Nacionalismo: de péndulo a ruleta
A uno de los mejores libros sobre el nacionalismo vasco sus autores -Santiago de Pablo y Ludger Mees- le otorgaron el simbólico título de El Péndulo Patriótico, alegoría de la centralidad omnipresente que el PNV ocupa en el ámbito nacionalista en Euzkadi. En Cataluña nunca ha existido una fuerza política semejante, contando con una pluralidad ideológica que ya desde hace un siglo enfrentaba a Francés Cambó -que supo acallar todos sus prejuicios para aceptar la cartera de Hacienda en el gobierno de Antonio Maura- con Enric Prat de la Riba -presidente de la primera Mancomunidad Catalana-. Aunque ambos eran del mismo partido político, La Lliga, Cambó como fundador insistió en colocarle el adjetivo "Regionalista", mientras Prat de la Riba publicaba la primera biblia de la causa: La nacionalitat catalana.
Estas tensiones internas se multiplicaron con la creación de Esquerra Republicana de Catalunya en los albores de la II República; aunque protagonizó el catalanismo durante la década de los años treinta con nombres tan recordados estos días como Francesc Macià y Lluís Companys, Esquerra en ningún momento llegó a tener un mayoritario respaldo social y, ya en plena guerra, fue superada su capacidad de movilización por partidos y sindicatos de izquierda y anarquistas.
La larga noche franquista ayudó a crear una ilusión de unidad trasversal, conformada como una causa común frente a la dictadura. El principal éxito de esta unidad se basó fundamentalmente en conseguir identificar al régimen franquista con el ultranacionalismo españolista y el centralismo; lo que facilitó que en la transición la caída del régimen llevara emparejado el obligado cumplimiento descentralizador y un largo mandato de silencio sobre nacionalismo español.
Pero ese triunfo también conllevó la ruptura de la aparente unidad nacionalista en Cataluña: la operación Tarradellas, que suponía también la recuperación de la legitimidad republicana y el retorno de Esquerra, fue tan sólo el preámbulo de una nueva hegemonía alcanzada por la conjunción de partidos recién creados (Convergencia) e históricos (Unió), que contaron con el carismático liderazgo de Jordi Pujol, hábil tejedor de redes y alianzas, de demandas y concesiones, empleando a destajo los instrumentos del populismo y el nation building. La crisis del pujolismo trajo consigo una nueva batalla por la hegemonía del ámbito nacionalista; sin una fuerza centralizadora, la dinámica de las alianzas condujo a compañías de lealtad dudosa y a estructuras institucionales de quebradiza estabilidad.
De un péndulo central que alcanza en sus oscilaciones todos los extremos, se pasó a unos juegos reunidos donde la ruleta del poder ha pretendido alcanzar objetivos sin contar con bases materiales para lograrlos. Una ruleta donde, como en toda dinámica centrífuga, cualquier opción conservadora suele resultar automáticamente descartable; una ruleta voluntarista, donde se pretende que no todos los números tengan las mismas opciones y donde los rojos tratan de aprovecharse de los negros.
Confundir el deseo con la realidad y la voluntad con la capacidad no suele tener buenos resultados a nivel personal; en el campo de la política los resultados son obligadamente más desastrosos. La ausencia de un partido nacionalista hegemónico y la utilización del discurso identitario por fuerzas políticas no nacionalistas han tenido en el panorama catalán consecuencias de nefastos resultados.
Por una parte, ha promovido la emergencia de unas asociaciones civiles -pretendidamente autónomas, institucionalmente subvencionadas y dirigidas- que en lugar de socializar las bases del catalanismo en realidad han sido instrumentalizadas para conseguir un control social que el poder institucionalizado no alcanzaba a vincular afectivamente; persiguiendo un objetivo legítimo -la suma interclasista y multicultural al catalanismo tradicional-, lo que finalmente se ha conseguido no sólo ha sido la fragmentación sino también el enfrentamiento social.
La segunda consecuencia ha sido el sacrificio de la legitimidad en aras del programa máximo; la ciega búsqueda de la proclamación de la república catalana silenció las posiciones más moderadas y pragmáticas, obvió las reglas básicas de la praxis política democrática y violó de forma sistemática y vehemente las leyes, tanto las generales españolas como las específicas catalanas.
La huida hacia adelante es una salida desesperada con resultados predecibles y poco positivos. Cuando siguiendo los cánones del nacionalismo más fundamentalista se tiene vocación de inmolación se pueden alcanzar las efímeras glorias de los laureles patrios. Cuando esa huida se deja en manos de aprendices posmodernistas de Maquiavelo con Twitter se corre el grave riesgo de bordear lo ridículo para caer en lo patético, acabe la huida en Bruselas o en la cárcel.
Con unas elecciones en el horizonte, la ruleta alcanza un paroxismo en el que el contraste entre programas deja de tener sentido, las ideologías diluyen sus fronteras y gana enteros la tentación de confundir los resultados electorales con una carta a los Reyes Magos. Y para aquellos que esto aún les sepa a poco, pueden disfrutar de las emociones de la ruleta... rusa.