Por qué (y cómo) los cristianos deberían celebrar el Orgullo
Cada mes de junio, la comunidad LGBTQ+ y sus aliados celebran el mes del Orgullo, una oportunidad para poner el foco y celebrar a la gente LGBTQ+ en toda su plenitud, para recordar las luchas hacia la igualdad y para imaginar un mundo en el que la celebración y la completa inclusión sean la norma, no una excepción. Para muchos cristianos, sin embargo, el Orgullo se ve con prejuicios y reproches, como una oportunidad para echar pestes contra los homosexuales.
El Orgullo no sólo es una oportunidad de celebración para la comunidad LBGTQ, sino para que las personas no LBGTQ adopten una forma de ser más similar a la de Cristo.
El Orgullo es necesario por muchos motivos, y uno de ellos es la homofobia entre los cristianos. Como colectivo (aunque muchos individuos y grupos dentro de la religión luchan desde hace tiempo por una mayor inclusión), los cristianos, especialmente los evangélicos conservadores, han creado un contexto histórico de exclusión, abuso, victimización y aislamiento de las personas LGTBQ.
Desde establecer una pseudociencia intrínsecamente homófoba de una "terapia" reparadora, hasta desheredar y rechazar a miembros de la familia, amigos y fieles cuando salen del armario. Históricamente, los cristianos han castigado y desterrado a personas a las que Dios nos pidió amar incondicionalmente. Al normalizar un lenguaje homófobo desde el púlpito y justificar el maltrato en nombre de una "pureza" teológica, la Iglesia ha contribuido a la deshumanización política, relacional y espiritual de las personas LGTBQ.
A través de esa normalización, la Iglesia ha fabricado una cruz que obliga a llevar a las personas LGTBQ. La cruz de Jesús es una cruz de amor, de sacrificio, de inclusión; pero la Iglesia ha creado una cruz que obliga a las personas LGTBQ a cargar con el peso de la exclusión, el bullying, el rechazo, la depresión, el aislamiento, la inclinación suicida, la represión y el juicio. La Iglesia es culpable, y cómplice, de crear una cultura de muerte, de falta de hogar y de aislamiento que de ningún modo refleja el carácter de Dios.
Las Escrituras y la imagen de Jesús se han utilizado como armas contra personas creadas a imagen de Dios. La Iglesia ha decidido elevar una cuestión aparentemente teológica por encima de la humanización y la cura de toda una comunidad. Ha elaborado una caricatura de Jesús como alguien que sentencia a la gente y ha hecho creer que ese es el verdadero Jesús, que esa es la voluntad de Dios. Al fin y al cabo, no deberíamos necesitar un grado de teología sistemático para decidir si todo el mundo está hecho a imagen de Dios y si Dios los acepta. La respuesta siempre es sí.
Y ahora, antes de que me venga alguien con el "¿pero y qué pasa con la Biblia, qué dice la Biblia?", yo digo que no me interesa enzarzarme en una discusión documentada sólo por saber quién tiene "razón". Hacerlo sería no entender nada en absoluto. Los ultrarreligiosos fariseos reflejados en los evangelios constantemente usaron los textos como un arma moral, obviando que todos somos humanos. El sentimiento de Jesús hacia ellos siempre fue el mismo: los invitó siempre a dar ánimos en lugar de moralizar a la gente, y a aligerar la carga de prácticas religiosamente opresivas que ellos crearon. La prueba definitiva de Jesús no consiste en una interpretación hermenéutica, sino en la compasión y en invitar a la gente de los márgenes al centro. Esta postura de Dios sigue siendo la misma a día de hoy.
El fruto de la mayoría de la teología cristiana occidental es la muerte, la depresión, la falta de techo y la exclusión. La Iglesia limita a las personas LGTBQ el acceso seguro a una comunidad cristiana y trata de convencerlos de que la imagen de Dios está menos presente en los fieles LGTBQ que en otras personas.
Los cristianos tienen la oportunidad este mes, y cada día de su vida, para arreglarlo, para observar cómo la Cristiandad en su conjunto ha dañado a las personas LGTBQ y para hacer las cosas mejor. Este mes nos ofrece la oportunidad de ver con claridad nuestro rol como opresores, de reparar lo que sea necesario, de alzar la voz que hemos silenciado, de trabajar contra una legislación discriminatoria, de arrancar de raíz nuestra propia homofobia y de celebrar el don de una comunidad LGTBQ resiliente, dinámica y diversa.
Al nivel más básico, la Iglesia debería permitir celebrar el Orgullo para exponer nuestra homofobia. Y, en vez de esconderse tras la teología o la tradición, debería pedir arrepentimiento. Es hora de aprender de las personas LGTBQ y de crear comunidades que fomenten el amor radical, la aceptación, el foco y la defensa de las personas LGTBQ en vez de caer en la tendencia histórica de sentimientos, políticas y acciones anti-LGBTQ.
La Iglesia debe dar espacio a voces LGTBQ en el púlpito y debe negarse a teorizar y teologizar sobre la gente si no están en la sala. Esto se puede hacer ofreciendo de forma intencionada el liderazgo de los niveles superiores de iglesias y organizaciones. La comunidad LGTBQ siempre ha tenido voz, pero, históricamente, la Iglesia se ha tapado los oídos mientras gritaba los mismos textos planos. Los cristianos LGTBQ ya han marcado el camino en esta religión y lo han hecho frente a la hostilidad, frente al cuestionamiento de su fe y frente al rechazo de la comunidad cristiana. Debemos seguirles para nuestra liberación colectiva. Como colectivo, la iglesia puede hacerlo mejor. Debe hacerlo mejor. Hay demasiado en juego como para mantener esas líneas rojas.
Como cristianos, perdemos una parte de nuestra humanidad cuando dejamos a un lado la compasión y tratamos a las personas como objetos que merecen desprecio o violencia. El Orgullo nos da la oportunidad de acabar con prácticas e ideologías opresivas mientras nos convertimos en personas más humanas. Así aprendemos de la imagen de Dios que está en las personas LGTBQ, la imagen que enseña la diversidad de cómo Dios se identifica con el género y el sexo, que enseña a celebrar y a mantener la resiliencia en nombre del amor, y que nos enseña a luchar por nuestra propia humanidad colectiva. Es imprescindible que este mes y todos los meses los cristianos devolvamos todo lo que hemos arrebatado a las personas LGTBQ: voz, espacio, dignidad, seguridad y una afirmación de su humanidad íntegra.
El don del Orgullo para los cristianos es una oportunidad de vernos claramente a lo largo de nuestra opresiva historia y de continuar la celebración de este mes de la mejor forma.
Brandi Miller es representante religiosa de un campus universitario y directora del programa de justicia del Pacific Northwest.