'Madrid 2030, Grupo de Homicidios': un thriller inesperado
Desde pequeño me ha gustado leer ciencia ficción, en muchas de sus variantes. Desde la hard de Arthur C. Clarke a Space Opera de Timothy Zahn. En fantasía, sin embargo, solo cositas escogidas. Aunque reconozco que de adolescente devoré la saga Dragonlance, en general me deja bastante frío, salvo verdaderas obras maestras como las de Tolkien o la más reciente de George R.R. Martin. No he tragado nunca el Conan de Howard, por ejemplo. Que no digo que no tenga sus valores, tantos como acérrimos fans tiene, sino que yo no soy uno de ellos.
El terror, por contra, nunca me ha gustado. Aparte de algún ocasional Stephen King, apenas lo he tocado. Luego llegaron las películas de George A. Romero y la reciente —ya hace diez años— eclosión del género zombi. Así que cayó en mis manosGuerra Mundial Z, de Max Brooks y me engachó de principio a fin —Manual de Supervivencia Zombi, en cambio, me resultó mucho más flojito—. Me gustó porque, quizá no era terror, sino otra cosa. Algo con un fondo de optimismo que encajaba mucho más con mi forma de ser y de escribir.
Fue el tiempo deLos Caminantes de Carlos Sisí, Apocalipsis Zombi de Manel Loureiro, Y pese a todo de Juan de Dios Garduño y muchos otros que surgían sin parar. Nunca pensé escribir algo similar, incluso cuando me lo propusieron. ¿Qué podía aportar y que, encima, me resultase agradable de escribir? Así, después de muchos meses una idea vino a mi cabeza. Luego, como casi siempre, evolucionó por su cuenta, dando al final algo bastante diferente de lo que había imaginado. También, creo, más redondo, más completo. Iba a ser una suerte de camino hacia una guerra civil de buenos y malos en el concepto de una transición fallida y se convirtió en una mucho más interesante historia de grises más o menos matizados con un cariño especial por los policías que formaban el grupo de investigadores.
Porque Madrid 2030, Grupo de Homicidios no es una novela de zombis, aunque sean parte necesaria —no son un McGuffin cualquiera—. Cuenta, sobre todo, cómo se intenta resolver el asesinato de tres personas que ha sido camuflado como un ataque zombi. Cuando la situación se descontroló en el año 2010, el general de mayor graduación vivo tomó las riendas de la nación en una dictadura férrea que, sin embargo, contribuyó a la salvación del país a costa de muchas vidas. Una España con un tercio de los habitantes y, con todo, en mejor situación que sus vecinos, intenta volver a la senda de la democracia, intentando superar las fuerzas opuestas que no desean, por unos motivos u otros, ese cambio. En medio, los protagonistas, tratando de decidir si deben hacer su trabajo aunque eso pueda conducir a la involución.
Pese a estar ambientada en un 2030, con un país necesariamente autárquico y encerrado en sí mismo, los ecos de los años setenta son patentes en la tecnología, la moda e incluso la política. El primero de esos aspectos era una estimación optimista de hasta dónde se habría involucionado en una situación tan drástica como en la que se enmarca la novela. El resto no fue premeditado, sino que fue configurándose a medida que preparaba la escritura. Parecía que no podía ser de otra manera. Que entonces acabase de ver la serie de la BBC Life on Marstuvo algo —o bastante— que ver.
He intentado construir una sociedad creíble dada la situación, con atención a los detalles, desde la necesidad de reciclaje a las bandas de salteadores de caminos que dominan el medio rural. La documentación me ha llevado a recuperar los campos petrolíferos de Burgos, los aviones antiguerrilla que operaron sobre Ifni y el Sáhara y de los que se conservan varios ejemplares en la Fundación Infante de Orleans —el único museo de aviones históricos en estado de vuelo de España— y un largo etcétera.
Es una obra escrita con mucho cariño y con voluntad de entretener desde la primera página. Me he encontrado con que le gusta a un rango de personas muy amplio. Para mi sorpresa, entre los más entusiastas personas en las que no pensé al escribirlo: los que vivieron la Transición y que hoy pasan de los sesenta. Otro grupo de entusiastas está en los treintañeros aficionados al género. He encontrado también acogida similar en ambos sexos y, en general, todos menos los más pequeños son candidatos potenciales. Salvo los que no les gusten los thrillers, claro está.