Un paseo por el gueto que las vías del tren dibujan en Extremadura
El ferrocarril segrega en Badajoz a 7.000 vecinos de bajos recursos que reivindican su tejido asociativo y piden el fin del estigma que la delincuencia les echa encima a todos.
Los retrasos y averías del tren a Extremadura son noticia desde hace años en la prensa, sin embargo, los márgenes de las vías albergan historias que, sin estar escondidas, se dejan a un lado. Y eso es lo que ocurre en Badajoz de manera literal, concretamente al norte del ferrocarril.
La ruta ferroviaria forma una barrera que separa a los cerca de 7.000 vecinos de los barrios de Santa Engracia, El Progreso, La Luneta, La UVA, El Gurugú o Los Colorines del resto de la ciudad. Solo los conectan dos carreteras y dos pasos peatonales, uno que pasa sobre las vías y otro por un túnel.
En estos barrios hay problemas y el tráfico de drogas es uno de ellos, el cual perjudica la convivencia y construye una fama que motiva el rechazo. Con el tiempo, los prejuicios se han extendido, y la distancia que existe entre estos barrios y el resto de la ciudad se ha vuelto abismal.
La gran mayoría de personas que viven en esta zona trabajan en los barrios del centro de la ciudad. Son albañiles, empleadas del hogar, cuidadoras domésticas, cocineras, limpiadoras... Trabajadores esenciales, en su mayoría.
Sin embargo, la exclusión, la falta de oportunidades educativas, de ocio, el estigma y la precariedad de sus condiciones laborales también les abocan a ser los barrios donde se concentran algunas de las rentas más bajas de la ciudad, en algunas secciones censales no llegan ni a los 6.000 euros per cápita anuales y ninguna pasa de los 10.000.
“Solo falta que nos den la autonomía”, bromea Gloria González, pedagoga, técnica sanitaria y secretaria de la Comisión Comunitaria de Salud, en referencia a la exclusión que denuncian. La Comisión fue impulsada en 2007 desde el Centro de Salud de El Progreso, donde González trabaja de Técnica para la Salud Comunitaria, y hasta ahora.
La componen asociaciones de vecinos, institutos, colegios, el centro de promoción de la mujer y el centro de mayores. Sus encuentros reunen cada mes y medio a 60 personas para discutir sobre los problemas del barrio, proyectos a realizar y otras iniciativas. “Se da la paradoja de que en el sitio donde más carencias hay, es donde los vecinos se vuelcan más”, comenta González.
El aislamiento no es solo físico, también es social. Es muy complicado ver a gente de fuera de otros barrios por estas calles, también “porque no hay ningún motivo para venir”, sugiere González. No hay bibliotecas, ni escuelas de idiomas, ni ninguna institución pública que pueda dinamizar el barrio y atraer actividad al mismo. Esta falta de conexión ha favorecido también lo contrario: “Hay gente que no sale de aquí porque se siente descolocada fuera”.
Por no haber, no hay ni comisaría de policía, a pesar de que “es donde más falta podría hacer”, cuenta la presidenta de la Comisión. El fuerte de San Cristobal, una fortaleza del siglo XIX que corona un cerro adyacente se encuentra rehabilitado, pero cerrado porque no hay personal del Ayuntamiento que lo gestione.
Y tres cuartas partes de lo mismo ocurre con “el polideportivo”, como se conoce a unas pistas de fútbol que tampoco tienen uso por falta de personal, aunque las llaves acabó quedándoselas una vecina tras reclamárselas al consistorio.
Los vecinos han hecho de la necesidad una virtud, y donde las administraciones tardan en llegar, ellos se adelantan, lo que ha creado un sentimiento de comunidad palpable. “Aquí nos llamamos hermano, hermana, primo y prima aunque de familia no tengamos nada”, explica Tamara, una vecina de 36 años de “Las 800”, como se conoce al barrio de Santa Engracia.
