Mi novio y yo vivimos en una ciudad distinta cada mes
Cuando vives en Nueva York el tiempo suficiente, acabas pensando cómo sería vivir en cualquier otro lugar, en un lugar en el que no haga tanto frío o en el que el principal medio de transporte no apeste a pis y a basura, un lugar en el que puedas permitirte una habitación en la que quepa algo más que una cama de matrimonio pequeña y un tocador vertical.
Todos los años desde hace seis años he firmado con reticencia el 1 de agosto la línea de puntos de mi contrato de alquiler, donde he desplegado mis pertenencias durante bastante tiempo tras acordar pagar una cantidad exorbitante de dinero por una cantidad de espacio deprimente. Pero un mes de agosto, cuando ya llevaba casi año y medio saliendo con mi novio, decidimos dar un paso más en nuestra relación de millennials, lo cual significa compartir algo más que la cuenta de Netflix.
Una tarde, tras hablar de lo chulo que sería pasar un año viviendo lejos de la locura de Manhattan, llegamos a la conclusión que nos convirtió en nómadas modernos: si ya no teníamos que pagar un alquiler, podíamos permitirnos vivir en una ciudad distinta cada mes.
Dado que ambos tenemos la gran suerte de trabajar para nosotros mismos, los únicos requisitos eran que la ciudad en cuestión contara con un buen servicio de transporte público (no tenemos coche y alquilar uno no es barato) y que fuéramos capaces de encontrar un sitio para vivir que costara menos de lo que pagábamos en Nueva York (unos 1500 dólares cada uno).
Y así cambiamos nuestra idea inicial de escoger solo una ciudad para vivir durante un año y escogimos vivir en una cantidad indefinida de ciudades.
El primer paso que tuvimos que dar para hacer realidad el plan fue asegurarnos de que podíamos viajar ligero. Decidimos vender, regalar o donar casi el 90% de nuestras pertenencias. Dejamos unas pocas bolsas de basura llenas de ropa, algunos objetos personales y unos pocos muebles en casa de los padres de mi novio, cerca de Nueva Jersey. Luego seleccionamos la ropa suficiente para la aventura y la metimos en una maleta de mano y otra de bodega cada uno.
Durante el último año y cuatro meses, hemos vivido en una ciudad distinta casi cada mes. En alguna ciudad nos quedamos más tiempo porque nos encantó. Hemos vivido en Portland, Austin, Denver, Chicago, Los Ángeles y en otros barrios de Nueva York, como Bed-Stuy, Greenpoint y Hell's Kitchen. Estas son las cinco formas principales que nos han permitido vivir en una ciudad distinta casi cada mes sin acabar con mis ahorros ni mandar al traste mi carrera.
Comparte piso con los propietarios
Uno de los principales problemas logísticos que tuvimos que solucionar antes de empezar a saltar de ciudad en ciudad fue pensar dónde íbamos a vivir. Durante el año pasado he vivido en 11 pisos distintos, dormido en la cama de otras personas, comido lo que había en su frigorífico y cruzado los dedos para no encontrarnos con ningún inquilino indeseado, como cucarachas o ratas.
No importa la cantidad de veces que entres en la casa de otra persona, siempre hay un periodo de tres o cuatro días en los que te sentirás como un invitado, pero transcurrido ese tiempo, te adaptas. Lo divertido es que no solo ves cómo viven los demás, sino que también vives como ellos. La mayoría de la gente elabora sus propios hábitos y se aferra a ellos de por vida.
Una vez escogida una ciudad en la que vivir, el primer lugar en el que buscábamos alojamiento era en Airbnb, donde descubrimos que hay ciudades, como Portland y Los Ángeles, en las que te hacen un descuento del 30% si reservas para un mes. También buscábamos grupos locales de Facebook para ver si había gente interesada en alquilar su casa en periodos de un mes.
Antes de escoger un piso, investigábamos sobre el barrio para asegurarnos de que era seguro, de que teníamos muchos sitios para ir a comprar comida andando y de que estábamos en el centro de la ciudad para estar donde se da toda la acción sin tener que alquilar un coche.
Aumenta tus ingresos con pequeños trabajos complementarios
Aunque ambos somos propietarios de nuestros propios negocios, también acudimos a páginas web para que nos ayudaran a encontrar trabajos complementarios en áreas de marketing, escritura, desarrollo de empresas y redes sociales. Tener unos ingresos extra nos ayudó a pagar algunos caprichos de esta aventura que no habríamos podido permitirnos en circunstancias normales con nuestro escaso presupuesto para gastos. Esto nos permitió ir a museos y atracciones locales o comer en restaurantes más a menudo que cuando teníamos nuestra propia cocina y los utensilios adecuados. Utilizamos páginas como UpWork, CloudPeeps y Fiverr para encontrar trabajos complementarios.
Apóyate en tus amigos
Para ahorrar dinero, algo que hacíamos era ponernos en contacto con amigos que vivían en las ciudades que queríamos visitar. Les pedíamos que nos informaran si les surgía algún plan de viaje largo para poder quedarnos y cuidar de su casa. Acabamos en casa de unos amigos en Austin durante un mes gratis con la condición de cuidar de sus dos perros, algo que para nosotros fue otra ventaja. También descubrimos que nuestra red de amigos podía orientarnos a la hora de escoger barrio en esas ciudades, la mejor época del año para vivir ahí, los sitios turísticos que teníamos que visitar sí o sí durante ese mes y los que nos podíamos saltar.
