Mayores LGTB y pandemia: cuando la soledad y el aislamiento caen sobre un colectivo vulnerable
Los ancianos homosexuales tienen el doble de posibilidades de vivir solos, muchos carecen de recursos y familia y sienten el dolor pasado de crisis como la del VIH.
El año y medio de pandemia de coronavirus que arrastra el mundo no ha dejado un rincón sin golpear. No ha habido fronteras ni colores ni idiomas que diferenciasen a los enfermos. La protección con la vacuna es otro cantar. La ola ha arrastrado al mundo de una forma desconocida y, obviamente, también ha llegado a la comunidad LGTBI y, sobre todo, a sus mayores. La desprotección, la soledad y el aislamiento de los ancianos han sido aterradores y esas sensaciones se multiplican en un colectivo históricamente olvidado y con menos amarres sociales.
Las personas mayores LGTBI tienen unas características específicas y propias debido a sus experiencias vitales, que empiezan para muchos en España con las leyes represoras del franquismo, como la de Vagos y Maleantes y la Ley de Peligrosidad Social, por las que se persiguió, vejó, detuvo y torturó a miles de personas que, luego, fueron pioneros en la lucha por la democracia.
El momento que les tocó vivir, con la cerrazón social, la persecución política y eclesiástica y hasta el repudio por el VIH los ha convertido en un grupo de mayores que tienen el doble de posibilidades de vivir solos, según varios estudios publicados en EEUU, con las implicaciones en el plano social, sanitario, económico y afectivo que conlleva.
Ya antes de la crisis de la Covid-19 estaban lastrados por la falta de círculo cercano (los amigos o parejas muertos antes de tiempo, la ausencia de hijos, el alejamiento de las familias) y la discriminación, porque no, no todo el país es ni ha sido gay friendly.
Federico Armenteros, el fundador y presidente de la Fundación 26 de Diciembre, que atiende al colectivo de mayores LGTB, reconoce que está siendo muy complicado recuperar los cuidados, actividades e iniciativas previos a la aparición del coronavirus. “Quedan muchas secuelas psicológicas, de miedo, de tristeza, de desamparo, de compañeros que no encuentran salida”, se lamenta. En la Fundación impulsa la primera residencia de ancianos para el colectivo, en la Comunidad de Madrid, y ofrecían hasta la primavera de 2020 servicios de ayuda a domicilio, alojamiento en viviendas compartidas, tutelas para los más vulnerables e iniciativas de socialización, de charlas a cursos, pasando por un huerto. Todo eso está congelado.
“Ha sido un año y medio de parálisis, por pura seguridad y miedo. Vemos que las personas, por ejemplo, que atendemos en residencias ordinarias han envejecido como diez años de golpe. La que caminada, ha perdido masa muscular y está en silla de ruedas. El que era ágil ha perdido todas las fuerzas… Esto está pasando una factura muy grande”, explica.
Llovía sobre mojado, sobre una base poco esperanzada. “Creen que no tienen alternativa, que no tiene futuro, porque les sale a flote además la anterior pandemia, en la que éramos exclusivos, la del VIH, y eso se te queda ahí. Se piensa: ‘mira lo que nos hicieron, nos machacaron, nos destrozaron, y ahora van a hacer lo mismo’. En el colectivo hay mucho miedo. Hemos trabajado mucho con las vacunas, para animarles a ponérselas, pero cuesta mucho”, añade.
Su reacción es entendible. La soledad, tanto física como psicológica, puede agravar problemas de salud como la ansiedad, la depresión, la demencia, el alzhéimer, la hipertensión y las cardiopatías. En ausencia de esa socialización, los cerebros empiezan a degradarse, lo que afecta a la salud mental y al comportamiento. Este estrés puede modificar literalmente la estructura del cerebro, dicen los expertos.
Para superar la lejanía, en la Fundación 26 de Diciembre -cuyo nombre proviene del día de 1978 en que el Consejo de Ministros ratificó la modificación de la Ley 16/1970 sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social- han recurrido también a las nuevas tecnologías, pero no es lo mismo introducirlas en un colectivo que, aparte de mayor, no ha tenido quien le haga una puesta al día, quien le explique cómo funciona Zoom o cómo se manda un audio en WhatsApp. “Hemos hecho videoconferencias, atenciones individualizadas, trabajo enfocado a reducir la ansiedad, los enfados y hasta los cabreos, que de todo ha habido en tantos meses”, defiende Armenteros.
A distancia, sin servicios sociales, sin habilidades digitales...
Ellos no han podido llegar, por razones conocidas, pero ¿han llegado los servicios sociales? Al otro lado del teléfono se oye un resoplido. “El colapso de esta crisis ha hecho que vayan aún menos. Estos mayores ya no iban a los ayuntamientos o comunidades porque no confían en ellos ni se creen con ese derecho, siquiera. No son conocedores de los pasos que hay que dar. Nosotros hemos intentado que vayan, pero dicen que no les hacen caso”, ahonda.
Se duele de lo complicado, además, “que se pone todo” con los servicios online. “No todo se puede hacer en la distancia, sin ver a un médico, ni todo se puede resolver con un móvil, como con los bancos. Tenemos un caso reciente de un compañero al que no podemos ayudar con una cuenta corriente porque le mandan un código a su teléfono. ¡Cuando les explicamos que tiene 87 años, responden que se tendrá que comprar un móvil! Es como un maltrato crónico al que le ha sobrevenido esta crisis y ellos lo asumen de una manera terrorífica. Ponen unas caras de ‘¿cuándo se terminará esto?’. No ven otra esperanza y creen que no va a tener solución”, indica.
La desesperación se amortigua un poco si tienes dinero para apagar asistencia o sanidad privada, pero no es el caso de la mayor parte de los mayores LGTB: son “vulnerables, sin recursos, sin familia... están acobardados”, resume.
En las administraciones tampoco encuentran calor. Armenteros afirma que “no hay conciencia de que a ellos todo esto les golpea de forma diferente” que al resto de ancianos. “Recursos quizá hay, pero no se dan cuenta de que no somos aceptados en los centros generalistas, que están pensados para un heteropatriarcado, una heteronormalidad, sin ver la diversidad”, matiza.
Para la Fundación es urgente, por eso, la apertura de la residencia Josete Massa, un proyecto que tienen a medias con la Comunidad de Madrid, la primera residencia especializada, donde se atenderá a más de cien personas en situación de vulnerabilidad. Su “esperanza” es dar atención especializada en un entorno conocedor de los problemas y sensibilidades del colectivo, donde “se paliará un poco esta situación de abandono y podremos trabajar con ellos ese empoderamiento otra vez, esa participación activa en su vida y en la sociedad”, perdida cuando empezaban a ganar algo de ella.