Me quedo contigo...
Es sublime y es eterna. Los expertos dicen que la mejor canción de amor de todos los tiempos. Antes que Rosalía, la versionaron también Antonio Vega, Manu Chao, Ana D y María Rodés. Eso en el universo de la música. En el de la política, ha habido muchos. Ya saben que donde hay dilema, hay decisión. Y Albert Rivera acaba de tomar la suya. De forma solemne y con el aval de la dirección nacional de su partido. Si le dan a elegir... No tiene dudas. Se queda con el PP y con Vox. La ultraderecha antes que la socialdemocracia.
Me quedo contigo no es una canción cualquiera. Y el compromiso del líder de Ciudadanos, tampoco. Lo que acaba de decidir y verbalizar en público es que si el 28-A diera la suma, su partido no pactaría con Pedro Sánchez, pero tampoco con el PSOE para formar Gobierno en España. En consecuencia lo que está diciendo es que sí lo haría con la derecha. Tanta ambigüedad, tanto equilibrismo y tanta impostura para al final admitir lo que es y lo que busca: un Gobierno de derechas.
Claro que dirán algunos que en el partido del "Nunca Jamás" y del "aprovechategui de la política española" -como le bautizó Rajoy-, siempre hay tiempo para una modulación más y para amoldarse a lo que convenga. De momento, el secretario de Organización del PSOE, José Luis Ábalos, le ha lanzado la primera andanada: "En Europa, los liberales se entienden con la socialdemocracia, pero en España parece que se entienden con la ultraderecha".
Declaraciones aparte, lo cierto es que sin haber empezado aún la campaña, Rivera ha cometido el más grave error señalado en todos los manuales electorales: convertir los pactos postelectorales en una razón de voto y no en una consecuencia, que es lo que siempre fueron. De "primero de suicidio", dicen algunos spin doctors. "El miedo a Vox", añaden otros. Entre lo uno y lo otro, hay una estrategia para frenar la caída que Ciudadanos acusa ya en todas en las encuestas y que Rivera pretende corregir a costa de más españolismo, que es en definitiva lo que le situó como primera fuerza política en Cataluña.
Su último movimiento preventivo -"No con Sánchez" y "No con el PSOE"- no está exento de riesgos porque si de la aritmética electoral salieran dos posibles formas de gobierno -PSOE+C's y PSOE+Podemos+independentistas- y rechazara la primera, quedaría descalificado para los restos como bestia negra del independentismo. Esto por no hablar de la presión política, empresarial y mediática que habría para evitar un Gobierno de coalición entre socialistas y Unidos Podemos con apoyo externo del secesionismo.
Sea como fuere, los naranjas arrancan la precampaña ofuscados y asustados por la tendencia que reflejan los últimos sondeos por un PSOE al alza que puede llegar al 28-A con una mayoría holgada aunque insuficiente y un PP que frena la caída de los últimos meses frente a Podemos que se desploma y a Ciudadanos, que perdería apoyos tanto en favor de Casado como de los socialistas.
Todo porque entre hace un año que las encuestas situaban a Rivera en el 30% de los votos y ahora que no le otorgan más del 20%, Ciudadanos no ha sabido digerir la moción de censura que llevó a Sánchez a La Moncloa y tampoco interpretar su triunfo electoral en Cataluña. Hoy levantan la bandera española como si la gente que les votó hace tres años en España sólo hubiera visto en ellos un partido españolista. Así es como han llegado a lo que algunos llaman el "monocultivo", esto es ser españolista, españolista y sólo españolista olvidándose de que su atractivo cuando irrumpieron en la escena nacional era también la apariencia de ser un partido limpio, moderno, central y regenerador.
La inesperada irrupción de la ultraderecha en el panorama que, sin duda les ha restado apoyos, les ha llevado a una estrategia de confrontación permanente en el que sólo hablan de la política en el peor sentido del término y del diálogo de Sánchez con los independentistas, como uno de los hechos más graves de la historia de España. Su estrategia de confrontar al máximo con el PSOE para disputar a Casado la hegemonía de la derecha les aleja de la transversalidad que decían representar y deja a Sánchez libre el espacio de la centralidad.
En el PSOE, donde consideran un error estratégico la rotundidad de la decisión explicitada por Ciudadanos, en el fondo se congratulan de que Rivera les facilitará el regreso sus siglas de una parte del electorado que hace tres años confío en los naranjas como partido central y hoy recelan de su escoramiento a la derecha.
A diferencia de Rivera, que ha declarado anticipada y torpemente sus preferencias de gobierno, el PSOE prefiere cumplir a rajatabla con el manual de la buena campaña y sortear las preguntas sobre posibles coaliciones con su aspiración de gobernar en solitario y con apoyos externos, al igual que ha sucedido durante el breve mandato tras la moción de censura. Es la forma de escapar de quienes le acusan de haberse echado en brazos del populismo de Podemos y de paso desmarcarse de Pablo Iglesias, que siempre ha defendido que el próximo Ejecutivo tendría que ser de coalición. Veremos...