El apodo le viene de las 800 viviendas que componen la barriada. Fueron edificadas a toda prisa en la ladera de un cerro para alojar a familias que habían perdido sus casas con las riadas del Guadiana o que carecían de recursos suficientes. Se levantaron en los años 60, fueron pensadas para dar una solución habitacional temporal. “Y acabó siendo permanente”, concluye Gloria, de la Comisión.
Tamara vive en una de estas casas, que constan de tres habitaciones, baño, cocina, salón y un patio, todo en 50 metros cuadrados, aproximadamente. A veces pueden habitarlas hasta 6 o 7 personas, dependiendo del tamaño de la familia. Hay puzzles de 5.000 piezas más fáciles de encajar. Tamara abre las puertas de su hogar a El HuffPost. “Disculpa cómo la tengo”, comenta Tamara en referencia al desorden de la vivienda: “No me ha dado tiempo a meterle trabajo hoy”.
Las excusas sobran. A sus 36 años, Tamara trabaja como auxiliar de atención a la dependencia, cuida a personas mayores por toda la ciudad y también limpia casas, garajes “y lo que le echen”, asegura. Está divorciada y tiene dos hijas, su expareja no se hace cargo de los cuidados de las niñas de seis y diez años. Pensar en Tamara como una delincuente por vivir al otro lado de las vías es una idea que cae por su propio peso.
“El estigma es tan grande que muchas personas no dicen que viven aquí por miedo a que no les den trabajo”, asegura Gloria, de la Comisión. Venus vive en una vivienda social de Los Colorines, y admite que ella también tuvo que superar prejuicios cuando le dieron la casa en esos bloques.
A renglón seguido desmiente tajante muchas de las afirmaciones que se escuchan sobre esa zona y que mantienen el señalamiento sobre el barrio. “Habrá gente que hace cosas malas, pero la mayoría somos personas que trabajamos y queremos salir adelante, nada más”, asegura.
Venus trabaja de cocinera en la urbanización Guadiana, uno de los enclaves de viviendas, negocios y restauración que a principios de siglo se presentaron como de los más modernos de la margen derecha del río en la capital provincial. Ya no le dice a nadie donde vive.
“Lo escuchan y cambian la manera de mirarte, solo falta que salgan corriendo”. Desde que notó ese tipo de reacciones prefiere decir que vive en San Fernando, el barrio que se sitúa justo al sur de las vías.
Un colegio “soñado” por el barrio
Las hijas de Tamara y Venus están matriculadas en el Colegio Público Nuestra Señora de Fátima, aunque en el barrio es “el Fátima”. Este centro ha sido parte fundamental en el impulso de nuevas actividades en el barrio y de una notable mejora de la convivencia, aseguran las madres.
Desde hace 12 años está adscrito al programa de Comunidades de Aprendizaje, una metodología avalada por la Unión Europea y aplaudida por sus buenos resultados. La columna vertebral de este método es el diálogo y la inclusión de toda la comunidad que rodea al colegio en el proceso de aprendizaje de los niños.
“Se trata primero de soñar la escuela que queremos y después llevarla a cabo”, explica su jefa de estudios, Marisol Síaz. Uno de los recursos de las Comunidades son los denominados Grupos Interactivos, en los que pueden tomar parte vecinos, familiares, maestros y voluntarios para apoyar las dinámicas de los niños y aprender entre todos.
Los efectos del método han sido notables: el absentismo ha descendido, los resultados académicos han mejorado, la motivación de los alumnos ha crecido y una mayor proporción de ellos continúan sus estudios en el instituto, universidad y ciclos formativos, asegura Díaz.
Durante la pandemia, el colegio no paró, y fue en gran medida gracias a que los propios alumnos se engancharon enseguida a las clases online. “Los veías conectarse muy temprano, desde la cama a veces porque todos los horarios estaban desordenados, pero el empeño estaba ahí”, narra Díaz.
