Manuel Marín, Europa de luto
Reconozco que la muerte de Manuel Marín no me cogió de sorpresa: me la había anticipado él, con su serenidad habitual, hace escasas semanas. Sufría un cáncer de pulmón en un estado muy avanzado que no ocultaba y me explicó con todo detalle los pormenores de su condición irreversible. Era una personalidad muy reflexiva, de apariencia casi me atrevería a decir que triste, muy inteligente y con una capacidad reflexiva extraordinaria. Las conversaciones con él eran pausadas y siempre interesantes particularmente cuando se trataba de Europa y lo que había sido su vida, la integración europea.
Estoy seguro que en estos días de luto europeo en su memoria se le reconocerán con creces sus méritos políticos y sobre todo su contribución, primero a la democratización de España, segundo a la incorporación de nuestro país a las Comunidades Europeas, más tarde a los avances que experimentó la integración en sus años como comisario, como vicepresidente y como presidente en funciones de la Comisión. En Bruselas era considerado como uno de los activos más importantes con que contaba el Ejecutivo comunitario.
También como presidente del Congreso de los Diputados tuvo una actuación memorable. Era un exégeta de las formas y supo en todo momento hacer honor al cargo, con importantes aportaciones a la estabilidad política, y sin descuidar nunca ejercer las funciones con neutralidad. Aunque su aspecto sobrio y reflexivo le mostraban distante a veces, era una persona cordial y con un buen sentido del humor que hacía que conversar con él resultase además de ilustrativo, ameno. Era poco dado a la chismografía pero si una enciclopedia de anécdotas.
Conocía y había tratado a todos los protagonistas de la actividad internacional, desde los presidentes de los Estados Unidos hasta Rusia. Pocas veces recuerdo haber reído tanto oyéndole relatar detalles del conflicto protocolario que tuvo que enfrentar siendo presidente del Congreso cuando Vladimir Putin visitó España. La redacción de las invitaciones incluían según las exigencias de la Embajada rusa que no entendía de matizaciones verbales a la primera dama de entonces bajo el título de la señora Putina. Lamento no recordar cómo consiguió soslayar tan embarazosa situación.
Hoy la noticia es que ha muerto, que la política y la diplomacia españolas se han empobrecido con una pérdida irrecuperable y de que conservaremos mucho tiempo su recuerdo y el legado que nos dejó en herencia. Manolo Marín era un valor de nuestra democracia, de nuestra libertad y de nuestro europeísmo. Pocos españoles como él, si es que hubo alguno, aportaron tanto al sueño europeo y al proceso, lento pero imparable, de la integración continental que ha proporcionado tantas décadas de paz y progreso a sus pueblos.
Este artículo se publicó originalmente en la web de la Asociación de Periodistas Europeos.
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