'Penélope', un cuento de mujeres... ¿para mujeres?
Así son ahora los cuentos de mujeres y contados por mujeres. Mujeres que como Penélope tienen un modelo de sociedad por la que luchar.
El reducido Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida cierra con Penélope. Un texto escrito y dirigido por Magüi Mira, la actriz que desde hace varios años se ha pasado a la dirección de teatro. Una militante del feminismo, por lo que recibe no pocas malas críticas (personales y teatrales). Un feminismo que en su trabajo se caracteriza por adoptar el punto de vista de la mujer a la hora de contar una historia. En este caso de contar la Odisea de Homero, no desde el punto de vista del fanfarrón y aventurero Ulises, sino de Penélope, su mujer, que le espera en Ítaca al cuidado de la casa y de la prole. En este caso de una prole escasa, un solo hijo, Telémaco. Una mujer que, como reina que es, quiere reinar. Pero como mujer que es, los nobles solo se lo permiten en palacio, en su casa, en lo doméstico, tejiendo el sudario para el que se fue a por tabaco y tarda en volver.
Para contar este cuento de mujeres cuenta con un elenco muy popular. Penélope es Belén Rueda. El aya Euriclea es María Galiana. Y Telémaco es Maxi Iglesias. Los tres iconos de la televisión. Con los que han comido, cenado y pasado muchas tardes y muchas noches los espectadores españoles rompiendo audiencias. Por eso no es de extrañar el lleno que se ve, a pesar de los asientos que la distancia de seguridad obliga a dejar libres. A ellos se añade como Ulises Jesús Noguero, un actor muy apreciado tanto por los profesionales como por los amantes del teatro.
Estas actrices y actores le permiten a Magui Mira jugar con los arquetipos actuales. Así, Belén Rueda facilita que Penélope se presente como una princesa Disney. Su pelo rubio y su estilización, el traje, todo remite a Frozen. Hasta el fuego que la quema por dentro por no poder ser lo que quiere ser, reina. María Galiana, se parece a alguna de las hadas buenas o de las secundarias rotundas y de buen corazón entradas en años, como la Sra. Potts de La Bella y la Bestia. Dos modelos de mujer, de los muchos que hay, al que aspiran muchas mujeres. La guapa siempre perfecta y la madre o abuela, sabia consejera que ofrece consejo y consuelo a los suyos (incluso a los que no lo son.
Maxi Iglesias da el perfil de objeto sexual, rol que habitualmente en la ficción se les da a las mujeres. En su primera entrada recuerda mucho al Gastón de La Bella y la Bestia, y a otros guapos y tontuelos personajes de estas películas. La referencia fácil, en este caso, es Hércules, otra de Disney. Algo que se reafirma cuando en su segunda gran entrada en escena lo hace descamisado y enseñando tableta de chocolate. Frente a él, Jesús Noguero es el modelo masculino de aspecto normal y corriente que se ve por la calle. Ese de aspecto semidescuidado, porque no sigue la moda sin dejar de seguirla, no se preocupa de su apariencia física sin dejar de preocuparse. Ese desaliñado que, hoy en día, se deja el pelo largo y se hace una coleta o un moñito.
Pues así son ahora los cuentos de mujeres y contados por mujeres. Mujeres que como Penélope tienen un modelo de sociedad por la que luchar. Un modelo asistencial que cuida y protege a sus mayores, como antes ellos hicieron. Un modelo que defiende la ayuda a las viudas para que saquen su prole hacia adelante. Un modelo que defiende la libertad de las mujeres para esperar de ellas hasta lo inesperado. Un modelo democrático, en el sentido de que incorpore las propuestas del pueblo, como es justo y necesario, frente a esa aristocracia y sus acólitos que saquean el reino y bloquean los parlamentos convirtiéndolos en asambleas de frustraciones.