¿Qué se hace en los Grupos Interactivos? “Divertirnos”, explica Manuel, de 8 años, mientras tira unos dados y anota el resultado en una libreta en dígitos y en letras junto a su compañero. “¿Y aprender, no?”, apostilla Maripaz Castro, maestra del Fátima que apoya al grupo de Manuel. Los niños forman equipos y entre ellos resuelven juegos matemáticos o de escritura entre otros.
Cuando un niño se equivoca, el resto le apoya y entre todos encuentran una solución mientras reciben el apoyo de una persona que puede ser un familiar, una maestra o algunos de los más de 90 voluntarios universitarios que se han presentado para apoyar estas actividades.
Este colegio es “el único de Extremadura” en los que los Grupos Interactivos se aplican a todos los cursos desde infantil hasta sexto de primaria, defiende su jefa de estudios. Una actividad que se desarrolla todos los días de 9 a 11 de la mañana y que dan paso después al resto de asignaturas.
Para Díaz, estas dinámicas hacen del colegio “el mejor de Badajoz”, aunque el simple hecho de que se encuentre en Las 800 ahuyenta las matriculas. Solo hay alrededor de 120 niños, pero podrían ser el doble.
Noelia Reverendo es PTSC (Profesorado Técnico de Servicios a la Comunidad) en el colegio, y explica que muchas iniciativas no salen al exterior por culpa de las barreras existentes. ”Las dinámicas son muy endogámicas, aunque sea la misma ciudad, desplazarse al centro de Badajoz es como ir a otro lugar. Necesitamos que el barrio se conozca más porque siempre se pone el foco en la delincuencia y el tráfico de drogas″, aclara Reverendo.
Quinti (de Quintilia) Méndez, lleva trabajando en el Fátima desde hace 17 años, y desde hace 12 es su directora: “El cambio que hemos notado ha sido espectacular, hay un clima de confianza entre el colegio y las familias, los niños vienen con ganas y la convivencia fuera del centro también mejora”.
Las puertas del Fatima están siempre abiertas, y cualquier problema se dialoga.
La directora expone que la mejora académica es patente. “Aquí ya hemos tenido a gente de practicas de magisterio que estudiaron aquí, que son del barrio”, cuenta orgullosa Quinti.
Marisol, la jefa de estudios, afirma que eso es un “subidón”: “El otro día saliendo del supermercado me encontré con una alumna de aquí del barrio, me contó que ya está en segundo de enfermería. Eso hace unos años era impensable”.
Costura, urbanismo y criminalización
Una de las metas del colegio es suplir las carencias del barrio, explica Quinti: “El objetivo es que los niños aprovechen y estén todo el tiempo posible aquí para dinamizar el aprendizaje al máximo”. Pero la transformación pasa también por buscar salidas para los vecinos y vecinas del barrio.
Los martes, a las nueve de la mañana, se dan cita en el colegio madres y mujeres de las barriadas para participar en un taller de costura que llevan dos voluntarias, María José y Elisabeth. Las prendas que confeccionan las venden después en los mercadillos de la Plaza Alta de Badajoz.
Este martes se dieron cita nueve vecinas. Algunas de ellas, como Nieves o Loli, admiten que “lo de la costura” queda a veces en un segundo plano, muchas buscan socializar, un espacio propio con las vecinas.
Ambas están paradas. Loli desde la pandemia, después de trabajar toda su vida hasta los 50 años en una fábrica que liquidó a toda la plantilla. Nieves tuvo que cerrar la tienda de alimentación que regentaba desde hacía 22 años hace seis meses. “Entre los impuestos, el género, la luz y el gas era imposible mantenerla abierta”, se lamenta.
Loli piensa que en Badajoz tienen una imagen completamente distorsionada de los habitantes más allá de las vías del tren. “Se piensan que por vivir aquí no tenemos valores, que somos delincuentes.”, se queja.
Asegura que poner la dirección en su currículum le hace perder automáticamente cualquier posibilidad de conseguir un empleo: “Para un puesto de cajera se piensan que de cada tres euros te vas a quedar dos”.
