Parrillada catalana
La decisión es de los catalanes, que tienen que reflexionar a la vista de lo visto si ha valido la pena el experimento libertario. Y si por ese camino hay futuro.
Nadie con un ‘pisco’ de sentido común creía en serio que los dirigentes del ‘procés’, los cabecillas de la rebelión que técnicamente desde el punto de vista jurídico fue una sedición, iban a salir absueltos o sobreseídos en el juicio del Tribunal Supremo. Lo que hicieron lo hicieron, y sin tapujos.
Los reiterados hechos que configuraron una insurrección tumultuaria, fueron anotados en actas por los taquígrafos del Parlamento regional y radiotelevisados en directo. La mejor carga de la prueba la facilitan los archivos de la ‘teuvetrés’, la radiotelevisión institucional privatizada por los separatistas.
Ahí está todo, a la vista de todos. Pero ya advirtió Quim Torra que no se admitiría otra cosa que no fuera la inocencia, y que si no era así, habría consecuencias graves.
La única discusión jurídica en realidad fue la calificación de la insurrección, si como pretendía la Fiscalía, que era una ‘rebelión’, o como planteó la Abogacía del Estado, que lo consideraba como ‘sedición’, y que fue lo elegido por los magistrados, lo que conllevaba penas sensiblemente menores, pero suficientes para hacer justicia.
Claro que sed lex dura lex, la ley es dura pero es la ley. En realidad los que ‘golpearon’ el Estatut y la Constitución, con las leyes ilegales de ‘desconexión’ de España, o la propia proclamación parlamentaria de la República Catalana, nunca creyeron que el Estado actuaría con determinación.
Las circunstancias eran aparentemente propensas, pensaban, para el desafío: el PP en el Gobierno estaba zarandeado por los casos de corrupción y a la defensiva; el liderazgo de Pedro Sánchez, que hacía poco tonteaba con la ‘plurinacionalidad’ y otras adolescencias ideológicas, no parecía que fuera compatible con medidas coercitivas como el respaldo a la aplicación del artículo 155 de la Constitución, que sin embargo Alfonso Guerra reclamaba desde hacía tiempo, una medida ciertamente excepcional para momentos excepcionales. Pero este lo era.
Cuando se activó esta ‘coerción’ para reponer la legalidad constitucional, tras la caricatura de referéndum de autodeterminación del 1 de Octubre, la suerte estaba echada. El gobierno de la Nación y los partidos constitucionalistas no podían mirar para otro lado. Estaban obligados a responder. Y el mundo soberanista entró en shock. ¿No lo esperaban? Lo envolvió un gran estupor, y en algunos dirigentes un visible miedo a las consecuencias.
El presidente Carles Puigdemont se dio a la fuga en el portamaletas, muy propio, de un coche; otros, como Oriol Junqueras, optaron por quedarse y asumir las consecuencias de sus actos, confiando, eso sí, en que sus abogados y la evolución de las circunstancias políticas y la ‘presión internacional’ atenuaran las consecuencias.
Al final, ya en este mes de octubre, tras un juicio público y radioteleviso en directo, una transparencia ciento por ciento, y cierto por cierto, llegó el momento de la sentencia: La verdad es que no hubo sorpresas, y que el fallo, adoptado por unanimidad, fue lo mínimo disponible en derecho. Sedición y malversación, y penas que oscilan entre 9 y 13 años. Fue, ciertamente, la decisión más favorable para los condenados, que, encima, no cierra la puerta a la aplicación de medidas de ‘flexibilización’ y beneficios penitenciarios.
A partir del instante en que se hizo pública oficialmente la sentencia y les fue comunicada a los presos, en la mañana del pasado lunes 14 de octubre, el separatismo activó un elaborado espectáculo en espiral de rechazo, diseñado con antelación, que mezcla la ‘furia urbana’ con masas convertidas en populacho violento, con marchas pacíficas, y una huelga general que ha ido paralela a la violencia callejera de alta intensidad.
El primer acto de este escenario disparatado vino dado por la detención, tras una paciente investigación policial bajo mandato y dirección judicial de un grupo de CDR preparados para cometer actos ‘terroristas’ cogidos casi ‘in fraganti’. Contaban con material químico y medios para preparar artefactos explosivos. Con alguna excepción, como la de Torra, los que diseñaban la respuesta ‘pacífica’ pero ‘contundente’ criticaron con dureza las detenciones. El president ‘delegado’ de Waterloo fue particularmente duro con la policía y comprensivo con los presuntos y potenciales ‘terroristas’, calificación que les ha asignado la Fiscalía.
