Posverdad y redes sociales: una amenaza para la democracia
Vivimos rodeados de "información que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a emociones, creencias o deseos del público".
Como tantos millones de telespectadores aquella noche del 3 de mayo, Nicolas Vanderbiest estaba viendo el debate final entre Marine Le Pen y Emmanuel Macron. En el tramo final, a la desesperada tras una actuación mediocre, Le Pen quemó su último cartucho: "Sr. Macron, espero que no tengamos que descubrir que usted tiene una cuenta offshore en Bahamas". Minutos más tarde, Vanderbiest, experto en redes sociales, analizó los artículos más compartidos durante el debate. En el sexto lugar aparecía una noticia de un medio norteamericano – 4chan – que aseguraba que Macron tenía una cuenta en Bahamas y aportaba incluso los extractos de las cuentas, subidos a la web por un usuario anónimo.
En pocas horas, la noticia se esparcía como un virus entre los electores de un país que estaba a cuatro días de elegir a su presidente. El medio que daba la información y sus principales propagadores en las redes sociales – Jack Posobiec y William Craddick – alertaron a Vanderbiest: eran medios y comunicadores que habían contribuido a difundir noticias falsas en Estados Unidos durante la campaña electoral de 2016, como el famoso "pizzagate", un bulo que situaba a John Podesta, responsable de la campaña de Hillary Clinton, en medio de una oscura trama pederasta.
A pesar de que los rumores sobre la cuenta de Macron prendieron en las redes, no tuvieron consecuencias significativas en la campaña electoral. El equipo del candidato se pasó la noche trabajando y a las 6.00 horas de la mañana envió un comunicado a todos los medios de comunicación en el que, además de facilitar los datos de contacto del investigador Vanderbiest, detallaban el origen de la información y su falsedad. "Hay dos lecciones fundamentales para repeler estos ataques: la primera es la velocidad de respuesta. Se debe responder tan rápido como se propaga la información falsa. Y la segunda consiste en analizar el origen de la noticia y comprobar su veracidad", explica Nicolas Vanderbiest a El HuffPost.
El episodio francés, que tuvo una segunda fase horas después con el llamado "Macronleaks", invita a reflexionar sobre el papel de las redes sociales en las sociedades democráticas. El tema no es nuevo, pero genera cada vez más interrogantes. Tras el referéndum del Brexit y las elecciones norteamericanas en 2016 se puso de moda el término posverdad (palabra del año 2016 para el Diccionario Oxford y que ahora será recogido por la Real Academia Española). Se refiere a "información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a emociones, creencias o deseos del público", ha explicado el presidente de la Academia.
Las redes sociales, con sus virtudes y sus defectos, son cada vez más el espacio central de discusión pública. Se han convertido en una de las principales fuentes de información. Más del 60% de los estadounidenses recurren a las redes sociales para informarse. La mitad de los europeos también recurren a ellas para estar al día. ¿Cómo influyen en la calidad de nuestras discusiones políticas?
El potencial de Facebook y Twitter para revitalizar la democracia y adaptarla a los nuevos tiempos es formidable – por no mencionar su capacidad de organizar la rebeldía en los países que viven bajo dictaduras - pero el problema es que estas redes sociales tienen también una capacidad asombrosa para sembrar mentiras, rumores y medias verdades, dificultando en ocasiones un debate informado y libre basado en hechos reales.
"Si no tenemos cuidado, las redes sociales nos pueden defraudar", dijo recientemente la comisaria de competencia Margrethe Vestager en la presentación de "ALL", un foro europeo que se propone revitalizar la democracia. "A pesar de todas las conexiones que las redes ponen a nuestro alcance, pueden también aislarnos en nuestro propio mundo.... Y no podemos tener un debate abierto desde mundos separados", concluyó la comisaria danesa.
