Pataleta vil
Lo que es motivo de enorme alegría para la gente representa, en cambio, un disgusto morrocotudo para el Partido Popular.
Una de las artífices de la vacuna contra la Covid-19, la bioquímica Katalin Karibó, inmigrante de origen húngaro en Alemania, nos ha regalado un horizonte de esperanza. Esta científica, que ha desarrollado en tiempo récord el inyectable para Moderna y BioNTech, asegura en una entrevista concedida a El País que “este verano podremos, probablemente, volver a la vida normal”. Dos de los fundadores de BioNTech, laboratorio que ha trabajado con Pfizer para la primera vacuna que ha llegado al mercado, también son inmigrantes de origen turco. El matrimonio integrado por Ugur Sabin y Özlen Türeci es, igualmente, responsable de la felicidad que durante las últimas semanas recorre el mundo tras meses de incertidumbre y dolor. Efectos positivos de la integración y la convivencia multicultural que los más retrógrados se niegan a aceptar en muchas partes del planeta.
Para millones de españoles también son días de esperanza. Ha comenzado la campaña de vacunación en nuestro país y las personas con mayor riesgo han empezado a recibir las primeras dosis. Lo que es motivo de enorme alegría para la gente representa, en cambio, un disgusto morrocotudo para el Partido Popular. La reacción de dirigentes del primer partido de la oposición a este noticia tan positiva y esperada ha combinado el berrinche y la rabia. ¿Es posible que alguien no se pueda alegrar de que las vacunas ya estén aquí y se abran expectativas de dejar atrás este episodio tan terrible?
Ya empezó la pataleta pueril del PP con la llegada de los primeros lotes con la bandera de España y el escudo constitucional. La caverna conservadora considera que los símbolos de este país son de su exclusiva propiedad y se vanagloria hasta el paroxismo de la patrimonialización de lo que es de todos. Por eso, allá donde gobiernan las derechas producen materiales con los logos y posan con las mercancías convenientemente presentadas con la imagen corporativa (caso de Madrid o Andalucía), o usan la bandera roja y gualda como motivo del alumbrado navideño. Si ellos lo hacen, no pasa nada, pero ¡ay! si osa alguien que no sea de su tribu o tenga apellidos largos… Se aplican el ancho del embudo con un desparpajo que sonrojaría a cualquiera.
Otra variante de la irracional irritación pasa por exigir en cada autonomía que gobiernan que se cubra el cien por cien de la población. No tienen ningún dato para pensar que no será así. Consiste simplemente en tensar la cuerda y generar sospechas infundadas de que algún territorio puede recibir más dosis que otros. El Gobierno de España ha garantizado un reparto proporcional y equitativo en la medida que se vayan recibiendo los lotes de inyectables comprados. De momento, por razones de producción y de conservación, llegarán partidas cada semana y se distribuirán en función de criterios transparentes y objetivos. En los Presupuestos Generales del Estado, que las derechas no han apoyado por su sectarismo y su escasa talla institucional, se contempla una partida de más de 1.000 millones para la adquisición de vacunas. Hay garantías de alcanzar a toda la población. Todo lo demás son insidias de mal perdedor.
Cuesta mucho entender por qué este enfado tan monumental si la dicha recorre todo el territorio nacional. Sólo se puede encontrar una explicación a este desvarío en términos de frustración política: que la vacunación sea una realidad antes, incluso, de las fechas estimadas, pese a los augurios tremendistas de la derecha, desbarata por completo su estrategia política, basada en el ‘cuanto peor, mejor’. Un partido que ha sido de gobierno no puede tropezar de nuevo en la misma piedra y basar su acción política en que le vaya mal a España o a sus conciudadanos. No deberían repetir como en la crisis anterior la lapidaria consigna de dejar que este país se caiga porque ya llegarán ellos para levantarlo. Esa dinámica sólo evidencia mediocridad. Pensar en el interés particular en detrimento del bien común es una opción perversa y cruel. No se construye país desde el envilecimiento y la ruindad. Siguiendo a Platón, sólo buscando el bien de nuestros semejantes, encontramos el nuestro. A ver si aprenden.