado, en lugar de los 51 votos de la mayoría simple, lo cual no es cosa fácil. Pero la indignación que los intentos de suprimir el voto en Georgia y otros Estados está produciendo en el público podría persuadir a los demócratas a dar este paso.
Lo que está en juego en estos momentos no es la suerte del Partido Republicano o del Partido Demócrata, sino del propio sistema político. La situación es seria y la supervivencia de la democracia no está asegurada.