Marta Vieira tiene la mejor historia del Mundial, y también la más trágica
Será recordada como la superestrella más infravalorada en la historia del fútbol.
Los seguidores de la selección brasileña, una tradicional potencia fútbolística que últimamente no está en su mejor momento, llevan más de una década acostumbrándose a esa desilusión normalmente relegada a fans de países menos futboleros.
Pero cuando este domingo Brasil perdió 2-1 contra Francia en el Mundial Femenino de Fútbol, la derrota fue acompañada de una dosis especial de decepción: lejos de Sudamérica, en un campo en Le Havre (Francia), la mejor jugadora que ha tenido nunca Brasil —y probablemente el planeta— vestía quizás por última vez la camiseta amarilla, al menos en un Mundial.
Todas las carreras se terminan, incluso las de estrellas que parecen inmortales en su cumbre. Le ocurrió a Pelé y a Zidane, a Ronaldo y a Cruyff. La mayoría de ellos son venerados por lo que hicieron como lo hicieron.
Marta Vieira da Silva, en cambio, puede que sea recordada como la superestrella más infravalorada en la historia de este deporte.
Y no habrá sido por falta de esfuerzo o de logros. Marta ha sido galardonada seis veces como jugadora del año y como la mayor goleadora de todos los tiempos en Brasil. Llevó a Brasil a la final del Mundial en 2007; este año, con 33 años, ha marcado dos veces, y sus 17 goles en Mundiales son más de lo que cualquier hombre o mujer ha logrado nunca en el torneo.
Más bien, es por el simple hecho de ser mujer, y porque en su país (y en la mayoría), el fútbol femenino sigue sufriendo una importante falta de inversión, de atención y de cuidado.
Se puede trazar la breve historia moderna del fútbol femenino siguiendo la trayectoria de Marta Vieira da Silva. Nació en 1986, pocos meses antes de que el equipo nacional femenino de Brasil jugara su primer partido en una competición. Cinco años antes, Brasil había levantado su veto a la participación de mujeres en fútbol federado; cinco años después, la FIFA organizaría el primer Mundial Femenino de Fútbol.
Marta hizo su debut profesional con 14 años en un equipo que no era bastante profesional; luego se ha pasado los siguientes 20 recorriendo el mundo en busca de una estabilidad que ahora se está haciendo concebible para las mayores estrellas del fútbol femenino. Vieira jugó en dos ligas americanas que ya no existen, y en tres equipos que tampoco. Ahora ha encontrado una casa estable en la National Women’s Soccer League, la primera liga profesional estadounidense que ha cumplido tres años, pero ella sigue ganando una pequeña parte de lo que hombres mucho menos dotados ganan.
Este año ha jugado en un Mundial que atestigua el rápido e inevitable crecimiento del fútbol femenino, pero lo ha hecho por un país que sigue resistiéndose a ese progreso. Vieira ha revolucionado el deporte como ninguna mujer antes y, aun así, ella es la prueba de lo poco que puede influir una jugadora o un equipo en el futuro del fútbol femenino si los poderes de países como Brasil y de un mundo dominado por la FIFA no avanzan.
Marta es la mejor historia del fútbol femenino, y una de las más trágicas, también.
La futbolista brasileña entró en la escena internacional en el Mundial de 2007, como parte de una generación dorada que podría haber convertido a Brasil en superpotencia del fútbol femenino, igual que durante décadas lo ha sido para el masculino. Ganó la Bota de Oro como la mayor goleadora del torneo y el Balón de Oro, por ser su mejor jugadora. Sólo con 21 años, aupó a Brasil a la final del Mundial, llevándose por delante al principal equipo, Estados Unidos.
