Memoria republicana por un futuro justo
Se cumplen 89 años de la proclamación democrática y pacífica de la II República. En tres meses, se cumplirán 83 años del golpe de Estado franquista, y ya hace 80 años del fin de la Guerra Civil. Con motivo de este 80 aniversario, se impone reflexionar al respecto. Algo siempre desincentivado y nunca respetado desde la Transición.
Las actuales generaciones hemos recibido muy poca información sobre la II República, menos sobre la guerra, y poca y dulcificada sobre la dictadura franquista. Todo porque en la Transición algunos decidieron establecer un vergonzoso pacto de silencio. Quien tenga demasiada buena fe podrá creerse que ese pacto se estableció con intenciones más o menos puras, con el fin de comenzar una etapa mejor, sin barbarie. Pero difícilmente se cura una herida, y menos aún una infección extendida, si no se desinfecta, se examina y se elimina lo putrefacto antes de taparla. De lo contrario, se gangrena.
España sufrió el fascismo con mayor rigor que ningún otro país. Y, sin embargo, ha sido en el único donde las víctimas, más de cuarenta años después, siguen sin recibir ningún reconocimiento. Una Ley de Memoria Histórica pretendió poner remedio pero deja de tener efecto cada vez que cae en gobiernos conservadores. A eso se suma la injusta Ley de Amnistía que igualó a víctimas y verdugos impide la verdadera reparación.
Ha sido sólo parte de la ciudadanía la que ha intentado frenar la ignominia y honrar a los demócratas con no pocos trabajos de recuperación de lo que supuso la II República y de reparación buscando los restos de las personas asesinadas y las historias de las torturadas por defender un régimen igualitario y progresista. A menudo sufragados con donaciones individuales y sin recursos públicos.
Los republicanos/as asesinados y torturados por el fascismo, especialmente duro con las mujeres, sólo han encontrado reconocimiento en un puñado de activistas e investigadores de la memoria histórica y en buena parte de los amantes y profesionales de la cultura de este país que se saben herederos directos de la República como espacio de especial sensibilidad y ebullición intelectual. Estos pocos miles de gentes buenas ni siquiera se libran hoy, bien entrado el siglo XXI, de la censura y la represión. Tanto unos (activistas e investigadores) como otros (escritores, periodistas, artistas) sufren hoy la censura y la ausencia de recursos para la tarea de verdad, justicia y reparación.
Un ejemplo claro ha sido la censura sistemática de películas, series y documentales que han sido realizados con absoluto rigor histórico y que los gobiernos del Partido Popular ha impedido que se emitan en la televisión pública. Una reciente prueba de ello es que no ha sido hasta estos últimos meses cuando trabajos excepcionales como Volveremos, Tres días de abril o La Conspiración están viendo la luz. Parece que con el actual Gobierno, TVE ha podido escapar de la denigrante censura a la que ha estado sometida por los conservadores y ha emitido o va a emitir esas series, películas y documentales junto a otros como El silencio de otros, La maleta mexicana o Cautivos en la arena.
Pero si hay un caso de censura especialmente indignante es el sufrido por la serie 14 de abril. La República. Esta serie consta de 30 capítulos divididos en dos temporadas. La primera fue emitida entre enero y abril de 2011. La segunda estaba preparada para ser emitida en meses similares en el 2012. Una mayoría absoluta del Partido Popular lo impidió. No ha sido hasta noviembre de 2018 cuando se ha podido emitir. Pero aunque se ha emitido completa, el maltrato no cesó. Relegados algunos de sus capítulos al late night de los sábados y con continuos cambios de horario, le fue imposible fijar los excelentes datos de audiencia conseguidos en su primera temporada. Pese a ser un retrato excepcional de la etapa republicana.
