La carrera de 10 kilómetros de aguas abierta de los Juegos de Tokio, disputada en el Odaiba Marine Park en la bahía de la ciudad nipona, fueron una carrera mucho más dura de lo habitual. Arrancaron a las 6:30 de la mañana (hora local), con un sol cegador y el agua muy caliente. Llegó a alcanzat temperaturas de 32 grados, cuando lo habitual son 22, lo que provocó que los nadadores necesitasen mayor hidratación -el español Alberto Martínez, 18º, tuvo que ser atendido por los servicios médico al terminar por ese motivo, por ejemplo-. Ese escenario provocó que algunos nadadores subiesen el ritmo de inicio y eso provocase una mayor tensión en carrera. Hasta niveles demasiado duros.
Uno de los hombres a los que les tocó remontar fue al británico Hector Pardoe, quien fue ganando posiciones y en la última vuelta tuvo un percance importante. En las aguas abiertas, los codazos entre participantes, involuntarios y fruto del fragor de la batalla, son habituales. De hecho, hay jueces que los controlan (con dos amarillas se expulsa al nadador de la prueba). En uno de esos lances, Pardoe, de 20 años, vio cómo su participación en Tokio se acababa. Directamente.
“En mi última vuelta recibí un codazo y pensé que había perdido el ojo. Incluso perdí las gafas. Siempre tuve la esperanza de que si me ocurría eso podría seguir, pero ni tan siquiera pude recuperar las gafas. No veía, pensé que mi ojo se había caído al agua. Me acerqué a los socorristas y les dije: ‘Mi ojo, mi ojo. ¿Está bien’ No me daban una después clara y entonces decidí salir del agua”, reveló el deportista, cuya imagen ha dado la vuelta al mundo y se ha viralizado, como ejemplo de la dureza de la competición de alto nivel.
Pese al susto inicial, el británico confirmó que está en perfecto estado: “Estoy bien. Solo me tuvieron que coser cuando llegué a la Villa Olímpica porque sangraba por todas partes”, añadió. Pandoe, además, ha querido compartir varias imágenes en sus redes sociales mostrando el resultado de su ojo dañado. Su salud está bien; otra cosa es el ánimo.