No es poliamor, es la poligamia contra la monogamia
El gran problema, los celos.
Quien no vive en una burbuja ha escuchado (cada vez más) hablar del poliamor, o lo que es lo mismo, tener una relación sentimental de manera simultánea con tres o más personas, con el consentimiento de todos los involucrados. Una etiqueta más para decantarse por el club de la monogamia o de la poligamia. ¿Es posible amar a dos personas a la vez?
Joaquín Sabina se pronunció sobre ello en La noche D (TVE), en enero: “Cómo se puede querer a dos personas a la vez y no estar loco... Pues yo creo que sí. Lo que no se debe, como ha sido tradición en España, es tener dos familias (...) He tenido ciertas simultaneidades. Es agotador”.
El cantautor estaba en lo cierto. Se puede querer a dos personas a la vez, pero no se puede amar a dos personas a la vez. “Estar enamorado de dos o varias personas no es posible fisiológicamente. Hay estudios que dicen que el enamoramiento no dura más de 3 o 5 años. El subidón de dopamina y adrenalina es tal que el cuerpo no lo aguantaría si se multiplicase por dos”, explica Elena Drapa, psicóloga clínica del Colegio de Psicólogos de Madrid.
Eso no desmonta la existencia del poliamor porque puede que una de las partes esté enamorada y la otra no, que ninguna lo esté pero se quieran... Lo que sí desmonta, según la psicóloga, es la excusa de muchos infieles. Ya no vale lo de “uno tiene lo que le falta al otro”. “En la vida hay que elegir”, explica Drapa.
El poliamor ni siquiera es una forma de relacionarse moderna. En la Grecia clásica ya lo hacían —sin olvidar también el modo de vida de los hippies—, y el término se acuñó en los noventa. Es un neologismo que no forma parte del diccionario de RAE. Como dice Brigitte Vasallo, autora de Pensamiento monógamo, terror poliamoroso, que dinamita el poliamor en su obra, no es más que “esa idea neoliberal que nos han vendido como la alternativa guay y progre a las relaciones monógamas”.
¿Por qué ahora?
Que vuelva a ser una moda en España, como si los millennials lo hubiesen inventado o descubierto, responde a que “ahora la gente no quiere asumir compromisos”, explica Elena Drapa. “Cuando alguien se compra un coche, adquiere un compromiso; cuando se compra una casa, adquiere un compromiso, y cuando se tiene un amigo, se adquiere un compromiso”. Pero este compromiso es distinto y lo que espanta de él es el dolor emocional. “Si adquiero un compromiso así y no me sale bien, todo va a doler”, aclara.
Aunque esto no es sólo cosa de las generaciones más jóvenes. También hay otros ejemplos, incluso entre los famosos. La actriz Tilda Swinton (Michael Clayton), de 60 años, estaba casada con el cómico John Byrne cuando le confesó que también estaba enamorada del artista visual Sandro Kopp. Byrne encontró otra pareja y hacen vida en común. El cine también ha retratado el poliamor en varias ocasiones, como en Soñadores (2003), Castillos de cartón (2009) o Vicky Cristina Barcelona (2008).
El gran problema: los celos
Escribe la sexóloga Silvia Sanz en Sexamor que “el poliamor es una práctica muy cuestionada y con la que muchos disfrutan, pero que desencadena más conflictos de los deseados”.
Los hippies apelaban a su lema ‘paz y amor’, pero hay poliamorosos que no pasan por el aro. Lídia, creadora de Open Mandarina y poliamorosa, contó en Onda Cero que en estas relaciones también “existen los celos”, uno de sus mayores enemigos.
Aunque “el poliamor puede estar muy bien si todas las partes lo tienen claro y es consensuado, el problema llega cuando se mezcla celos y ego. Relacionarse con uno mismo es complicado, con una segunda persona lo complica más, ya con tres...”, explica Elena Drapa.
Además, apunta la psicóloga clínica, en España tenemos poca educación emocional y eso dispara directamente hacia la autoestima: “Por eso surgen los celos cuando no hay datos objetivos de que me han engañado, porque nos falta seguridad”. Desear a otras personas que no sea la pareja, insiste, es lógico. Además, advierte: “Si has tenido que tragar con el poliamor porque la persona de la que estás enamorada te dice que es la única forma de estar juntos, nada va a salir bien”.
Por su parte, la conocida influencer Amarna Miller, también poliamorosa, ha llegado a dar consejos para gestionar esos celos. Otro de los iconos del poliamor, la escritora y activista Gabriela Wiener, que mantiene un matrimonio a tres, ha confesado que ha pasado por “momentos de bastante fe, de proselitismo del poliamor”, para luego encontrarse “muerta de celos por alguna situación, o sentirse descuidada por un lado. Esto realmente funciona si uno logra equilibrar los deseos personales propios y el cuidado de la otra persona”.
“Cuando el poliamor funciona (en la mayoría de los casos) es porque ninguna de las partes estaba enamorada, o están en otra fase del amor”, indica la psicóloga. Si uno de ellos está enamorado y necesita más tiempo, “descompensa toda la relación” y ahí llega el dolor.
Poliamor contra monogamia
El poliamor tiene más años que Matusalén, aunque parezca que ha llegado ahora para romper con los estándares y formalismos del amor que ha marcado la tradición. Lo más curioso es que no dejan de crecer las etiquetas al mismo tiempo que aumentan las voces que piden eliminarlas (y que también las utilizan) en tiempos de libertad amatoria.
Uno de los que abogan por no etiquetar el amor es el presidente de la Sociedad Española de Intervención en Sexología, Manuel Lucas Matheu. Para él, “el ser humano no es monógamo por naturaleza”, como explicó en Onda Cero. Que la sociedad sea monógama tiene que ver, añade, “con lo económico, que ha ido contaminando culturas que no eran monógamas, hasta lograr extenderse. Somos monógamos porque somos pobres”.
El lema ‘cree en el amor sin ataduras, porque si quieres a alguien le tienes que dejar que actúe en base a sus sentimientos’ se cae por su propio peso. La palabra amor no encaja ahí. Y ahora Antonio Machín tiene su respuesta a cómo se puede querer a dos personas a la vez... y no estar loco.