Todo esto está dicho con un lenguaje sencillo pero que a veces se engola demasiado para expresar cosas muy simples. Cosas con las que es difícil no estar de acuerdo con poco que se quiera a los otros, se empatice con ellos. Temas que están en nuestra sociedad en la televisión, las redes, las tertulias de después de comer, en el cuñado. Pero que dichas y hechas con la gravedad que se ve en este montaje, dejan en silencio a un público que las sigue muy atento. Y que estalla en un fuerte aplauso para todos. Un aplauso que se llena de cariño cuando sale María Galiana. Un público que, independientemente de su género, se ha entregado a la propuesta, como se oye en los comentarios que se oyen al azar según se sale ordenadamente del recinto juntándose a los otros, a los extraños, lo menos posible.
¿Qué tiene que decir la crítica frente a esto? La clásica, la de siempre, la que analiza los elementos, quizás dijese lo siguiente. Hablaría del elenco, en general flojo, exceptuando a Noguero y a Muriel Sánchez y su Nausícaa. Ambos son capaces de presentar con vida a sus personajes. Hacerlos de sangre, sudor y lágrimas con el mismo tipo de texto que tienen el resto de los actores y actrices, ni mejor ni peor. Tal vez por eso, la mejor escena de la obra, desde el punto de vista teatral, sea la que ellos protagonizan.
Añadiría el error de dirección de hacer bailar a Belén Rueda, que desluce esa entrada vestida de novia y que la lastra hasta que deja de tener que hacer movimientos que no le son naturales. Ella es de esos actores que tienen una presencia propia, hubiera sido bueno remar a su favor, de su forma de estar y de decir. Como hizo Tomaž Pandur en La caída de los dioses. Siguiendo con el baile, la crítica hubiera destacado el cuerpo de baile.
En el crescendo, para hablar de las cosas buenas, señalarían la escenografía creada por Curt Allen Wilmer. Por ese árbol que le permite a Magüi Mira crear unas hermosas imágenes que parecen sacadas de grabados antiguos de Durero o de los pintores ingleses de la Hermandad Prerrafaelita. Lo bien que lo han sabido combinar con las escaleras contemporáneas. Y, a su vez, incorporarlo al teatro romano en el que se representa. Quizás, propondrían como lo mejor de la función la manera en la que la directora ha combinado todos los elementos, desde la escenografía hasta el elenco, para crear buenas e interesantes imágenes.
También destacarían la música. Una música irregular en conjunto. Que pasaba de sonar a las casetes que se vendían en las gasolineras o a las sintonías de esos programas nocturnos de tarot y consejos amorosos, a buenas canciones o melodías de musical.
Alguna crítica, caería en el error de señalar a la directora por su sesgo feminista a la hora de contar. Olvidando lo que ha puesto en palabras Euriclea al principio y al final. Esta es una historia de mujeres contada por mujeres. No es una historia de mujeres contada por hombres, que, hay que reconocerlo, suele ser lo habitual (Tosca, Turandot, Madama Butterfly y La Fanciulla del West por Puccini, Madame Bovary por Flaubert o La Regenta por Clarín).
Es otro punto de vista. Un lugar desde el que se ven las cosas con otra perspectiva. No tenerla en cuenta, no incluirla, sesga, y mucho, la sociedad. No tenerla en cuenta como sujeto político, de aquellos que viven, hablan y pactan en la polis, estrangula y elimina una gran parte de la inteligencia y las emociones humanas. Y reduce de forma importante las posibilidades de cambio y de desarrollo humano.
Este es el cuento que cuentan las mujeres. Mujeres que quieren a sus hombres. Ya sean amantes, maridos o hijos. Porque la inteligente Penélope no teje y desteje un sudario contra ellos ni para un hijo o un marido muertos. Lo hace para ganar un tiempo. Ese tiempo en el que podrá ser Penélope y no el codiciado objeto que poseer y guardar bajo llave, en la casa, en el palacio, dedicada única y exclusivamente a lo doméstico. Un mensaje, que de tener en cuenta la respuesta del público en el teatro, también comparten muchos hombres, que seguramente se identifican con esta Penélope, aunque sea mujer y cuente desde el punto de vista de una mujer.