Nota sobre una disputa global: ¿se puede criticar a Greta Thunberg?
Reducir la cuestión climática a un discurso concreto y genérico como el de Greta supone negar la visibilidad de la pluralidad de enfoques posibles.
Tarde o temprano, toda causa tiene por obligación condensarse en la estabilidad de un símbolo más o menos reconocible si quiere perpetuarse y mantener un espacio en el imaginario social: ya sea en una imagen o en una persona, los objetivos e ilusiones de un determinado grupo (por muy heterogéneo que sea) han de converger en una forma concreta para dar solidez e inmediatez a una reivindicación perseguida. Este es el papel que el activismo ecológico le ha dado a Greta Thunberg. En ella se ven reflejadas especialmente las nuevas generaciones, atemorizadas a veces hasta el llanto por las condiciones climáticas del planeta, así como políticos entusiastas y toda clase de actores sociales e institucionales. Desde luego, el cambio climático es un hecho constatable e incontestable, y toda preocupación por revertir, o al menos reconducir la situación, ha de ser animada y apoyada para no descarrilar ominosamente hacia el vacío. Ahora bien, que Greta Thunberg defienda una causa de alcance global ¿nos impide criticar los aspectos paradójicos de su conducta, una conducta tutelada sin duda (quizá fuese más correcto decir controlada) por terceras personas?
Para dar respuesta a la pregunta planteada en el título debemos contemplar únicamente como punto de partida la siguiente condición: si todos tenemos derecho a criticar a los gobiernos elegidos libremente por el pueblo, así como a sus representantes, ¿por qué no íbamos a tener derecho a criticar también a una persona que no ha sido elegida por nadie en una causa que es de todos y nos afecta a todos? Esta pregunta habrían de hacérsela todos aquellos y aquellas que escriben negando la posibilidad de mostrarse crítico ante las formas y el contenido discursivo de Greta Thunberg: a estas personas habría que hacerles notar que señalar las incongruencias de un comportamiento y contextualizarlo no implica atacar personalmente a nadie, pues una cosa es despreciar a las personas por motivos arbitrarios (edad, sexo, color de piel, religión, origen, riqueza, etc.) y otra bien distinta, y sin duda constructiva, es enfrentarse a la vacuidad de los discursos y formas, aunque provengan de una niña, que se nos intentan presentar, poco menos, que como beatíficos.
Podemos afirmar que la mayoría de la población mundial está de acuerdo en la existencia del cambio climático, pero las divergencias sustanciales se producen en el reconocimiento de sus causas y, sobre todo, en las medidas a emprender para solventar el problema, implicando que reducir la cuestión climática a un discurso concreto y genérico como el de Greta supone negar la visibilidad de la pluralidad de enfoques posibles.
Otra cosa se debe añadir: cada vez más, el ecologismo es un asunto para la arena política y para los medios de comunicación, que operan con la intención de satisfacer ciertos remordimientos que el progreso pone sobre la mesa, y el cambio climático, en su dimensión factible, se presenta como una tarea en la que tienen que intervenir esencialmente científicos e ingenieros de toda índole y condición para buscar la forma de obtener energías más limpias y, a poder ser, abundantes, así como para purgar los desmanes presentes. Por tanto, el cambio climático exige una ciencia y pensamiento refinado y capaz, no monopolios discursivos incontestables que responden a aspiraciones políticas o comerciales.