Políticos y expertos ante la pandemia
Resulta inaceptable el sistemático ataque de carácter político, impropio de su función y desmesurado, de los colegios profesionales contra Fernando Simón.
El demagogo se halla en continuo peligro de convertirse en un actor y de tomar a la ligera las consecuencias de sus acciones, preocupándose solo por la impresión que produce.
La política como profesión, Max Weber
Ante la segunda ola de esta pandemia, ni los unos saben tanto ni otros lo pueden todo. Sabemos poco y podemos aún menos. Avanzamos a ciegas aprendiendo por ensayo y error. Sin embargo, unos y otros somos incapaces de reconocerlo.
Recientemente, The Economist ha publicado un ranking de países con las conclusiones de la encuesta de opinión entre 25.000 “científicos” sobre el mayor o menor seguimiento de la ciencia por parte de sus respectivos gobiernos en la gestión de la primera ola de la pandemia. Una relación siempre conflictiva de la que ya se hizo eco Max Weber en su ensayo El político y el científico.
Sin embargo, en este caso, la tónica general no es el conflicto, sino más bien la diferencia de las opiniones entre los distintos estados. De una parte, la acusación de estar enfrentados con la ciencia que encabezan lógicamente los países con gobiernos más negacionistas, como lo han sido en distintos momentos y grado EEUU, Brasil, Gran Bretaña o Rusia, pero sorprendentemente también por España, que ocupa además el cuarto puesto en cuanto al radical desacuerdo de sus científicos con el Gobierno. En el extremo opuesto, aquellos donde se ha dado apoyo a la gestión científica por parte de sus gobiernos, entre los que se encuentran lógicamente Nueva Zelanda, Dinamarca o Alemania, y también China y Argentina. Incluso en alguno de ellos se intenta establecer una correlación entre la gestión con base científica y el buen resultado electoral, como el de Jacinda Ardern en Nueva Zelanda. En el medio, una zona donde la crítica y el apoyo están equilibradas dentro de los propios países.
Una primera explicación a los resultados más contradictorios es que el juicio científico, salvo contadas excepciones, tiene una relación casi mecánica con el impacto de la pandemia en los distintos países, más benévolo cuando la incidencia ha sido baja o se ha conseguido contener la pandemia, como en Nueva Zelanda, China o Alemania, y más exigente cuando la pandemia se ha ensañado o descontrolado, lo que explicaría también la valoración demoledora de la ciencia y la gestión política de la crisis en España. La causa no sería pues el apoyo a una estrategia de salud pública de contención o bien de mitigación, ya que tanto entre los países con buena valoración por parte de sus científicos, como también entre los países con peor valoración hay exponentes de las distintas estrategias.
Sin embargo, llama la atención una valoración tan crítica por parte de los científicos españoles, cuando la gestión de salud pública de nuestros gobiernos, central y autonómicos, con carácter general, se ha realizado en la línea de las recomendaciones de los organismos internacionales como la OMS y el ECDC y de los expertos de epidemiológía y salud pública, primero desde la declaración de emergencia sanitaria, luego ya con la pandemia y en las distintas fases de confinamiento, desescalada, contención, respuesta temprana, y ahora en plena segunda ola.
Quizá también una de las respuestas a esta aparente paradoja pueda estar en la metodología de la encuesta, en que desconocemos en primer lugar entre qué científicos, técnicos o profesionales se realizó la encuesta. Porque, como se puede entender fácilmente, no es lo mismo que hayan sido investigadores, que gestores de salud pública o profesionales sanitarios, ya que ni por su enfoque o por su participación en la pandemia sus valoraciones son homogéneas ni equiparables, aunque en su mayoría podemos concluir en que puedan coincidir cuanto menos en el recelo.
Es cierto que ha venido siendo más crítica la opinión de los profesionales sanitarios, más explicable por cuanto venían de sufrir fuertes recortes a raíz de la crisis financiera y porque se han visto golpeados y desbordados por la fuerza de la primera ola de la pandemia, sin contar con los equipos de protección física individual y de los medios técnicos necesarios en su ya frágil situación, así como por el colapso de las cadenas de suministro.