Si alguna vez internet representó la creación de una gran aldea global sin distancias ni barreras entre sus habitantes, hoy las redes sociales convierten cada vez más el ciberespacio en un gran archipiélago de islas confort en donde sus habitantes comparten gustos y formas de vida similares, pero viven al margen de los habitantes de otras islas. Por otro lado, esta fragmentación social no es nueva, apunta Vanderbiest. "Las burbujas han existido siempre, lo que han hecho las redes sociales es trasladarlas a internet".
Muchos americanos no podían creerse que hubiera ganado Trump porque no conocían a nadie que le fuera a votar. Otros tantos británicos eran incapaces de comprender el Brexit porque era ajeno a sus círculos sociales. Es lo que le sucedió al activista Tom Steinberg. Al despertar aquel 24 de junio del año pasado, preguntó a través de su cuenta en Facebook por votantes partidarios del Brexit para hacerles una entrevista. A pesar de que la mayoría del país había votado a favor del divorcio con la Unión Europea, Steinberg no logró encontrar a ningún contacto que estuviera contento con el resultado.
La mayoría de contenido al que cualquier usuario está suscrito en Facebook no aparecerá nunca en su muro. La red social emplea un algoritmo para determinar, de acuerdo con las preferencias expresadas anteriormente y la interacción que haya generado el contenido, el contenido que aparece en el muro, dando lugar a lo que se conoce como "burbujas filtro". De forma similar, Google establece un orden de preferencias ante cualquier búsqueda de acuerdo con 57 variables, como el historial del usuario y el lugar del mundo desde donde se produce. También entran en juego los contenidos promocionados que, al margen de su calidad o veracidad, se cuelan en las pantallas de los internautas.
Además de convertir las redes en cajas de resonancia donde se accede y se repiten contenidos que encajan con la visión del mundo que uno tiene, el problema es que en esa gran nube de contenidos virales y atractivos no se distingue a veces entre lo probado y lo hipotético, los hechos de las ficciones y las mentiras de le verdad, lo que convierte las redes en un campo de batalla ideal para la guerra sucia en las campañas electorales.
No fue nada casual que Emmanuel Macron aprovechara su comparecencia junto con Vladimir Putin para cargar contra Sputnik y Russia Today, calificándoles como "órganos de propaganda e influencia". Según Vanderbiest, el 90% de los perfiles de Twitter que se dedicaron a propagar la información sobre la supuesta cuenta en Bahamas de Macron eran seguidores también de estos dos medios rusos. La mañana tras el debate, el único medio europeo que mantenía un ángulo propio dando veracidad a la supuesta cuenta bancaria de Macron era Sputnik, explica Vanderbiest. Hay también sospechas de que la mano rusa está detrás del ataque informático que sufrió Hillary Clinton en su campaña electoral.
Tras la campaña americana, el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, se comprometió a tomar medidas para evitar que su red opere como ventilador de noticias falsas. Tras asociarse con algunas plataformas que ayudan a verificar sus contenidos, las informaciones falsas, en teoría, ahora quedan etiquetadas con una señal que las identifica como tales, pero el problema es que estos contenidos siguen circulando y puede incluso que la etiqueta les añada un morbo añadido para su lectura y circulación.
"Facebook no está haciendo lo suficiente", explica Vanderbiest. Además para los investigadores esta red social es "una caja negra a la que no se puede acceder para saber lo que está pasando". A diferencia de Twitter, la mayoría de perfiles en Facebook son privados. "El problema para Facebook es que es posible que algunos de estos contenidos falsos o dudosos les resulten rentables si han sido patrocinados", advierte el investigador belga.
El Parlamento Europeo dedicó una mañana recientemente a debatir el asunto. Los intervinientes compartieron preocupaciones por la capacidad de las redes de propagar información falsa, pero no tienen claro cuál es el mejor camino para terminar con el problema. En internet proliferan plataformas con el objetivo de verificar los contenidos que circulan online, como la nueva web que impulsa el creador de Wikipedia, Jimmy Wales, que permitirá editar contenidos a los propios usuarios. E+S se pondrá en marcha a finales de año. El problema sigue sin resolverse y la campaña electoral alemana de septiembre promete ser el siguiente test de estrés para una democracia.