Por qué es tan importante que Suecia quiera entrar en la OTAN
Un país que no hace la guerra desde tiempos de Napoleón, ejemplo de neutralidad, da el paso ante la certeza de que la amenaza de Rusia es duradera y debe pertrecharse.
“El comportamiento de Rusia es estructural, es a largo plazo, no cambiará en mucho tiempo ni aunque haya un acuerdo de paz con Ucrania o Vladimir Putin dimitiera. Es el momento”. La ministra de Exteriores de Suecia, Ann Linde, no puede ser más clara: el mundo ha cambiado, su mundo ha cambiado, hay una amenaza creciente en el horizonte y tocaba actuar. Así se justifica el paso histórico dado esta semana por su país, al pedir formalmente su entrada en la OTAN.
Junto a su vecino, Finlandia, ha decidido romper su tradicional neutralidad defensiva para garantizarse la supervivencia, un vuelco radical en sus políticas propiciado por la invasión a Ucrania y que evidencia cómo la “operación especial” lanzada por Rusia el 24 de febrero pasado ha dado la vuelta a todo lo supuesto, a lo previsible. Suecia lleva sin meterse en guerras desde la época napoleónica, aunque políticamente había transitado hacia una posición comprometida, al entrar en la Unión Europea en 1995. En lo militar, seguía siendo un no alineado.
La política exterior sueca se ha basado desde el siglo XIX en esa neutralidad, una senda marcada por el rey Carlos XIV y ha sido seguida por los sucesivos gobernantes suecos, especialmente durante la época de Guerra Fría. Desde 1991, tras la caída de la URSS, comenzó a virar hacia los posicionamientos de la OTAN, en una inclinación natural si se sigue la estrategia de los países europeos de su entorno y sus excelentes relaciones con Washington, también. Se señaló, inicialmente, ayudando a los países del Báltico en su independencia y participando luego en las primeras maniobras de la Alianza Atlántica.
En los últimos años, y ante la creciente amenaza de Moscú, se había ido preparando para la adhesión que ahora reclama: ha sido compañero de maniobras, de operaciones de control aéreo o de intercambio de información de la Alianza Atlántica, hasta el punto de que Jens Stoltenberg, su secretario general, se refería a suecos y finlandeses como sus “más cercanos socios”. La colaboración no podía ser más estrecha sin estar dentro. Estaban preparados para sumarse a los 30 estados que ya están en la OTAN: Suecia es una democracia consolidada y sana, tiene unas fronteras claras, buenas relaciones de vecindad y unas fuerzas armadas de nivel. Por eso se cree que su entrada será rápida, aunque los tiempos no están claros (¿finales de año? ¿Principios de 2023?). Tampoco si finalmente se podrá eludir el veto turco, fruto del enfado que tiene Recep Tayyip Erdogan porque los kurdos son considerados refugiados en estos países, cuando para él son terroristas.
Desde que comenzó la guerra de Ucrania, estaba ya asistiendo como oyente a todas las juntas de la OTAN al respecto. Sabe perfectamente lo que pasa, como cualquier socio, pero le faltaba una cosa esencial: poder gritar “a mí” si alguien le ataca y tener protección. El Tratado del Atlántico norte le dará ahora ese escudo, el famoso artículo 5, que establece que un ataque a un miembro de la OTAN representa un ataque a todas las naciones de la organización, una piedra angular de la alianza.
El portal especializado en defensa Global Firepower (GFP), que publica listas anuales sobre el potencial militar de más de 140 países, coloca a Suecia en el puesto número 25 a nivel mundial, por encima de otras potencias militares como Corea del Norte o Sudáfrica. Se trata de un indicador estimado que compara la capacidad de combatir de un país en caso de guerra. En cuanto al presupuesto dedicado a Defensa, el Ejército nórdico también se encuentra en puestos altos en la clasificación, concretamente en el 26, con más de 8.600 millones de dólares anuales (unos 8.250 millones de euros). Si entra en el club atlantista, también pondrá al día su inversión en política de defensa, destinando el 2% de su PIB a esta materia en 2028. Es el horizonte ideal de los socios, aunque la media está ahora mismo en el 1,6%.
