Niñatos y chiquilicuatres
Quizás haya quienes desde la izquierda sientan alivio por la falta de rumbo del PP. Sin embargo, creo que debemos hacer el esfuerzo de mirar más allá.
Alegrarse de los errores ajenos por lo general es éticamente reprobable. Pero cuando ese error supone la consolidación del empleo y la salida de la precariedad de ocho millones de trabajadores, yo diría que es más un acto de justicia divina. Triunfó la comedia. No sé si han sido las bendiciones del papa Francisco, un capricho del destino o que la derechita Deloitte confunde el rojo con el verde. Quizás por ello insistan tanto en llamarnos socialcomunistas a los de Más Madrid.
No es mi intención echar más sal en la herida, pero debo reconocer que en la última semana hemos disfrutado como enanos. Incluso escuchado a Jiménez Losantos —¡quién nos lo iba a decir!— , agitador de cabecera de Ayuso, que se ha convertido en un fenómeno viral en TikTok, con su valoración de lo sucedido en el Congreso. Aunque he de confesar que, por más nauseabundo que me resulte el discurso del PP, me parece excesivo y de muy mal gusto llamar “tontos, garrulos, bobos e idiotas” a dirigentes políticos de cualquier signo.
Esperanza Aguirre anticipó la debacle. Génova está llena de “niñatos” y “chiquilicuatres”, nos confesó. Yo no lo sé porque no he tenido el placer de estar allí, pero lo que sí es evidente es que en el PP han perdido hasta la destreza para los chanchullos. Casi 20 años después del ‘tamayazo’, en la Asamblea de Madrid quedan 7 diputados del PP y una consejera —reprobada por el caso de los abusos sexuales a menores bajo custodia de la Comunidad—, testigos privilegiados de aquella operación de compra de voluntades para subvertir el resultado de las elecciones autonómicas de 2003.
El PP de Madrid, bajo el mando de Ayuso, tiene el know how de las tropelías democráticas y por lo que parece no han querido compartirlo con Casado que ha terminado pegándose una castaña de muy señor mío a escasos días de las elecciones en Castilla y León y que sin duda ha sido celebrada en la intimidad de la Puerta del Sol.
Algunos pensarán que la responsabilidad es de la izquierda y ojalá fuera así. Pero la realidad es mucho más cómica. El PP de Pablo Casado se ha vuelto a resbalar con la cáscara del plátano y eso que lo tenían muy fácil. Podían elegir entre hacerle caso a los representantes de los trabajadores o hacerle caso a la patronal. Y en ambos casos, habrían acertado. Sin embargo, por ese patriotismo de partido que a veces les lleva a defender cosas contrarias a los intereses del país, esta vez decidieron votar con los nacionalistas. No hay que llamarles bilduetarras, ni antiespañoles por ello, pero me parece una posición tan legítima como errada. No obstante, hablemos claro: el error no es que al lugarteniente de García Egea se le fuera el dedo a la hora de votar. El error es que el partido de la democracia cristina, de los conservadores, de los reformistas y del sentido de Estado, ni está ni se le espera. Y en eso, nuevamente, sí tiene mucho que ver Isabel Díaz Ayuso.
Cuando defienden un modelo laboral en el que una persona puede encadenar contratos temporales indefinidamente, cuando se apuntan al carro de la neolengua del emprendimiento o cuando llaman flexibilidad a la inseguridad de no saber si un día podrás comprar una casa o formar una familia, mucha gente se pregunta dónde está la CDU en España. Han abandonado al país a su suerte, cayendo en brazos del populismo de la extrema derecha y defendiendo la agenda regresiva de los países del norte de Europa. Por eso quieren implantar en España una mochila austriaca que nadie salvo Austria (un país con pleno empleo) ha querido para su país.
El PP de Casado y Ayuso es un carnaval. Se suben en tractores disfrazados de ganaderos mientras votan en contra de la ley de precios justos para el campo; dicen defender a las familias, pero votan en contra de una reforma laboral que busca estabilidad en el empleo para las personas en edad de tener hijos; se llenan la boca diciendo que Madrid es España y resulta que se olvidan de que Madrid es sus barrios y que la seguridad no se garantiza con autocuidados sino luchando contra la desigualdad y el deterioro social.
Llevamos 30 años de reformas laborales unilaterales que han fracasado y esta vez, por fin, hemos logrado ponernos de acuerdo para intentar resolver el problema número uno: la temporalidad. No discutiré con quienes piensen que hay aspectos mejorables en la norma y que el gobierno no ha cumplido su compromiso de derogar íntegramente la reforma laboral del PP. Sin embargo, es indudable que estamos ante un momento crucial para la recuperación del país y para hacer de nuestro mercado de trabajo un lugar más seguro y competitivo. Y ante esta disyuntiva, el PP ha preferido alinearse con los negacionistas del progreso mediante una operación estrafalaria, ocurrente y desleal.
Quizás haya quienes desde la izquierda sientan alivio por la falta de rumbo del PP. Sin embargo, creo que debemos hacer el esfuerzo de mirar más allá. Lo que ha puesto en evidencia la votación de la reforma laboral es la situación crítica de desorientación en la que se encuentra la derecha y ello es, ante todo, una pésima noticia para el país.