Los verdaderos antisistema son los ricos
Un grupo social que, sin patria ni escrúpulos, parece querer independizarse de la sociedad a toda costa.
Cuando empecé a documentarme para escribir este artículo hubo una cosa que me llamó particularmente la atención: de los pobres se habla mucho, de los ricos, no tanto. Basta con abrir un periódico, encender la televisión, arrimarse a la barra de un bar o entrar en la conversación de un grupo de amigos para darse cuenta de que el imaginario colectivo tiene una cuota reservada para la pobreza: por motivos propios, ajenos o por una sobreexposición mediática. Sin embargo, de la obscena acumulación de la riqueza mundial en manos de unos pocos, las prácticas corporativas al borde de la ley, la vulneración de los derechos humanos y el modus operandi de los ultrarricos, ni mu. ¿Nunca te has preguntado por qué de unos se habla tanto y de otros tan poco?
Una especie de manto los protege. A la mínima interpelación pública se activa el aparato: en las tertulias y los programas televisivos se justificará su posición y la de sus privilegios, bajando así los argumentos en su favor a pie de calle.
Hay un silencio que romper, colectivamente debemos realizar un esfuerzo por ponerlos en el centro de la discusión social y el debate político, exponerlos: sus métodos de acumulación de riqueza, su forma de vida, su cultura, sus actuaciones al borde de la ley; cómo se distancian de la sociedad cuando no les interesa, por ejemplo, para contribuir al estado del bienestar mediante el pago de impuestos (privando a la sociedad de los beneficios producidos) y cómo ponen la mano cuando sí, por ejemplo, para recibir subvenciones o rescates corporativos (socializando así sus pérdidas).
Su manifiesto de independencia
Son una minoría, pero —unilateralmente y sin que nadie se lo niegue— han decidido vivir fuera del control de los estados y de las normas vigentes. El sociólogo alemán Wolfgang Streeck afirma cómo se han liberado “no de los gobiernos, de los que cuáles todavía aún dependen en muchos aspectos, sino de la democracia de masas”. Dicha independencia se basa fundamentalmente en una evasión generalizada de la ley.
En los últimos años, hemos acudido a situaciones que superan cualquier distopía imaginable. Por poner algún ejemplo, Patri Friedman (sobrino del Nobel de Economía Milton Friedman) con el apoyo del anarcocapitalista Peter Thiel (fundador de PayPal) ha creado “The Seasteading Ins-titute”, un proyecto que fomenta la creación de islas artificiales en aguas internacionales con el fin de evadir cualquier código legal e impositivo. Sí, sé que suena un poco loco, pero ya está en los planes de muchos. Serían micronaciones administradas por millonarios sujetas únicamente al libre albedrío de sus propietarios y donde se impondría la ley del más fuerte —que no es otra ley que la del más rico—. Otro caso bastante obsceno es el de la localidad de Nordelta, ubicada en la provincia de Buenos Aires. La localidad se dirige por una asociación privada y está cercada por más de 340 vigilantes, 300 cámaras de seguridad, hospital propio, un hotel de lujo, un campo de golf y cinco colegios de élite. De este modo, cada uno de los barrios pertenece y se gestiona por una sociedad anómica cuyos accionistas son los propietarios de las casas.
En esta misma línea encontré otro dato bastante llamativo: de media, en América Latina —sobre todo los países que han sido un laboratorio de las políticas neoliberales de Estados Unidos y donde la desigualdad es el principal problema—, los guardas de seguridad privada son cuatro veces más que el número de policías y el número de armas supera en más de diez veces las que tenemos en Europa. Además, se da la paradoja de que las personas más adineradas contratan los servicios de estas compañías para su seguridad particular mientras intentan evadir los impuestos que sufraga la seguridad colectiva, provocando así una brecha más en la estabilidad territorial. Este y no otro es el modelo que nos quieren imponer pues, aunque no lo digan directamente, si no se aporta a la hucha común solo unos pocos podrán disponer de sanidad, educación, seguridad, alumbrado, carreteras, limpieza y certidumbre (entre tantos otros bienes y servicios públicos).
Elon Musk, fundador de Tesla y conocido por las supuestas manipulaciones que ejerce sobre los mercados tampoco se ha quedado atrás en la carrera por alejarse de la sociedad. Su fortuna se estima en alrededor de 255.000.000.000 dólares, un patrimonio superior al PIB de Portugal, Grecia, Estonia o Chile. Es evidente que los mecanismos de redistribución de la riqueza han fallado, pero de eso hablaré en otra ocasión. El caso es que, en vez de contribuir con la sociedad que tanto le ha dado, el magnate ha decidido que quiere hacer las maletas e irse a vivir a Marte.
Pero todo esto no son más que ejemplos de un modelo que opera de manera sistémica: el cierre residencial. Los catedráticos Antonio Ariño y Juan Romero lo exponen en su libro La secesión de los ricos. En primer lugar, cuando su residencia habitual se ubica en las grandes urbes, la estrategia para aislarse del resto de los mortales consiste en subir el precio del suelo y la vivienda; de otro modo, cuando deciden vivir a las afueras de las ciudades la estrategia que se contempla es la construcción de áreas residenciales protegidas por múltiples barreras de seguridad; y por último, tal y como se ha explicado anteriormente, la segregación geográfica y política mediante la creación de islas o las huidas al espacio.
Las marcas no valen nada sin sus clientes, las empresas no producen sin trabajadores, los famosos no serían conocidos sin el gran público. Nos lo deben todo y a pesar de ello, los esfuerzos siguen siendo una carretera de un único sentido, el sufrimiento y la carga siempre caen sobre los hombros de los más necesitados.
En definitiva, aunque en lo alto de sus embarcaciones oscile nuestra bandera, por muchos golpes que se den en el pecho gritando el nombre de nuestra nación: no-son-patriotas. No hay mayor acto de amor hacia un país y sus gentes que el pago de impuestos y la contribución al estado del bienestar. Todo lo que se salga de ahí, es humo.