El país lleva años mejorando su armamento, por ejemplo con los cazas de alta calidad Gripen, ha recuperado el servicio militar obligatorio (incluyendo mujeres) y ha aumentado sus tropas. Hace casi dos años, se aprobó un plan para modernizar el ejército ante el incremento constante de la tensión con Rusia; en los próximos 10 años, dice el texto, Suecia pasaría de tener 60.000 efectivos de guerra a un total de 90.000 efectivos en 2030. Es potente en el mar, siendo el país con mayor litoral en el Báltico.
El ingreso de Suecia y Finlandia, sumándose a vecinos de la región como Dinamarca, Noruega e Islandia, formalizaría sus labores conjuntas de seguridad y defensa de una forma que no ha hecho el pacto de Cooperación de Defensa Nórdica (NORDEFCO por su acrónimo en inglés). Este organismo se orienta a la cooperación, sobre todo, pero trabajar con la OTAN significa poner sus tropas a disposición de un comando conjunto.
Años de desconfianza
El progreso rápido en los señalamientos de Rusia al país, a través de herramientas de guerra híbrida, ya estaba transformando la opinión de la población respecto a la OTAN. Hay varios informes que apuntan al riesgo que supone, en concreto, la inteligencia rusa para Suecia. Uno del SÄPO, el servicio de seguridad nacional, señaló en 2019 que Rusia era su principal amenaza. Apuntaba a la llamada “doctrina de zona gris”, una ofensiva diseñada para ganar influencia sin tener que llegar al conflicto armado, abierto. Pone ejemplos: desde espionaje defensivo a industrial, pasando por compra de medios y redes sociales, pirateos o compra de empresas y de tecnologías estratégicas. En otro informe, el Servicio de Inteligencia Exterior de Estonia (Välisluureamet), afirmaba que agentes rusos habrían apoyado recientemente a partidos euroescépticos tanto en su país como en Suecia.
En lo militar, el Gobierno sueco se ha concentrado principalmente en las actividades de la marina rusa en el Báltico, sobre todo en las aguas próximas a la isla sueca de Gotland, más irritado tras las incursiones de Moscú en Georgia (2008) y Crimea (2014). Se han investigado avistamientos de submarinos y aproximaciones a aguas territoriales de buques rusos y se han interceptado algunas comunicaciones sospechosas, pero de las que no han trascendido casi detalles. Su mayor miedo hasta este 2022 era más comercial que militar, porque los barcos rusos podrían llevar a un bloqueo del transporte marítimo a través del Báltico, clave para los suecos.
Los preparativos de la guerra en Ucrania y la invasión han sido los que, al fin, han elevado ya sin dudas los apoyos a la Alianza: el 57 % de la población quiere que su país entre, 20 puntos más que enero. Según se aprecia en la evolución de Statista, el repunte es claro en los últimos meses, cuando históricamente el máximo de apoyos a la entrada en la OTAN era de un 35%.
La anexión de Crimea, en 2014, por parte de Rusia fue ya el primer empujón importante, porque antes nunca defendía esta opción más de una cuarta parte de la población. Los Gobiernos del Partido Socialdemócrata Sueco (SAP), muy consolidados, eran los primeros en defender con vehemencia esta línea. Ya no. “Cuando Rusia invadió Ucrania, la postura de seguridad de Suecia cambió fundamentalmente”, como resumió en un comunicado en abril la primera ministra, Magdalena Andersson.
Y es que viene una lección fundamental aprendida de Ucrania: tras el anuncio de la OTAN en 2008 de que Ucrania y Georgia se convertirían en miembros, el tema quedó flotando durante años, sin abordar, porque los líderes occidentales que no querían provocar más a Putin. Ni siquiera la promesa amedrentó a Putin, quien ha recurrido a la supuesta amenaza nazi y el argumento de que la estatalidad ucraniana era un mito. La moderación fue equivocada, piensan en Estocolmo, y por eso ahora han querido completar el proceso lo más rápido posible.