En cuanto a la relación con los profesionales investigadores en España, ésta ha sido muy deficiente históricamente con el ‘que investiguen ellos’, y en particular a raíz de la crisis financiera que supuso la amputación de más de la mitad del presupuesto dedicado a la ciencia. Razón más que suficiente para una valoración crítica de la gestión política, más allá de la gestión de la pandemia propiamente dicha, y al margen de las previsiones de un sustancial incremento de la partida presupuestaria, así como del estatuto del personal investigador.
También llama la atención la coincidencia de la opinión de los científicos con las encuestas de opinión pública general sobre la gestión política de la pandemia. En España, a lo largo de una pandemia que ha golpeado muy duramente, la constante ha sido una opinión pública crítica y con la prolongación y la dureza de esta segunda ola lo está siendo aún más. Así lo constatan las sucesivas encuestas del CIS.
Una opinión pública que está muy condicionada por la división y confrontación políticas, por su amplificación a través de los medios de comunicación más alineados y por unas relaciones conflictivas, cuando no caóticas, entre las administraciones, y con un clima antipolítico sin matices, dificultando con ello la respuesta coordinada y unitaria de las instituciones y también la responsabilidad de la ciudadanía frente a la pandemia.
Se concluye que la opinión científica no ha sido en España ajena a la polarización política, sobre todo entre los profesionales de la sanidad primero, pero con la evolución negativa de la pandemia y alguna que otra torpeza del Gobierno, ésta se ha extendido a los expertos, que inicialmente se han desmarcado de los gestores de salud pública y finalmente se han situado en una posición crítica frente al Gobierno.
Este proceso se inicia con la retórica del Gobierno sobre el respaldo científico de sus medidas y el affaire del comité de expertos fantasma, aún no suficientemente aclarado; continúa más tarde por algunos conocidos expertos con el emplazamiento público a la realización de una evaluación inmediata y neutral, y concluye con la expresión de la ruptura, en una ya deteriorada relación, con el desafortunado manifiesto que se resume en que yo soy el que sabe y tú el que mandas. Por otra parte, resulta inaceptable el sistemático ataque de carácter político, impropio de su función y desmesurado, de los colegios profesionales contra el director del Centro coordinador de Alertas y Emergencias Sanitarias, Fernando Simón, cuando en una nueva pandemia es más lo que se desconoce que lo que se sabe, y donde se avanza a ciegas por ensayo y error.
Sin embargo, aunque no sabemos cuál sería la evolución de la opinión científica, en general dividida, si nos situamos en el día de hoy, podemos aventurar que podría variar algo, sobre todo si el juicio está condicionado por los resultados y por la opinión pública, ya que algunos de los países que salieron menos afectados de la primera ola, y por tanto con una menor inmunidad, están siendo ahora objeto de un mayor impacto en esta segunda ola de la pandemia, y todo ello quizá pudiera incidir en un giro menos favorable en la relación entre ciencia y política.
En resumen, la opinión de los diversos científicos sobre la gestión de la pandemia tiene más que ver con la mayor o menor incidencia de la misma y la sensación de satisfacción o fracaso consiguiente, con las relaciones de colaboración o conflicto con los gobiernos y con la valoración general de la opinión pública, más o menos critica, sobre la política y la gestión, y en mucha menor medida con el carácter más o menos científico de las estrategias de salud pública de los gobiernos, por otra parte coincidentes entre ellos en la mayoría de los casos.
La explicación de la posición deseada de España es que ha coincidido en esta valoración crítica, en primer lugar, el fuerte impacto de la covid-19, sumada a la división política, la frustración de la opinión pública, junto a una relación conflictiva entre el abandono secular y la utilización política de la ciencia.
En definitiva, volviendo a Max Weber, estamos ante una encuesta más sociológica que propiamente científica. En todo caso, debería estimular en el Gobierno la reflexión a la par que la acción para superar sus problemas de interlocución y relación con científicos y profesionales, tanto en la gestión de la pandemia como en su evaluación. También entre los expertos más modestia y menos agitación política.