Mujeres frente a dinosaurios
El capitalismo es incapaz de compatibilizar el crecimiento económico y la competencia salvaje con el mantenimiento de unos mínimos niveles de igualdad.
La crisis de 2008 fue combatida por los gobiernos europeos a base de inyectar gasolina en el incendio generado por la quiebra financiera provocada por el hundimiento de Lehman Brothers. Era tanto el dinero acumulado en hipotecas basura que, visto al cabo del tiempo, tiene toda la pinta de una estafa piramidal que nadie supo, que nadie quiso, poner en orden, meter en vereda, antes del desastre desencadenado.
La industria y la construcción se resintieron notablemente. Se perdieron muchos empleos, fundamentalmente puestos de trabajo ocupados por hombres. Sin embargo, los servicios, especialmente los de atención a las personas —ocupados por mujeres—, se vieron menos golpeados, con lo cual las diferencias en tasas de paro entre mujeres y hombres se fueron acortando.
La recuperación económica, larga pero inexorable, trajo el restablecimiento de parte del empleo masculino perdido. De forma que la tasa de paro de las mujeres y el número de mujeres paradas quedó por encima de los hombres, al tiempo que las desigualdades crecientes dejaron a más de un millón de familias con todos sus miembros adultos en paro.
La crisis desencadenada por la pandemia no es, sin embargo, una crisis de producción. Ha golpeado al turismo, la hostelería, el comercio y los servicios. Han sido muchas las mujeres, hasta tres de cada cuatro, las que han tenido que quedarse en casa durante el confinamiento o el cierre forzado de empresas.
Son mujeres las que soportan las mayores tasas de paro, las menores tasas de empleo, los salarios más bajos y también son mayoría en los ERTE, con lo cual cuentan con muchas más posibilidades de terminar por perder su empleo. Mujeres que en el 85% de los casos proceden del sector servicios y muy mayoritariamente de hostelería y comercio. En plena tercera ola, en el último mes, siete de cada 10 nuevas personas paradas son mujeres.
Las carreras laborales de las mujeres, marcadas por trabajos a tiempo parcial, periodos de paro y precariedad en sus empleos, con menores salarios, seguirán produciendo pensiones más bajas en el futuro, con consecuencias sobre su bienestar, su autonomía económica, sobre las rentas y la propia riqueza nacional.
Añádase el hecho de que las tareas domésticas y el cuidado de las personas en el entorno familiar son asumidas principalmente por mujeres, incluso en el caso de que tanto la mujer como el hombre hayan seguido trabajando durante los periodos más duros de la pandemia. Lo de la conciliación sigue siendo más una declaración de intenciones que una realidad.
El debate en torno al 8 de Marzo amenaza con convertirse en la polémica recurrente entre quienes defienden la libertad de manifestarse porque sobran los motivos y quienes consideran que manifestarse no es lo más oportuno en estos momentos en los que comenzamos una desescalada que hay que gestionar con prudencia.
Así las cosas, bien pudiera terminar ocurriendo lo que en el famoso cuento de Augusto Monterroso, el cuento más corto del mundo. “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
Puede que pase la fecha del 8 de marzo y que la pandemia deje paso, a golpe de vacunas, a una nueva, inestable, reversible normalidad con aire de fiesta pendiente.
Puede que comencemos una etapa de recuperación, creación de empleo, un remake de los felices años 20, con aumento desequilibrado de la riqueza y desigualdades en ascenso y enquistadas. Pero nada de eso evitará que el monstruo siga ahí, entre nosotros, devorándonos a su aire, sin pedir permiso. Un monstruo creado y alimentado por nosotros mismos.
La crisis de 2008 nos demostró que el capitalismo es ya incapaz de compatibilizar el crecimiento económico y la competencia salvaje con el mantenimiento de unos mínimos niveles de igualdad. La crisis se saldó con una precarización insufrible de las vidas y los trabajos
Tras la crisis económica, social, política, llegó la evidencia del cambio climático, y las calles llenas de adolescentes para contarnos que el planeta seguirá algunos miles de millones de años más dando vueltas en torno al Sol, pero probablemente sin nosotros, obsesionados como andamos en el absurdo empeño de terraformar Marte, mientras hacemos todo lo posible por marteformar la Tierra aceleradamente.
Y ahora, de remate, la pandemia, para dejarnos claro que somos frágiles ante cualquier virus. Esa clase de bichos que unos consideran casi vivos y otros casi muertos y que más valdría que aprendiéramos a vivir en paz con nosotros mismos y con la Naturaleza.
Conviene recordar que son los países gobernados por mujeres los que, en general, han gestionado la crisis con mayor agilidad y transparencia en las decisiones, explicando de forma más clara las medidas adoptadas. Haríamos bien en admitir de una vez por todas que deberían ser los principios del feminismo los que impregnasen el futuro que se avecina.
Los combates contra las desigualdades, contra los populismos, contra los recortes de derechos sociales y libertades públicas, contra la violencia de género, el abuso del poder, la primacía del beneficio económico sobre la vida de las personas, son parte esencial de la lucha feminista, como lo son de la acción desarrollada por las organizaciones de trabajadoras y trabajadores.
Por eso este 8 de marzo habrá, sin duda, menos manifestaciones en las calles, pero no faltarán los actos reivindicativos, ni los momentos para compartir la conciencia de que el mundo ha cambiado y que es responsabilidad nuestra que esos cambios no signifiquen un mundo peor, sino la voluntad de abrir las puertas y desbrozar los caminos que conducen hacia un mundo más justo, más libre y solidario. Más igual para quienes vivimos en él.