Las algaradas callejeras, los incendios de mobiliario público, la agresión a las fuerzas del orden publico, Mossos D’Esquadra, Policía Nacional, Guardia Civil, la violencia desmadrada era, y es, absolutamente compatible con la ‘célula’ desarticulada por la Benemérita.
Poco a poco se han ido conociendo nuevos datos, como los contactos del presidente autonómico con los ‘Comités de Defensa de la República’.
Sí, el famoso seny fue sustituido por el radicalismo y el vandalismo, y el ‘somos gente pacífica’, por una clamorosa y altiva demostración de que una buen parte, no lo era en absoluto. También el ministro Marlaska se encargó de aclarar que los violentos no eran antisistemas de fuera infiltrados en la protesta, metidos en la masa, sino jóvenes catalanes. Y anuncia: “Vamos a aplicar al independentismo violento el Código Penal con toda contundencia”.
Desde ese lunes, Cataluña vive a la brasa. Las llamas de los contenedores y vehículos incendiados llegan a los balcones de las primeras y segundas plantas de las viviendas; las principales vías se han convertido en escenario de una guerrilla urbana perfectamente coordinada y con unidad de mando vía redes sociales. Las barricadas impiden el tránsito.
Pero frente a la violencia desatada se observa una visible actitud de moderación policial tanto de la Policía Nacional y Guardia Civil como de los Mossos, algo criticado por los dos extremos: la ultraderecha española y los separatistas más radicales.
La ‘proporcionalidad’ y prudencia en la respuesta, más de contención que de represión, ha podido dar alas a los alborotadores, pero ha conseguido que los catalanes ‘durmientes’ vayan despertando, y que muchos independentistas políticamente moderados, sean de la derecha o el centro izquierda, muestren cada día más su rechazo. Esto coincide con la ruptura de la unidad del bloque soberanista, agudizada por el anuncio unilateral de Torra de convocar otro referéndum antes del fin de esta legislatura… lo que de inmediato resucitaría al 155, corregido y aumentado, y vuelta a empezar.
Posiblemente esta rebelión de las masas moderadas no haya sido planificada por el Gobierno de la Nación y su estrategia contenida ante la violencia. Y desde luego no por la Generalitat. Pero es visible esta reacción social, de la que en su día ‘Tabarnia’ fue pionera. La gente ‘silenciosa’ aplaude la llegada de la policía, guardia civil y mossos, y a los bomberos, y pide menos contención y más dureza frente a los actos vandálicos. El pequeño comercio se ha visto obligado a cerrar su puertas; buques cruceros se han desviado a otros puertos; SEAT ha interrumpido su producción; y la ‘Sagrada Familia’ (el templo, no la de los Pujol) ha cerrado sus puertas por la inseguridad.
El ‘Tsunami democràtic’ (y un cuerno quemado) que ha organizado esta ofensiva de otoño está arrasando Cataluña y demoliendo la bien labrada imagen de oasis, competencia, buena gestión y sentido común.
Cataluña está más dividida que nunca; con un clima de confrontación civil explosiva. Parece haber llegado a un ‘punto crítico’. Pero frente al extremismo asoma otra vez la cabeza y el tino de la ciudadanía harta de conflictos, partidaria del diálogo y la negociación y el ‘paso a paso’ tranquilo y respetuoso con el Estado Constitucional como enseñaba Tarradellas. Esa población que quiere volver a tener la comida de navidad y de fin de año con la familia unida y sentada a la mima mesa.
Esto no va a acabar de la noche a la mañana, sino progresivamente. Y no podrá borrarse con facilidad. Todos los que han organizado esta ‘rebelión’, o como se llame, irán siendo llamados a los juzgados. Quizás hasta Torra tenga que pagar cara su irresponsabilidad y su activismo beligerante e incendiario de las pasiones. Además, llegará a saberse quiénes han estado detrás del ‘tsunami’ que ha sembrado el caos y el terror.
Por eso, por esa revuelta anunciada de las masas cuerdas, que ya se adivina, que no quieren otro 155 y vuelta a empezar, muchos confían en que vuelva la normalidad, aunque aún queden momentos difíciles.
La decisión es de los catalanes, que tienen que reflexionar a la vista de lo visto si ha valido la pena el experimento libertario. Y si por ese camino hay futuro.
¿La vuelta a la senda constitucional o una Cataluña a la brasa? ¿Progreso o abismo?
Ellos sabrán lo que les conviene.