Viaja ligero
Vivir con lo que cabe en una maleta de mano y otra de bodega te hace ser muy selectivo a la hora de escoger la ropa que llevas contigo. Yo empecé a darme cuenta de que en realidad solo utilizaba las mismas tres camisas, cuatro pantalones y tres vestidos, así que solo metía eso en la maleta, además de abrigos, calzado y utensilios para el día a día (un minisecador de pelo, un par de libros, un chubasquero, maquillaje y productos para el pelo).
Lo curioso de tener tan pocas cosas es que te adaptas y, de pronto, no hay muchas cosas que eches de menos. A veces pienso en un top, en una sudadera o en un par de zapatos que solía guardar al fondo del armario y llevaba de vez en cuando. Echo de menos ser creativa con mi armario repleto de ropa, pero ahora soy creativa con las pocas pertenencias de las que dispongo, y hay algo extrañamente divertido en ello.
Vivir con artículos que tienes que cargar contigo cada 30 días te hace ser más cuidadoso a la hora de comprar. Cuando entro a las tiendas, ahora me pregunto si de verdad lo necesito y cuánto peso sumará a mi maleta, que ya pesa 22 kilos. Por lo general, salgo con las manos vacías.
Busca el nuevo equilibrio en tu vida laboral
Quizás la parte más complicada de vivir en una ciudad distinta prácticamente cada mes es encontrar el equilibrio en la vida laboral que te permita satisfacer el deseo de explorar los alrededores y asegurarte de que estás progresando adecuadamente en la lista de tareas.
Algo que hacía era reservar dos o tres horas diarias para salir a explorar, ya fuera temprano por la mañana, a la hora de comer o por la noche. Me aseguré de pasar entre ocho y nueve horas al día en el escritorio, en alguna cafetería o en alguna oficina local de despachos compartidos. De este modo, fui capaz de mantener un ritmo de trabajo normal al tiempo que me aseguraba de estar exprimiendo al máximo todo lo que podía ofrecerme una nueva ciudad. Traté de poner en práctica la regla de no trabajar los fines de semana para pasar el sábado y el domingo de aventuras por la ciudad, aunque en las semanas más intensas, evidentemente, rompía esa regla.
Mi novio, que dirige su propia empresa de marketing, se pasa la mayor parte del día al teléfono y frente al ordenador. Rara vez tiene que reunirse con sus clientes en persona, y cuando lo hace, se sube a un avión (canjea muchos puntos de los programas de fidelización de las aerolíneas) para encontrarse con ellos. Yo no solo dirijo mi empresa de bodas, también hago otros trabajos de autónoma e imparto talleres por todo el país. Cuando el trabajo me exige estar en una ciudad específica, viajo para allá y luego vuelvo a la ciudad en la que vivo ese mes. Cuando sé que mi trabajo me va a obligar a pasar una o dos semanas en una ciudad, planificamos nuestro siguiente viaje y nuestra "ciudad del mes" en función de eso.
Mi novio y yo hemos trabajado duro durante años para ser capaces de trabajar para nosotros mismos en cualquier parte y nos sentimos orgullosos de ello, aunque en ocasiones las prisas puedan ser duras y las horas de trabajo se alarguen más de la cuenta.
Viajar así ha hecho que nuestra relación avance a un ritmo más acelerado. Hemos tenido que afrontar dificultades y problemas que otras parejas quizás no tengan que afrontar durante muchos años y hemos lidiado con dificultades como vivir en una ciudad distinta una y otra vez, donde ninguno de los dos conocíamos a nadie. Mediante una mejor comunicación, afrontamos el estrés de tener que encontrar formas ingeniosas de pagar nuestros gastos mientras viajamos, aunque estemos en un nuevo lugar en el que ambos nos sentimos incómodos.
También nos ha unido más; nos ha hecho apoyarnos en la fortaleza de la relación para sentir "lo nuevo" como "lo nuestro" en cuestión de días y aprender a vivir con cambios constantes, sin llegar a asentarnos nunca. Nos hemos vuelto muy diestros afrontando los vaivenes de la vida y manteniéndonos siempre en movimiento. Ya estamos deseosos de que llegue el día de poner a prueba nuestra relación como hacen muchos, viviendo juntos en un lugar durante un periodo prolongado.
Aunque es relajante apoyar la cabeza en tu propia almohada todas las noches y tener tu tienda favorita a la vuelta de la esquina para ir a por tu helado, moverse de un lado para otro es emocionante, viviendo con una maleta y comprendiendo que hay muchísimos más lugares mágicos más allá de Nueva York.
No sé si uno de esos lugares se acabará convirtiendo en mi dirección definitiva. Aún no se sabe y aún tardará un tiempo en saberse. Planeo seguir mudándome de un sitio para otro, al menos durante buena parte de 2019, o al menos hasta que me canse de que toda mi ropa esté arrugada.
Este post fue publicado originalmente en el 'HuffPost' Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.