Palo, el vermú de Ibiza
Hola amiguitos y amiguitas del mundo, hace unas semanas os hablé de la bebida alcohólica por antonomasia de las pitiusas: las hierbas ibicencas (Puedes leer ese maravilloso a la par que grácil artículo pinchando aquí). Pues bien, siguiendo con esta corriente alcohólico-didáctica que nos embriaga, esta semana os contaré la historia del otro gran brebaje que alegra la pestaña a los nobles ibicencos: El palo.
Cuando los españoles descubrieron América, además de hacer un montón de nuevos amigos, también descubrieron el Quino, un árbol muy chingón utilizado por los indígenas para aplacar la fiebre. El primer europeo en comprobar sus efectos curativos fue Doña Francisca Enríquez de Rivera, Condesa de Chinchón para sus amigos, quién en 1629 cayó gravemente enferma de paludismo. Los días pasaban y ninguna medicina era capaz de frenar aquella hasta entonces mortal enfermedad. Entonces su amado esposo, Luis Jerónimo Fernández de Bobadilla y Mendoza, Virrey de Perú para sus amigas, oyó hablar de la quinina (polvos de la corteza del Quino) y sin pensarlo dos veces salió al parque, pilló un par de gramos y le puso unas buenas lonchas a su señora esposa. La mejoría fue inmediata, eso sí, la dulce Virreina no quedó del todo contenta con el sabor de aquella pócima según recogen las crónicas de la época: "Con todos mis respetos y sin ánimo de ofender a nadie me cago en los clavos de Cristo y en el hijo de la gran puta del boticario que ha preparado el potingue ese. Qué puto asco joder, la próxima vez prefiero la muerte o que me claven en los ojos alfileres untados en Thunder Bitch a meterme esa jodida basura".
Al problema del sabor había que sumarle otro, que aquella poción se estropeaba muy rápidamente, lo cual hacía difícil su transporte a Europa. Solución: meter la medicina en alcohol y añadirle azúcar como si lo fueran a prohibir. Resultado: todo Dios corriendo en bolas por pantanos y lodazales buscando ser picados por el mosquito que trasmite el paludismo y que así el médico les recetara esa cosa tan rica que te pone todo pedo.
Pero todo lo bueno se acaba amigas y en el siglo XIX la siempre inoportuna ciencia occidental desarrolla los medicamentos modernos, lo que supone el fin de la mayoría de los remedios caseros. Sin embargo el jarabe de Quinina era un superviviente y había venido al mundo para quedarse, así que contra todo pronóstico llegó a un histórico acuerdo con la medicina: ésta se encargaría de la fiebre de domingo a viernes, mientras que el Palo se encargaría de la fiebre del sábado noche. Fuck yeah!
Con el paso de los años a la receta original se le añadió romero y a partir de ese momento la bebida dejó de ser considerada una medicina para pasar a ser uno más de los simpáticos licores tradicionales que riegan nuestra amada y alcohólica península ibérica: El Palo.
En la actualidad el Palo se sirve con hielo y un chispúm de sifón, de ahí que sea conocido como el vermut ibicenco.