Occidente se conjura para ayudar a Ucrania a sobrevivir al invierno y pone a prueba su arsenal
La OTAN ha prometido ayuda a Kiev para reparar su dañada red eléctrica, pero por ahora no libera armas más potentes. El desgaste se nota en los arsenales aliados.
Mantas, tiendas de campaña, generadores eléctricos, ropa de abrigo, transformadores... todo eso y ayuda técnica para reparar las infraestructuras eléctricas dañadas por los ataques de Rusia. Es lo que la OTAN ha comprometido a aportar a Ucrania esta semana, en la reunión que sus ministros de Exteriores han tenido en Bucarest (Rumanía). Todo lo citado hace falta, dice Kiev, pero también armas, y cuanto más sofisticadas y efectivas, mejor. Sin embargo, su nuevo ruego ha caído en saco roto.
Occidente se conjura para ayudar al país invadido a sobrevivir al frío y pone a prueba sus fondos nacionales y, sobre todo su arsenal, que ya flaquea en algunos territorios. El esfuerzo ya comprometido se mantendrá, dice el cuartel general de Bruselas, “no dará marcha atrás”, se puede seguir suministrando sobre lo que ya se está entregando, pero más, ir a por ese armamento clave, no. Lo deja, por ahora, en “ayuda de invierno”.
Las razones son las de siempre: “la OTAN no suministra equipos letales”, como suele repetir su secretario general, Jens Stoltenberg, por el riesgo de internacionalización de la guerra que conlleva. Las armas sólo pueden y deben ser suministradas por los distintos Estados miembros de la OTAN, no por la Alianza como organización. De otro modo, podría interpretarse como si tomara parte en la guerra. La Alianza quiere evitar a toda costa un enfrentamiento abierto con Rusia y su presidente, Vladimir Putin.
Su homólogo ucraniano, Volodimir Zelenski, envió a la reunión rumana a su canciller, Dmitro Kuleba, y puso sobre la mesa sus necesidades: quiere misiles tierra-tierra de largo alcance, como los ATACMS -con un alcance de 300 kilómetros, con los que poder llegar a suelo ruso o a la anexionada península de Crimea-, aviones de combate, tanques y defensas antiaéreas más avanzadas, para empezar. Estas últimas son el gran reclamo, Kiev pide directamente los Patriot norteamericanos que tan famosos se hicieron en la Guerra del Golfo. Se escuchó al ministro, pero no hubo compromisos concretos para suministrar más armas pesadas. Su defensa es “heroica”, le regaló el oído Stoltenberg, no obstante.
Patriots, no
Ya el jueves, el noruego y el canciller alemán, Olaf Scholz, frenaron por completo las esperanzas de Ucrania de desplegar esas defensas. A Polonia, sí. A Ucrania, no. Con Varsovia hay negociaciones en curso, pero hablamos de un miembro de pleno derecho de a OTAN, recientemente afectado por un misil perdido que cayó en su territorio y mató a dos personas. Kuleba había enfatizado que no quieren los Patriot más que para defender sus infraestructuras, que es “un sistema puramente defensivo” que no supondría una escalada del conflicto con Rusia por parte de un país miembro de la OTAN como Alemania. Ni por esas. “Apreciamos lo que se ha hecho, pero la guerra continúa. Hemos demostrado que podemos derrotar a Rusia, que podemos ganar... Necesitamos defensa aérea. IRIS, Hawks, Patriots y necesitamos transformadores”, insistió el ministro.
El ministro de Asuntos Exteriores de Lituania, Gabrielius Landsbergis, que visitó Kiev el lunes con seis colegas bálticos y nórdicos, asume que se necesitan más tanques, sistemas antiaéreos y otras armas pesadas para llevar a Ucrania a la victoria contra su agresor. ”¡Mantengan la calma y den tanques!”, tuiteó. En Rumanía se le replicó: medios más potentes suponen un mayor riesgo de impacto en terreno ruso, o sea, un uso ofensivo; se trata de material complicado, que requiere de mucha formación, y además, por su peso, es un tipo de armamento del que hay menos en todos los países de la Alianza.
El uso del invierno como arma de guerra por parte de Rusia, denunciado por la OTAN y por Estados Unidos, busca romper la voluntad de una nación que ha frenado a las todopoderosas las fuerzas rusas y poner a prueba la generosidad de Occidente al pagar la factura de la guerra, en dinero, en armas y en crisis energética. Está el debate entre el deber moral de ayudar aún más y la realidad, la crisis y los reajustes en concreto en el armamento que están teniendo que hacer los países OTAN ante las exigencias de una guerra convencional inesperada en suelo europeo.
La intensidad de los ataques deliberados de Moscú contra la población civil, que han dejado más de 10 millones de personas a oscuras con las primeras nieves, también ha reavivado las cuestiones sobre si el mundo debe presionar para que se ponga fin a la guerra de forma diplomática y cuándo debe hacerlo, así como un creciente debate político interno sobre cuánto tiempo debe durar la ayuda multimillonaria. Putin tiene claro que la fatiga de guerra puede serle beneficiosa, pese a sus propias pérdidas, para forzar a los ayudantes de Zelenski a pedir un final, aunque sea con renuncias.
