Los trabajadores y activistas chinos no se van a ir en silencio
HONG KONG - Hace poco tuve como invitado en mi programa de radio de la emisora Radio Free Asia a Yang, un minero de Hunan (la provincia en la que nació el líder chino Mao Tse-Tung). Me contó que en 2013 el Gobierno local cerró la mina de carbón —propiedad del Estado— en la que llevaba trabajando 12 años. Se despidió a un total de 268 trabajadores sin ningún tipo de compensación. Yang, uno de los 10 representantes de los trabajadores a los que eligieron, me contaba que muchos de sus compañeros tenían enfermedades pulmonares y una gran variedad de lesiones incapacitantes (ninguna de ellas relacionada con el trabajo, según su antiguo jefe). Se les negó la compensación por el despido y la asistencia sanitaria.
Además, hace una semanas, en la ciudad de Changchun, miles de trabajadores contratados de Volkswagen abandonaron las líneas de montaje para protestar. Su demanda: el mismo sueldo por el mismo trabajo. Su queja: se les estaba pagando la mitad que a un empleado de Volkswagen.
Cuando el anterior líder chino Deng Xiaoping inició las reformas económicas en China en 1979 —con el eslogan "Dejemos que algunas personas se hagan ricas primero"— estaba implícito que el resto de China seguiría su ejemplo y mejoraría su nivel de vida. Han pasado casi cuatro décadas desde entonces y los beneficiados siguen siendo unos pocos. De hecho, la desigualdad ha aumentado a tales niveles que únicamente un pequeño segmento de la población, en el que están incluidos los miembros del Partido Comunista, está recogiendo los frutos del desarrollo económico.
El partido ha tomado nota. Durante la reunión anual de la Asamblea Nacional Popular de China, que se celebró hace poco, el líder Li Keqiang dio prioridad en su informe al aumento del consumo doméstico debido a los salarios más altos en "circunstancias complejas y difíciles tanto en China como en el extranjero".
¿Cuáles son esas "circunstancias difíciles"? El partido se enfrenta a un grave déficit de lealtad según las encuestas, después de llevar años con la campaña anticorrupción del presidente chino Xi Jinping, que, a pesar de ser popular entre sus simpatizantes, hace que todos los funcionarios del Gobierno se sientan incómodos con respecto a los asuntos relacionados con la contabilidad. Quizá Xi necesite confiar más en el apoyo público, pero esta vez no está de su parte.
El año pasado, el mapa de huelgas del Boletín de Estadísticas del Trabajo de China recogió 2662 acciones colectivas por parte de los trabajadores. Las huelgas de trabajadores llevan aumentando desde 2010, cuando el Gobierno dejó de emitir estadísticas oficiales. El mapa de huelgas recoge información de fuentes públicas y probablemente solo esté dejando ver la punta del iceberg del descontento laboral de China.
A diferencia de los aproximadamente 60 millones de trabajadores de empresas que pertenecen al Estado a los que se despidió durante la década de los noventa y los primeros años del siglo XXI, los trabajadores actuales no van a irse en silencio. Los 268 mineros a los que representa Yang, los miles de trabajadores cedidos de Volkswagen y el resto de millones de trabajadores chinos no van a esperar más y van a tomar medidas colectivas para reclamar lo que les corresponde.
El año pasado 20.000 trabajadores de varios supermercados Walmart de distintas ciudades de China se coordinaron para oponerse a la introducción de un sistema de horas laborales flexibles. Más adelante, los trabajadores de tres plantas de embotellado de Coca-Cola de diferentes partes del país coordinaron sus protestas, a pesar de la distancia. En ambos casos, los trabajadores utilizaron las redes sociales y consiguieron un importante apoyo popular.
En Panyu, una ciudad del sur de China, los trabajadores de la fábrica de zapatos de propiedad taiwanesa Lide hicieron huelga en 2014 durante nueve meses: exigían compensación por despido y que se les pagaran los atrasos en la seguridad social. A principios de 2015, se salieron con la suya: les devolvieron 120 millones de yuanes y se convirtieron en un alentador ejemplo del éxito en una negociación colectiva para beneficio no solo de los trabajadores, sino también del Gobierno, que busca mantener la estabilidad política y social.
Ahora los trabajadores chinos conocen sus derechos. No ganan todas las batallas, pero no piensan rendirse. Ya no temen a las autoridades y saben que no están aislados; gracias a las redes sociales, ven que hay otras personas que se enfrentan a dificultades similares. El genio de la información ha salido de la lámpara y tener información significa jugar con ventaja. Hace una década, los trabajadores podían ir cinco años a la cárcel por organizar una huelga. Hoy en día, las autoridades se lo pensarán dos veces antes de detener a los organizadores de una huelga. La represión ya no funciona de una forma tan eficaz como en aquellos días de reformas económicas sin regular.
En 1976, cuando China estaba saliendo de la Revolución Cultural, la gente estaba agotada tras las décadas de políticas sin sentido de Mao Tse-Tung. Eso fue lo que provocó que Deng Xiaoping llevara a cabo las reformas económicas que nos han llevado a donde estamos hoy. Cuatro décadas después, el pueblo vuelve a estar frustrado, esta vez por la distribución desigual de la riqueza. Xi ya no puede pasarle la patata caliente al próximo líder. Al llevar solo la mitad del mandato, tiene que lidiar con la insatisfacción popular causada por la desigualdad si quiere mantener su poder.
En 1976, la gente estaba dispuesta a esperar a que el partido realizara cambios. Hoy en día, la gente se da cuenta de que es posible que se queden estancados donde están para siempre, viendo cómo unos pocos se hacen más ricos cada día. Yang y sus compañeros de la mina no pueden esperar: para ellos es una cuestión de vida o muerte. Los trabajadores de Volkswagen no quieren esperar a que llegue alguien que les garantice unas condiciones justas: están luchando por sus derechos. Y hay cientos de millones de trabajadores más que están listos para hacer lo mismo.
El partido vuelve a encontrarse en una encrucijada. Volver al camino de la represión militar implicaría un suicidio político. Tanto si a los líderes les gusta como si no, la mejor opción podría ser abrirse más.
Este artículo fue publicado originalmente en 'The World Post' y ha sido traducido del inglés por Lara Eleno Romero.