El informe del parlamento sueco que avala la entrada en la OTAN contiene el reconocimiento, evidente, de que a Rusia le sentará mal su paso, pero también la constatación de que los riesgos de no poderse acoger al artículo 5 son aún mayores. Por ahora, el Kremlin ha prometido una respuesta “técnico-militar” acorde con el paso dado por Estocolmo, “proporcional” a sus consecuencias. No ha concretado más, aunque Putin insiste en que no tiene problema alguno ni con Suecia ni con Finlandia. Las violaciones periódicas de su espacio aéreo no serían nuevas, pero ahora es imposible de contener la preocupación por el hipotético despliegue de armas nucleares o de misiles hipersónicos. ¿Una invasión? No parece, antes tiembla el mundo postsoviético, pero todo y nada está sobre la mesa.
Lo que está claro es que Rusia ya no podrá imponer sus prioridades estratégicas en la zona como ha hecho en estas décadas a las dos naciones neutrales, condiciones a las que accedían por protegerse y mantener el statu quo. Ahora se ha roto y todo cambia.
Qué supone para la OTAN
La entrada de Suecia, como la de Finlandia, supone un espaldarazo para una OTAN que hace apenas unos meses buscaba un nuevo rumbo y no lo encontraba, una razón de ser. Estamos ante la expansión más rápida en la historia de la Alianza, justo cuando su crecimiento era enarbolado por Rusia como uno de los motivos por los que lanzaba “preventivamente” su andanada. Putin ha acabado siendo su aliado, cambiando el mapa de la seguridad del viejo continente al ampliar el bloque de sus adversarios.
Hay un cambio de base, de mentalidad: ha quedado claro que en la nueva Europa que Putin está forzando no hay lugar para espectadores, sino para actores. Quedarse quieto es un peligro. “El no alineamiento militar ha cumplido su misión en Suecia, pero nuestra conclusión es que no nos funcionará en el futuro”, resume la primera ministra Andersson. Un cambio político de primer orden de quienes entienden que o se está protegido por la OTAN o se está solo frente a Rusia. Quién iba a decir hace tres meses que algo tan complejo se fuera a simplificar tanto por los viejos resentimientos de un mandatario.
Con los nórdicos, la OTAN refuerza su presencia en el norte de Europa, gana directamente más de 1.300 kilómetros de frontera con Rusia, amplía el control del mar Báltico y logra una vía de acceso marítimo clara a San Petersburgo y al enclave ruso de Kaliningrado. Finlandia y Suecia también se unen, junto con Islandia, en el corazón del triángulo conformado con el Atlántico Norte y las zonas marítimas del Ártico, hacia donde Rusia proyecta su poderío militar desde la Península de Kola. La planeación militar integrada de la OTAN sería mucho más simple, haciendo que la región sea más fácil de defender para sus intereses.
Todo el Báltico, salvo Rusia, estará dentro de la Alianza, lo que abre de inmediato la puerta a una mayor presencia en la zona de Estados Unidos. En estos momentos, ni Helsinki ni Estocolmo están por la labor de abrir sus puertas al despliegue de armamento norteamericano, que sí sería un paso que Moscú entendiera como provocador. La UE es de la misma opinión. Tanto EEUU como Reino Unido se han comprometido a proteger a Suecia y Finlandia si son agredidas de alguna manera antes de que entren en la OTAN con pleno derecho.
Quedan por delante los pasos de la burocracia, que se acelerarán de seguro, y, sobre todo, los que dé Rusia. Por mucho que preocupara la expansión de la Alianza, es Moscú quien movió la ficha definitiva de la guerra. La ampliación de la OTAN nunca fue la causa real de la decisión de Putin de invadir Ucrania, pero sí es una consecuencia. El revanchistamo y el revisionismo del presidente ha traído consecuencias inesperadas. Sus adversarios no son ahora los que se quedaron quietos hace ocho años. Y con Suecia y Finlandia, no sólo son distintos, sino que son más.