Estas mujeres y otras conforman también el denominado Grupo de Estudio, que las prepara para examinarse y obtener el título de la ESO, fundamental para optar a trabajos y formaciones más cualificadas. Accedieron a enseñarle a El HuffPost Las 800. Tamara, Loli y Venus participaron del paseo junto con otras compañeras.
Una de las carencias de estas calles tiene que ver con el urbanismo, íntimamente ligado a su origen provisional. Las casas fueron entregadas a personas jóvenes, pero desde aquel momento han pasado 60 años.
Ahora las personas de mas edad se enfrentan a un entorno completamente hostil, lleno de socavones, escalones e inclinaciones imposibles, agravados por la falta de cuidado. “Hay señoras a las que las tienen que llevar desde la calle principal a la puerta de su casa en brazos porque no pueden caminar por aquí”, cuenta Tamara.
No es un problema menor. “Hubo un señor que caminando por aquí se tropezó, cayó mal, se dio en la cabeza y se quedó en el sitio, no tenía más de 55 años”, narran las vecinas. Las cuestas que tienen que subir los vecinos de estas barriadas tienen una inclinación digna de las pruebas de ciclismo más duras de La Vuelta a España, y cuando llueve, se convierten en “cataratas”, se quejan.
La estrechez de las calles impide el acceso a las ambulancias y los camiones de bomberos. “Los sanitarios tienen que bajarse con las camillas e ir a toda prisa por las callejas cuando hay un aviso, y los bomberos lo mismo con las mangueras”, sostiene Gloria desde la Comisión Comunitaria de Salud.
El otro tema candente es el tráfico de drogas, que arrastra delincuencia y problemas de convivencia. Es una realidad que nadie, durante la realización de este reportaje, negó jamás. Sin embargo, las vecinas se quejan de que pagan justos por pecadores por culpa de la proyección que una minoría delictiva arroja sobre el barrio.
“En mi calle hay un fumadero, ahí se mueve de todo”, cuenta una de ellas, que prefiere no dar su nombre. Cuando la policía ha actuado para identificar a los que entran y salen, acaban criminalizando a todo el mundo, relata: “¿Por qué me tienen que parar a mí por pasar por allí? Me obligan a volver a mi casa a por el DNI para identificarme, ¿Por qué tengo que soportar eso?”.
Rocío tiene dos críos, es fija discontinua en las campañas de la fruta en verano y se “desloma” a trabajar de sol a sol para llevar dinero a su casa. Su marido también trabaja en el campo y entre los dos capean el temporal económico como pueden.
Está pendiente de que le confirmen un trabajo en una finca para ir a recoger aceitunas, es jefa de una cuadrilla de recolectores, sabe usar tractores y maquinaria pesada. Tiene 27 años. Reza por que le salga el trabajo, porque “las navidades y los Reyes están a la vuelta de la esquina”, afirma con el afán de quien sabe que no las tiene todas consigo.
A pesar de estas dificultades, las madres señalan al Fátima como uno de los motores del cambio que, poco a poco, ha ido abriéndose paso en el barrio. Aseguran que sus hijos están motivados y con ganas, que el hecho de poder entrar en el centro les da confianza y que no hay casos ni de bullying ni peleas.
El centro cuenta, incluso, con su propio programa de radio en el que participan alumnos, familias y profesorado para contar las iniciativas y novedades del día a día en el barrio.
Díaz, la jefa de estudios, asegura que queda mucho por hacer, y que la mejora no es “homogénea” en todas las barriadas, pero que poco a poco va extendiéndose.
La Semana por la Salud
Todos los años, la Comisión Comunitaria de Salud organiza la Semana por la Salud, una actividad “culmen” que aúna todas las iniciativas que el barrio desarrolla durante todo el año, explica Gloria. Este año, la Semana se ha celebrado entre el 21 y el 28 de octubre.