La derecha sabe bien qué maltratar. Reconoce lo digno. Y sabe hundirlo... Todos los trabajos mencionados y cientos más han sido el mejor ejemplo de verdad, justicia y reparación. Buena parte de la cultura de nuestro país ha sido la más comprometida en esta tarea, indignamente abandonada por las instituciones. Los restos maltrechos de la República han seguido vivos fundamentalmente en escritores/as, actores, actrices, pintores, historiadores/as que no han sabido ejercer su trabajo sin ligarlo de forma férrea a un dignísimo compromiso con la libertad y la igualdad.
Con 14 de abril. La República millones de españoles hemos podido poner voz e imágenes a un tiempo digno de nuestra historia, probablemente uno de los pocos que merecen ese calificativo. Sus actores y actrices se convirtieron en arquetipos construidos a partir de la conjunción de historias de cientos de miles de hombres y mujeres buenas que durante las primeras cuatro décadas del siglo XX aunaron sus esfuerzos para sacar a España del Antiguo Régimen y hacer de ella una sociedad habitable. Tales esfuerzos cristalizaron de forma significativa durante la II República (1931-1936). La serie tiene el inmenso mérito de conseguir que todo ello no caiga en el olvido. Nos recuerda que nadie nos regaló el derecho al voto, ni el divorcio, ni la educación pública, ni los derechos laborales ni la libertad religiosa; la importancia del sindicalismo y la unión en el movimiento obrero. La importancia de dignificar las instituciones para ponerlas al servicio de los grupos oprimidos.
Estas pocas decenas de horas de serie resumen lo mejor de la República, injustamente olvidado (porque nos han obligado a ello), con personajes de profundidad y sensibilidad excepcional. Con una Alejandra (Verónica Sánchez) determinada para lograr la reforma agraria, un Roberto (Javier Pereira) empeñado en que la cultura llegue a los lugares donde aún no es posible espantar el analfabetismo con las Misiones Pedagógicas; un Coronel Alcázar (Víctor Clavijo) capaz de arriesgarlo todo para democratizar el ejército (tarea utópica esa y no la del comunismo). Una Encarna (Lucía Jiménez) culta y feminista que refleja a la perfección los avances en la igualdad entre los sexos en el periodo republicano, especialmente respecto al sufragismo. Un Jesús (Alejo Sauras) que nos muestra cómo la lucha campesina es parte esencial del movimiento obrero. Una Amparo (Marta Belaustegui) cuyo papel impacta de forma extrema, pues con ella vivimos los dilemas éticos y políticos del más alto nivel. Con sus complicadas circunstancias nos ofrece una particular forma de plantar cara a la injusticia que atrapa a cualquier espectador que sepa apreciar que tras su apariencia oscura encontramos un personaje capaz de total entrega a cualquier causa justa y con una forma particular de entender la lealtad en las relaciones humanas. Las dos últimas nos ofrecen además el ejemplo que allí donde el caldo de cultivo favorece la libertad, relaciones humanas mucho más justas y profundas son posibles.
Hay quien no quiere oír hablar de verdad, justicia y reparación ni en pintura: ni en ficción. Pero la historia no es tan sencilla de borrar. Por mucha cal que se le eche encima, el germen de un mundo más igualitario está sembrado. Podrán callar los herederos de la ignominia a la cultura, podrán censurarla, podrán tumbar proyectos, podrán suprimir su financiación, podrán impedir que sus frutos sean conocidos por el gran público. Podrán hacerlo, lo hacen de hecho; amenazan con volverlo hacer. Pero nos mantendremos en pie 80 años después. Quizá desarmados, pero no cautivos. La cultura nos hace libres, y la determinación en la lucha por un mundo más justo no se extinguirá jamás. El Estado debe cumplir ya con la tarea de verdad, justicia y reparación. Y tanto él como toda la ciudadanía debemos comprometernos a que ningún nombre de ninguna persona que luche por la libertad y por ello haya sido humillada se borre de la historia. Nos lo aseguraremos recuperando la memoria de la II República para construir la tercera.