Fue en ese momento cuando se ganó el apodo de “Pelé con faldas”, un mote frecuentemente atribuido al propio O Rei, aunque la fuente es dudosa. En el campo gustaba, pese a que hace referencia a una prenda que no se utiliza durante los partidos. La historia del Mundial Femenino todavía no ha producido a una jugadora que combine tan bien el atletismo puro y duro con la elegancia técnica. Aunque algunas puedan igualar su velocidad de rayo, Marta añade una perspicacia técnica que nadie más podría, desafiando la imagen que algunos tienen del fútbol femenino.
Marta deslumbraba a sus oponentes con el tipo de giros, trucos, pases y audacia que estereotípicamente vienen a la cabeza cuando alguien piensa en un jugador brasileño, moviendo la pelota de un lado a otro de modo que los defensas no puedan anticiparlo. Y no es sólo el espectáculo. Marta Vieira da Silva ha encajado un par de cientos de goles en toda su carrera, entre ellos 111 para la selección. Y quizás ninguno fue mejor que el último que metió a Estados Unidos en la final de 2007.
La capacidad de Marta para destruir a las defensas dejó una marca indeleble en el fondo y la forma de su deporte. En 2007, su aniquilación de la selección estadounidense alteró el futuro del fútbol. Obligó a la principal potencia del mundo, y así al resto, a revisar su enfoque del juego. No difiere mucho de la forma en que Pelé, Garrincha y otros inmortales de Brasil trajeron al mundo o jogo bonito —el juego bonito— en las décadas de los 50 y lo 60, y cambiaron el fútbol para siempre.
Pero fuera del campo, la comparación entre Marta y Pelé se viene abajo. Pelé debutó con Brasil en 1957, en un momento en el que los clubes más top del país estaban entre los mejores del mundo y la selección estaba a punto de convertirse en la mejor de la historia. Pelé ayudó a Brasil a ganar los Mundiales de 1958, 1962 y 1970. Esa serie de éxitos no fue un accidente: resultó no sólo del talento innato de los jugadores, sino de los esfuerzos activos de Brasil para producir, nutrir y promover ese talento. Brasil ganó porque Brasil —todo el país y, sobre todo, los encargados del fútbol— quiso.
El éxito de Pelé, y el de Brasil, lo convirtieron en una superestrella global, en uno de los atletas mejor pagados del mundo, en un icono, incluso en países a los que el fútbol llegó como una ocurrencia tardía. “Soy Ronald Reagan, presidente de los Estados Unidos de América”, dijo en teoría el presidente americano durante una visita a la Casa Blanca en los 80. “Pero tú no hace falta que te presentes, porque todo el mundo sabe quién es Pelé”.
Marta, en cambio, se ha forjado una carrera relativamente en la sombra; si no eres muy fan del fútbol femenino, probablemente no la conozcas. Los fans casuales puede que conozcan su nombre, pero es difícil imaginar que entiendan su impacto en el deporte o que reconozcan su lugar entre las leyendas del mundo del fútbol, brasileño y en general.
El tipo de éxito definitivo en un Mundial que garantiza la inmortalidad en Brasil ha eludido a Marta y a esta generación de talento brasileño. Pero esta es una forma conveniente de explicar su sombra, porque ese tipo de éxito también tiene un precio y, en lo que respecta a las deportistas, la federación de fútbol brasileño nunca ha estado dispuesto a pagarlo.
La Confederación de Fútbol Brasileño, conocida como la CBF en portugués, respondió a la final de 2007 decidiendo no invertir en su equipo femenino, dejándolo languidecer.
Doce años después, como detalló la historiadora del fútbol latinoamericano Brenda Elsey antes del Mundial, Brasil sigue sin tener una liga de fútbol femenino en la que las jugadoras puedan vivir de ello con su sueldo. Brasil apenas gasta dinero en su selección, apenas reconoce a sus mujeres, excepto para hablar de ellas como objetos sexuales. El modesto éxito de Brasil oscurece el hecho de que, como escribe Elsey, “quizás no hay en América otro lugar que dé un trato tan draconiano al fútbol femenino”.