El objetivo principal es la promoción de hábitos de vida saludable y la temática elegida para 2022 ha sido la actividad física. La presidenta de la Comisión dice que es una prioridad para mejorar la salud de los vecinos, que no tienen el hábito debido a la falta de instalaciones y promoción del deporte.
“Si nadie hace deporte y no hay instalaciones, pues al final una cosa arrastra a la otra, que luego hay gente que sale a caminar, pero no es ni mucho menos algo generalizado”, expone González.
En el Centro de Salud se hacen tareas de sensibilización sobre los beneficios del deporte en la sala de espera, los centros educativos han organizado actividades entre ellos y se han organizado clases de zumba al aire libre.
Sin embargo, la actividad estrella de la Semana de la Salud, una carrera popular por el barrio, se ha suspendido. ¿La razón? El conflicto que mantiene la Policía Local con el Ayuntamiento en lo referente a las horas extras que realizan los agentes, que ya ha afectado a otros eventos en la ciudad.
En el caso de la carrera por la salud, la faena es doble. Se lleva realizando desde 2017, y es una de las pocas veces que, durante un día, a las barriadas se acercan personas de toda la ciudad para correr, se forma un ambiente festivo y el barrio se integra por completo.
El Ayuntamiento ofreció un recorrido alternativo que pasaba por los parques de la ribera del Guadiana, para minimizar el impacto en el tráfico y no depender de la Policía Local, pero eso implicaba que no se realizara en el barrio. Finalmente la Comisión decidió suspender la actividad.
“El evento deportivo en sí es secundario, la baza principal es que sirva para que venga gente de otras zonas y vean que no les va a pasar nada por adentrarse en estas barriadas”, concluye Gloria.
Las madres del Fátima describen la carrera como un evento en el que se formaba un ambiente festivo estupendo que reunía a cientos de corredores. El jueves 27 los vecinos se concentraron frente al Ayuntamiento para protestar por el cambio de recorrido y para reclamar que se celebrara en el barrio. “Somos marginados, pero los más sonados”, bromean las madres.
La génesis de este lugar se sitúa del Gurugú y El Progreso, donde a finales del siglo XIX comenzaron a instalarse los obreros que construían las vías del tren que en la actualidad hacen de barrera para el barrio. Primero fueron casas “autoconstruidas” y décadas después vinieron los planes de vivienda social y la agudización de un proceso que los ha convertido en un “gueto”, defiende González.
A pesar del estigma y el origen precario, de estas calles han salido cantaores de flamenco como Antonio Hormigo, el futbolista del Atlético de Madrid Eusebio Bejarano, o la medallista olímpica Nuria Cabanillas, que obtuvo el oro en las olimpiadas de Atlanta de 1996.
Para la presidenta de la Comisión, es la muestra de que “un gueto” no es algo “natural”, sino un “propósito” premeditado: “La ciudad está muy cómoda dejando de lado a las personas con menos recursos, prefieren no verlo y juntarlos a todos en el mismo sitio que repartirlos e integrarlos con el resto del municipio”.
La jefa de estudios del Fátima, Marisol Díaz Borrella, afirma que los prejuicios a los que se enfrentan los ciudadanos son completamente injustos: “Muchas veces caemos en el clasismo, pero nosotros hemos nacido con la suerte de tener todo lo que necesitamos, si estuviéramos en la situación de estas personas quizás no lo haríamos ni la mitad de bien”.
Las familias piden que acabe el estigma. Aprietan cada euro al máximo, son primos y hermanos de sangre o de los que se forjan en el puerta con puerta y pelean porque sus hijas e hijos puedan seguir estudiando y tengan un futuro mientras lidian con presentes borrascosos.
Durante el paseo con las madres, Venus bromea con sus vecinas, que discuten sobre unos cursos: “¿Formaciones? Tengo de hijos, de juzgados, de trabajo, de dinero … Dime cuál quieres que yo te la doy”.