Papá Abelló endulza nuestras vidas con cannabis y opio
Papá Abelló, multimillonario, financiero cinco estrellas platino con cuentas en las Islas esas y ex mejor amigo de Mario Conde se ha montado un chiringuito mixto de cannabis y opio. El magnate es de calado y tiene su historia. Procede de la época dorada de la Beautiful People, cuya traducción ahora sería "chorizos sociatas a lo grande". También podemos apodarle Gran Timonel de influencias, ya que mantiene intactos sus grandes valores hegemónicos y la exquisita sofisticación que le convirtieron en el Rey Midas de los alegres 80. Tiene un Oscar en camuflaje, el Príncipe de Asturias en volverse transparente ante todos los medios y el de Hombre del Año de ElClubdeLas25 por sus múltiples mecenazgos en causas ectoplásmicas. Total, el típico buen partido y varón-10 que envolverá nuestras noches en nubes de algodón violeta. Un auténtico príncipe renacentista cuyos productos cometa nada envidian a los de Lorenzo el Magnífico.
Y de ahí al mito del príncipe azul, una enfermedad que padecemos todas las mujeres del planeta. Es incurable, genética y no la cubre la Seguridad Social. Una adicción cuyos síntomas jerarquizan el amor romántico de pareja que nos condena a buscarlo eternamente y también a sufrir por el. No hay vacuna para esa manera de vivir la llamada entrega, la renuncia a ser nosotras, a magnificar la maternidad y la familia por encima de todo. Nos obliga a beber de los cálices del sacrificio y el enrejado de sumisión y dominio para obtener la "felicidad" que cotiza al alza en la bolsa del patriarcado. El poderoso colectivo universal que ha invadido nuestros sentimientos y emociones. La solución a esta pandemia concuerda en mi teoría de que todo lo que sean mitos, costumbres o cultura que nos daña, hay que tirarlos por un barranco de inmediato. Y construir los nuevos de la mano del feminismo y con las gafas moradas puestas. Vivamos para reinventar los mitos caídos y opresores.
Una amiga del alma me presta un nuevo síndrome, el de la oveja negra. No lo conocía y me estimula para analizar, un mini poco, lo que ocurre desde hace muchos y demasiados meses en la RPP, Res Pública Putrefacta. Tan animalístico síntoma consiste en juzgar con más rigor a las personas de nuestra propia afinidad grupal que a las de enfrente. Verbigracia el lago del monstruo Ness donde habitan un@s seres que montan festines con avidez canibalística. Desde el instante en que el reconocimiento social se embarulla con el idem televisivo, la ciudadanía se hace partícipe de la puesta en escena en la celebración pública de lo excepcional. Esas mentes enlodadas a la totalidad ignoran que la fama es una estrella fugaz y viven solo para la Sociedad del Espectáculo, un magnífico libro del Vargas Llosa intelectual.
Dentro del campo de batalla donde acceden las personas elegidas , un círculo cerrado y de difícil acceso, las gestas bélicas nada tienen que ver con la realidad. Las pensiones, los cuidados, desmanes de las eléctricas, leyes de dependencia, violencia de género, vivienda y el resto de las grandes necesidades sociales quedan abandonadas del menú del día. Su máximo interés es mostrar el potencial de seducción ante la opinión pública. Mis calcetines son más guay que los de Justin Trudeau, el mantel con el que acabo de emboscar la mesa del Congreso es de encaje Brujas, pasear por la alfombra roja de "mi Senado" me proporciona más éxito que las cálidas colinas de Hollywood.
El maridaje entre lo político y la representación les suministra la certeza del éxito en las encuestas. Es la máxima aspiración de sus señorías en cuanto a la rentabilidad social que extraen de tan extraordinaria relación.
El poderío de estar en el primer lugar de un sondeo conlleva el éxtasis con el que se chutan cada mañana. El desayuno-maná de los sapos a la trufa negra.
El otro día asistí al Primer Encuentro para la Igualdad en los Medios. Mujeres periodistas en general y unas pocas que han ascendido al Olimpo del techo de cristal por la vía de la dirección de programas y periódicos, dialogamos sobre cuestiones pendientes y muy sangrantes en nuestra profesión, como la nula accesibilidad a puestos de responsabilidad y mejor retribuidos copados por nuestros compañeros varones. Casualmente salió el caso de Ana Patricia Botín. Una mujer que escaló a la dirección de la empresa familiar por el deceso de su padre y patriarca. Saqué a la palestra que dicha señora recién llegada a la presidencia del Banco de Santander se hacía llamar señor presidente. No había manera de que cambiara. Pero héteme aquí que un incierto y errático pijo-feminismo se pone de moda. Y nuestra Ana Patricia cae del caballo y muta en presidenta. Genial. Otorga una entrevista y se declara ferviente activista. Este asunto me da grima. Es patético porque nos hace daño. Un lacito violeta, por muy de Gucci que sea, no transfigura a una mujer colonizada por el patriarcado en feminista de vocación, teoría y acción. Nosotras no tenemos saunas en ese lago del monstruo Ness.