Esta semana, el presidente de EEUU, Joe Biden, y el de Francia, Emmanuel Macron, se han visto en Washington y esta disyuntiva ha estado sobre la mesa, sin que hayan trascendido más comentarios que el del norteamericano: se dice “preparado para hablar” con Putin si Rusia da señales de querer acabar con la guerra.
Los arsenales, resentidos
El mes pasado, el propio secretario general de la Alianza reconoció que algunos aliados están enviando armas a Ucrania que habían planeado conservar para ellos, algo que al menos él no ve como un problema. “Han reducido sus existencias, pero eso ha sido lo correcto, porque es importante para todos nosotros que Ucrania gane la batalla”, señaló. “Cuanto más se prolongue esta guerra, más importante será que también podamos reponer las reservas de armamento (...). Hay que incrementar la fabricación de armas y municiones en Europa para estar siempre preparados para defender nuestro espacio común”, agregó.
La Alianza llevaba años con este objetivo, de fondo, pero sólo ahora, cuando hay una guerra en suelo europeo, han saltado las alarmas. No se había comprado lo prometido ni se había optimizado lo que se tenía hasta el punto de que fuentes de organización citadas por The New York Times afirman que las reservas, antes del 24 de febrero cuando comenzó la invasión, eran “modestas” en cuanto a artillería, municiones y defensas aéreas. El artículo en el que hace esta confesión, publicado el 26 de noviembre pasado, explica que el fin de la política de bloques, con la desintegración de la URSS, hizo que menguaran los presupuestos de defensa de los estados y que los fondos se destinasen a luchas nuevas, como las guerras híbridas, los ataques digitales, por ejemplo.
Ahora hay que reabastecer lo almacenado para la defensa propia, porque la parte que se está dando a Ucrania debilita al bloque, que entrega armas país por país y no como organización, porque eso haría que Rusia la acusara de entrar en la contienda, algo que ya ha hecho de palabra, según el Kremlin. Los reporteros del Times explican que las rondas de artillería de Ucrania están gastando tanto material como el que se empleaba en un mes en Afganistán, a un ritmo que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial. Kiev gastó unos 6.000 o 7.000 proyectiles el mes pasado, cuando EEUU es capaz de producir 15.000 al mes.
En el caso de Washington, iden está evaluando la posibilidad de ampliar drásticamente el entrenamiento que el Ejército estadounidense proporciona a las fuerzas ucranianas, incluyendo la instrucción de hasta 2.500 soldados al mes en Alemania. Los simulacros abarcarían tácticas más sofisticadas en el campo de batalla, incluyendo la coordinación de maniobras militares con apoyo de artillería.
El secretario de Estado, Antony Blinken, dijo el miércoles a CNN que la OTAN está tratando de invertir en armas y municiones de la era soviética para las fuerzas de Ucrania, buscando lo que hay en naciones del espacio postsoviético, porque es lo que emplea su ejército y lo que sus militares saben manejar. También avanzó que están centrado sen proporcionar sistemas de defensa aérea y esta misma semana ha firmado un contrato de 1.200 millones de dólares (1.150 millones de euros al cambio) con la compañía Raytheon para la adquisición de sistemas móviles de misiles tierra-aire NASAMS, que serán posteriormente entregados a Ucrania. ¿Y los Patriots? Blinken no cierra la puerta, dice que se está considerando, pero sería cruzar una línea roja no contemplada hasta ahora.
Alemania ha prometido más tanques antiaéreos y Reino Unido va a mandar ahora helicópteros también, pero Stoltenberg ya ha dado varios avisos a los miembros más fuertes para que se retraten y pongan sobre la mesa todo lo que puedan, sin escudarse en las reservas nacionales. A los vecinos de Ucrania se les ha alentado a que reactiven la fabricación de material de la era de la URSS y también se están tocando puertas de países amigos, como Corea del Sur, para que surtan de material. Ahora hay quien rescata la famosa exigencia de destinar el 2% del PIB nacional a Defensa, que ayudaría en el entuerto, dicen sus defensores. Europa, a través del llamado Fondo para la Paz, ha puesto ya 3.100 millones para reembolsar los esfuerzos de sus miembros, pero la bolsa ya va al 90%.
No sólo se enfrenta la Alianza al problema del precio y la disponibilidad, sino a los estándares, a las compatibilidades con el ejército de Ucrania y a las opciones de transporte y permisos. Suiza, por ejemplo, se ha negado a que material fabricado en su país pero vendido a Alemania acabe en Ucrania, porque entiende que violaría su neutralidad. Rusia, por su parte, también tiene problemas, con la guerra alargada, y está buscando ayuda en Corea del Norte o Irán.
Occidente, mientras, puede mostrar ante su opinión pública los avances que se logran con estas armas. El Ejército MacGiver, como llama otra fuente del diario norteamericano al ucraniano, por su capacidad de adaptación, está reconquistando terreno a un ritmo inesperado, pero viene el frío, viene la nieve, y aún queda un 20% del país en manos rusas. Por eso pide más y lo seguirá pidiendo.