Como consecuencia, la selección brasileña ha caído posiciones, mientras que otras naciones la han superado. Brasil llegó a cuartos de final en 2011, pero desde entonces no ha pasado de dieciseisavos de final. En parte se debió a la mala suerte y a malas jugadas, pero también cuesta mucho ignorar que Francia y Países Bajos, dos países que no se clasificaron para el Mundial en 2007, son a día de hoy dos contrincantes con los que Brasil podría haberse medido de haber tenido una federación más atenta y con más inversión.
Marta sólo podía cambiar el juego tanto como lo ha hecho. La carga para hacer el resto recae en la CBF y en la FIFA, el cuerpo gobernador que sigue defraudando a las mujeres aunque se venda como un agente del cambio.
El que no lo hayan hecho, especialmente en Brasil, es prueba suficiente de los increíbles niveles de sexismo, incompetencia y corrupción que abundan en la FIFA y en muchas de sus federaciones. Marta y sus compañeras de equipo —desde las veteranas Formiga, Bárbara y Cristiane hasta estrellas emergentes como Debinha y Ludmila, estandarte del Atlético de Madrid, vencedor de la Liga española— son prueba del talento que existe en Brasil, y de que hay un interés obvio y creciente entre los fans brasileños. Aunque los partidos se celebren principalmente durante el día, y aunque Brasil acoja en estos momentos la Copa América (masculina), se han batido récords de espectadores en este Mundial, con casi 20 millones de personas pegadas a los televisores para ver sus partidos.
Como señala Elsey, hay presión para invertir desde más arriba —la federación Sudamericana ha implementado reglas para promover el desarrollo de clubes femeninos— y desde más abajo, por parte de organizaciones enfocadas en el fútbol juvenil. Los ingredientes están ahí. Pero la CBF ha dado los mínimos pasos posibles para mejorar el juego de las mujeres.
Marta Vieira da Silva no ha confirmado si este era o no su último Mundial, aunque sus compañeras han admitido que saben que su final está cerca.
Sea como sea, la futbolista convirtió sus dos semanas en Francia en una cruzada por la igualdad que se les sigue escapando a ella y a las mujeres de todo el mundo. Después de que Brasil ganara a Jamaica, Marta buscó a Cedella Marley, la hija de Bob Marley y la mayor benefactora de las Reggae Girlz (como se conoce comúnmente a la selección femenina de Jamaica), para pedirle que siga luchando por el fútbol femenino en la isla.
Contra Australia, celebró un gol señalándose la bandera por la igualdad que lleva en sus botas, un gesto que la obligó a renunciar a un acuerdo de patrocinio. Se puso pintalabios rojo durante los partidos contra Italia y Francia como símbolo de su compromiso con el juego, y aseguró que ella y sus compañeras estaban luchando “por representar a las mujeres”. Después de la derrota que podría ser la última de su carrera en un Mundial, cuando ya estaba de vuelta a casa, en Brasil, pidió a las chicas que no dejen de luchar por su futuro.
“Esto es lo que pido a las chicas. No va a haber una Formiga para siempre. No va a haber una Marta para siempre. No va a haber una Cristiane”, afirmó la veterana futbolista, en referencia a dos de sus compañeras y leyendas brasileñas. “El fútbol femenino depende de vosotras para sobrevivir. Pensad en esto. Valoradlo más. Hay que llorar al principio para poder sonreír al final”.
En un mundo justo, Marta ocuparía un merecido lugar entre las muchas estrellas monónimas brasileñas, en un panteón junto a Pelé y a Garrincha, a Romário y a Ronaldo, a Ronaldinho. En cambio, la mejor jugadora de la historia del fútbol femenino acabó este Mundial suplicando a las chicas que aseguren la supervivencia del deporte que ella ayudó a construir... todo porque —y sólo porque— las personas que están a cargo siguen negándose a construirlo para ellas.
Este artículo fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ EEUU y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano