Los últimos sueños que quedan en pie
Nos quieren mordiendo la mordaza. Cuando un individuo da algo por sabido o cuando alguna persona pone una afirmación en boca de todos, generalmente lo suele hacer para justificar un acto que por lo general viene precedido de un perjuicio a alguien o a algo.
Quizás, cuando escucho decir que la corrupción en nuestra sociedad es algo normal, lo que en realidad quieren es hacerse los tontos delante de nuestras narices. En primer lugar, porque saben que creemos en ellos. Que nuestra íntima heredad nos convida a ser honestos con aquellos a los que queremos. Sin embargo, nos mienten. Y en verdad lo que nos están planteando es que nosotros, el ciudadano de a pie, somos corruptos igual que ellos, por naturaleza, y que nuestra cultura nos lleva a delinquir, como algo común, normalizado, igual que lo que todos ellos hacen.
Lo proclaman como algo normal y que debemos dar por hecho que lo habitual es que nos asalten, que nos roben, que nos espoleen, para así poder enriquecerse y aprovecharse de la buena fe de las gentes, de la humildad y la decencia que siempre ha representado al pueblo.
El significado de corrupción es la acción o el efecto de corromper –de depravar, de echar a perder, de sobornar, de pervertir, de dañar-. Y siempre se utiliza en tono despectivo y para nombrar al vicio o al abuso. Mi pregunta, mi querido lector, es si personas como nosotros, mujeres y hombres que se dejan el alma en sus trabajos, damos por válido que nosotros somos así. Nosotros, los mismos que aquí acaecemos bajo la cúpula celeste, indómitos, proclamando el pan y la justicia, proclamando el pan y la espiga.
Pero si le soy sincero, el pueblo que yo veo todos los días, "las gentes" que observo día a día, son las mismas personas que llevan los brazos remangados, el sudor en la frente y la dignidad guardada en los bolsillos, aunque nos hayan asesinados hasta los últimos sueños que aún nos quedaban en pie.
Trabajadores, ellos; proletarios todos nosotros. Gente humilde y honrada que sólo deseamos llegar a casa y abrazar a nuestras parejas y a nuestros hijos. Que solo ansiamos la paz y el martillo. Que no nos engañen y que no nos digan quiénes tenemos que ser.
Sabemos quiénes somos. Procedemos desde el infierno de las fábricas. Venidos desde las fauces de la destrucción. Nosotros somos el ciudadano que sale a la calle humildemente. La casa azul que espera en llamas. La última voluntad del dolor que reclama el pan y su agua, la libertad y los sueños, la humanidad y la justicia. Desde esas mismas raíces nos han amamantado a todos nosotros. Y que no nos engallen y nos digan quiénes somos. Que no nos dicten los sueños a los que podemos aspirar, que no pongan muros a nuestra libertad. Porque el pueblo siempre será quien designe los pasos de su historia.