Pendientes de narciso
Cataluña lleva una década de parálisis y necesita un Govern serio que se dedique a trabajar más y a ofrecer menos espectáculo.
Ha pasado ya un mes y medio desde las elecciones del 14 de febrero en las que el PSC de Salvador Illa se convirtió en la primera fuerza del Parlament de Cataluña. Seis semanas en las que ERC ha tenido que decidir si apostaba por un Gobierno de cambio y progreso o por mantener sus acuerdos con la derecha neoconvergente. Los de Pere Aragonès han optado por lo segundo a pesar de que Cataluña lleva una década perdida invirtiendo muchos esfuerzos y energías en relatos alejados de la realidad, dejando en un segundo plano los problemas cotidianos de las catalanas y los catalanes, agravados por las consecuencias de una pandemia devastadora para muchas personas y para muchas familias.
Los resultados de las elecciones en Cataluña evidencian una voluntad de cambiar, de pasar página, de abandonar el conflicto constante y abrir un nuevo tiempo de grandes consensos que nos permitan avanzar. Y también evidencian que esta Cataluña poco tiene que ver con la de Jordi Pujol, aunque sus herederos de Junts per Catalunya actúen aún como si las instituciones catalanas fueran suyas y como si nadie más que ellos tuvieran el derecho a liderarlas. También en eso, la diferencia entre las derechas catalanas y las del conjunto de España son más bien escasas. La democracia solo les gusta cuando ganan, pero si quedan por primera vez en la historia terceros en unas elecciones al Parlament, entonces se enfadan y no respiran. Y lo peor, es que no dejan que el resto respiremos.
Ayer vivimos en el Parlament la segunda sesión de la no investidura de Aragonès. Otra investidura fallida porque la opción elegida por ERC, la suma con la derecha y los antisistema de la CUP, por lo visto no acaba de cuajar por la ya mencionada reticencia de Junts a asumir su nuevo papel como tercera fuerza del Parlament y la pérdida de su liderazgo dentro del mundo independentista.
No es algo novedoso. Cuando Pasqual Maragall y las izquierdas derrotaron a CiU y formaron el primer tripartito, la entonces todopoderosa madre superiora y esposa de Jordi Pujol lo dijo claro: “Es como si entran en tu casa y te encuentras los armarios revueltos, porque te han robado”.
Ante un cambio de gobierno democrático y avalado por la ciudadanía en las urnas, entonces y ahora, la derecha catalana se niega a asumir la realidad y su nuevo papel en el tablero político catalán. Hoy, lo hacen poniendo como excusa el papel de la entidad privada llamada Consell per la República o lo que viene a ser lo mismo, el chiringuito montado por Carles Puigdemont a su imagen y semejanza para intentar mantener la flama viva no ya del independentismo, sino del puigdemonismo.
Sería normal, además de bastante deseable, que quienes intentan formar gobierno en estos momentos de pandemia y de crisis lo hicieran centrando sus deliberaciones en cómo afrontar una más que previsible cuarta ola, en cómo acelerar el proceso de vacunación y en cómo reactivar la economía y diseñar políticas públicas para que nadie se quede atrás. Pero nada de eso parece ser una prioridad para las fuerzas independentistas y el conflicto en sus negociaciones para formar Govern siguen encalladas en el papel del Consell per la República o lo que es lo mismo, del ego exacerbado de Puigdemont.
En Junts per Catalunya quieren que esta entidad privada, que no elige nadie y que está al margen de las instituciones democráticas, sea quien tutele la estrategia de la Generalitat. Otra humillación más de los neoconvergentes hacia una ERC que parece dispuesta a aceptar una y otra humillación para poder mantener su tormentoso idilio con la derecha y frenar el paso a cualquier posibilidad de un gobierno de izquierdas.
Ante ese escenario, quienes pretenden a toda costa ir de la mano de los de Puigdemont deberían plantarse dos grandes reflexiones. En primer lugar, si realmente estas son unas prioridades a la altura del momento que vivimos o, si como sospecho, a la mayoría de la población de Cataluña le trae sin cuidado el Consell per la República y preferiría que su Govern se centrara en afrontar la pandemia y sus pésimas consecuencias. En segundo lugar, si es conveniente o altamente peligroso aceptar como si de algo normal se tratara que una entidad privada pueda aspirar a tutelar un gobierno y un Parlament elegido por las ciudadanas y los ciudadanos. Cuestión de prioridades y cuestión de principios democráticos.
Sea como sea, Cataluña lleva una década de parálisis y necesita un Govern serio que se dedique a trabajar más y a ofrecer menos espectáculo. Y a poder ser, que no esté sujeto a los va y vienes narcisistas de un Puigdemont dispuesto a reventarlo todo antes que perder una pizca de liderazgo político y protagonismo mediático. Cataluña y su gente merecen mucho más que una pelea de egos para ver quién sigue liderando un modelo de gobierno que se ha demostrado fallido.