Por qué vale la pena seguir probando alimentos que no te gustan
Cuando era pequeñaja, antes de comenzar a preocuparme por el aspecto físico y demás, comía de todo. Mis padres siempre dicen que daba gusto darme de comer (al contrario que mi hermana que tenía que inventar artimañas para que diera bocado). Me gustaba el pescado, las verduras y las legumbres.
Con los años, comencé a rechazar ciertos alimentos, odiaba su sabor o tu textura. La coliflor, brócoli, tomate crudo, champiñones, aguacate, arroz con leche, púdines, el puré de verdura... no los podría ni ver.
No fue hasta que me independicé que poco a poco aprendí que el brócoli salteado con pasta en vez de el brócoli extra cocido que a veces me ponían de pequeña o los tomates cherry crudos saben completamente diferente.
Esto es normal, y es probable que tengas historias similares de alimentos que te han llegado a encantar a medida que tu paladar ha madurado.
Pero he notado algo gracioso acerca de los adultos mayores de 25 años. Por lo que puedo decir, si no la mayoría de los adultos con los que hablo sobre sus preferencias alimenticias, han vuelto a la tozudez de la niñez cuando se trata de ciertos alimentos.
El argumento es algo así como: "He probado la coliflor un trillón de veces. Simplemente no me gusta, entonces ¿de qué sirve intentarlo de nuevo?"
Esta línea de razonamiento tiene un sentido intuitivo. La vida es corta, por lo que no debes perder tu tiempo en cosas que no te hacen feliz. Hay miles de alimentos de los que puedes disfrutar por lo que puedes pensar que el hecho que no te guste alguno de ellos no pasará nada.
Realmente y nutricionalmente (siempre que comas otros ingredientes que te aporten los nutrientes necesarios) no pasa nada. Pero entenderás que como buena amante de la comida quiera hacerte cambiar de opinión y que veas que no existe un ingrediente o alimento asqueroso, si no que tu opinión sobre él se basa en un conjunto de experiencias que han hecho no aprecies el ingrediente como el delicioso manjar que es.
He sido testigo de primera mano de cuán agradable es la vida cuando tienes más opciones a elegir, y por esta razón me siento obligada a compartir mi historia y espero convencerte de que vuelvas a intentarlo.
Antes de nada me gustaría aclarar que hay una gran diferencia entre rechazar una versión falsa y poco saludable de un alimento y rechazar una categoría completa de alimentos. Es decir, no es lo mismo decir que no me gustan las aceitunas de plástico que ponen en las pizzas congeladas que decir no me gustan las aceitunas en general. En el primer caso estás rechazando por discernimiento y en el segundo estás reaccionando por miedo e incomodidad hacia el alimento en sí.
Como alguien que ha rechazado ciertos alimentos durante años, me siento segura al decir que mi falta de deseo de seguir probando alimentos que no me gustaban se basaban en la creencia limitada de que mis gustos no podían cambiar. Que nací con ellos y que no eran negociables.
Pensé que si había intentado algo varias veces y no me gustaba, no tenía sentido volver a intentarlo.
Todo esto cambió cuando comencé a comprar productos reales, de más calidad, en mercados de agricultores locales, en tiendas de confianza. Cuando comienzas a adquirir productos de temporada a personas que se preocupan por sus productos en vez de los industriales producidos en masa que se ven igual todo el año, me di cuenta de que casi todas las expectativas de cómo los alimentos eran y sabían eran incorrectas.
Esta epifanía cambió mi mentalidad acerca de cada comida nueva que me tomaba. Mi escepticismo normal fue reemplazado por la curiosidad, y de repente estaba abierta a un mundo de nuevas experiencias.
Comencé a comprar cosas que nunca antes había probado o que antes ni siquiera me gustaban, simplemente porque su aspecto me llamaba la atención, y el 90% de las veces resultaban deliciosas.
Mi nueva mentalidad no solo me transformó a ser una entusiasta aventurera. También me inculcó una nueva creencia expansiva: que mis gustos nunca son inamovibles.
El solo hecho de probar de nuevo un ingrediente que no te gusta, y que te guste, es una experiencia brutal. La familiaridad es lo que conforma la mayoría de nuestras preferencias alimenticias. Los alimentos nuevos (especialmente aquellos con sabores intensos) a menudo pueden provocar sentimientos de incomodidad fuerte, lo que desencadena nuestra respuesta de lucha o huida (también conocida como miedo). Una vez que un alimento ha sido emparejado en tu mente con incomodidad y miedo, es probable que continúes evitando ese alimento y lo encuentres raramente. Cuando lo hagas, es probable que tu reacción continúe siendo negativa.
Sin embargo, estudios muestran que la exposición a alimentos desconocidos puede cambiar las preferencias alimentarias a medida que la comida se vuelve más familiar. Esto se conoce como el simple efecto de exposición. Pero hasta que hayas experimentado esto de primera mano, puedes cuestionar si vale la pena atravesar este proceso de probar continuamente alimentos que no le gustan. ¿De verdad quieres invertir todo ese tiempo y malestar por algo que no es esencial para vivir?
Absolutamente.
He cambiado de opinión sobre las coles de Bruselas, los quesos fuertes y un montón de otros alimentos que no toleraba y ahora me encantan. Agregar todos estos alimentos a la lista de cosas que me hacen feliz ha hecho que sea mucho más divertido ir a restaurantes, viajar y explorar nuevos ingredientes.
Una vez que te das cuenta de que realmente es solo cuestión de tiempo el que te guste una cosa, ello se vuelve mucho menos incómodo y realmente mucho más divertido ir en busca de esa comida o ese chef que finalmente hará cambiar tu opinión sobre la coliflor. Te da una mayor sensación de control sobre tu propia felicidad y la sensación de que realmente estás viviendo la vida al máximo.
Que te gusten y disfrutar de las cosas es mucho más divertido que que no te gusten, ¡te lo prometo!