Nueva normalidad... ¿por decreto?
Este artículo también está disponible en catalán.
Nos estamos acostumbrando a que las cosas sucedan tan deprisa que no nos da tiempo de analizarlas, porque a quien se para a reflexionar se le acumula el trabajo con tantas novedades.
El lenguaje a menudo es víctima de la irreflexión o es utilizado para dibujar un panorama que endulza el contenido de aquello que define, con la intención de hacerlo más amable, más aceptable.
A menudo observamos que cuanto menos libre y democrática es una sociedad, más tiende a disfrazar la pura y dura realidad, poniendo la vaselina necesaria para que la aceptemos sin quejarnos demasiado. También a encontrar los eufemismos más ridículos. Si no queremos traicionar al lenguaje, tenemos que encontrar la palabra justa para cada cosa; si no, nos estamos engañando y corremos el peligro de hacer que se pierda el sentido verdadero de las palabras.
Todo esto a propósito de que hace pocos días se aprobó el Real Decreto-ley 21/2020, de 9 de junio, de medidas urgentes de prevención, contención y coordinación para hacer frente a la crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19. Popularmente se conoce como el ‘Decreto de la nueva normalidad’. Por poco que nos fijemos nos damos cuenta, en primer lugar, que si es normalidad nueva, ya no es normalidad, porque se separa o contradice la norma. Según el diccionario, normalidad es calidad de normal. Y si consultamos ‘normal’ encontramos cuatro acepciones, y quiero destacar la siguiente: Que no se separa de su estado natural, de su curso natural. El ciclo normal de las estaciones: el invierno sigue al otoño y éste viene después del verano.
Esta que nombramos ‘nueva normalidad’, regulada o impuesta por decreto, establece una nueva norma que, muy a corto plazo, pretende imponer una normalidad que es del todo excepcional, anormal, pero que bajo la denominación de normalidad parece mucho más asumible.
Venimos de unos meses en que las imposiciones de medidas con la excusa de la COVID-19 han vulnerado muchos derechos de las personas y, lejos de mirar las condiciones más favorables para los ciudadanos y menos distorsionadores de la ‘normalidad’, han sido medidas -repito- excepcionales en que el ciudadano (y muchos de sus representantes) no han podido ni decir ni hacer nada. Esta anormalidad ahora se alarga disfrazada de nueva normalidad.
Y se me ocurren muchas preguntas sobre si una normalidad tiene que venir regulada por decreto, si la normalidad es aquello que vamos estableciendo toda la ciudadanía en el día a día y no forzados por una ley, que no discuto si es beneficiosa, oportuna o no. Me refiero a una cuestión conceptual.
Mi temor es que, si bien en un primer momento vimos en la sacudida COVID-19 una oportunidad para cambiar de hábitos por lo que se refiere a contaminación (problema mucho más grave que todas las COVIDs y que parece que haya quedado atrás), al consumo, a la redistribución de los recursos... vamos viendo que esta ‘nueva normalidad’ nos vuelve a la ‘antigua normalidad’, pero con menos posibilidades de opciones personales y colectivas, con más normas y menos confianza entre las personas de condiciones económicas distintas, con menos oportunidades para sentirnos libres, equilibrados y felices, que son los ingredientes necesarios para la salud.
¿Hacia dónde va una sociedad que se pretende infantilizada o inmadura por parte de los gobernantes, que necesita que le den pautas a cada momento y para todo? ¿Qué futuro tiene una sociedad donde una gran mayoría vive inmersa en muchas preocupaciones, estrés, infelicidad, motivadas por las desigualdades económicas y de oportunidades? ¿Por qué los gobiernos y los grandes poderes económicos solo están obstinados en fabricar esclavos de todo tipo? Hay una dicha catalana que dice ‘vale más comer poco y digerir bien’. ¿Por qué no somos capaces de aplicarlo a nivel general construyendo sociedades menos desiguales?
La expresión rehacer la economía es la que más hemos oído durante la crisis y todos entendemos que hay sectores que lo están viviendo de manera grave, dramática. Pero repensemos qué necesitamos y para qué lo queremos. Las huidas hacia adelante suelen llevarnos a retrocesos muy considerables. Si no somos capaces de andar pasos más cortos, pero más seguros, no podremos decir que lo ha provocado la pandemia COVID, sino más bien que no hemos sabido -y quizás tampoco querido- aprovechar una sacudida para reflexionar y planificar.
Si no hacemos una buena enmienda al sistema vendrán otras pandemias y plagas de todo tipo, porque la semilla de nuestro mal es que -de momento- no hacemos nada para erradicarlo. Me gustaría proponer una normalidad que no fuera dictada por decreto, sino por consenso y planificación, sabiendo hacia dónde queremos ir, con inteligencia y voluntad de limar diferencias de todo tipo. Si no, somos y seguiremos siendo una sociedad enferma.