Los sindicatos, de la Transición a las 'kellys'
El agosto pasado se cumplieron 130 años de la creación de la Unión General de Trabajadores (UGT). Este aniversario nos obliga a reflexionar sobre el papel de los sindicatos en la historia reciente de nuestro país, que no ha sido cosa menor. Especialmente hay que resaltar su ejemplar comportamiento durante la Transición y su firme apoyo a la consolidación de la democracia en un momento tan crucial para nuestro país como aquel en el que se estableció el mito fundador que configura nuestro actual sistema sociopolítico.
A finales de la dictadura, el movimiento obrero disponía de abundante experiencia en la lucha y en la confrontación pero, sin embargo, eran inexpertos en la búsqueda de compromisos por medio de la negociación. En esas fechas los sindicatos tampoco se habían consolidado como organizaciones (provenían de la clandestinidad) y estaban pendientes de la regulación participativa de las relaciones laborales. Las organizaciones sindicales tuvieron que reconstruirse en un momento de crisis económica donde el desempleo alcanzaba a uno de cada ocho trabajadores y el paro juvenil había llegado a cotas difíciles de aceptar. A lo anterior hay que añadir la permanente confrontación con los empresarios -estos eran más proclives a Alianza Popular (AP) que a la Unión de Centro Democrático (UCD)-. El desempleo y las reducciones de plantilla como herramienta eficaz para sanear las empresas -algo que los sindicatos se vieron obligados a aceptar por el peligro que suponía para la estabilidad del país la radicalización y el enfrentamiento- tuvo como resultado la primacía de los intereses individuales sobre los intereses colectivos, lo que dificultó la configuración del movimiento obrero como sujeto político para corregir las desigualdades. Con la utilización del despido como mecanismo de saneamiento económico, los instrumentos de confrontación sindical, a partir de ese momento, fueron más defensivos que reivindicativos (ver La Transición, historia y relatos de Carme Molinero y Pere Ysàs).
Los sindicatos tuvieron que conformarse soportando dos fuerzas centrípetas: la crisis económica y la consolidación de la democracia. Al mismo tiempo que sobrevivían a esta presión, trabajaban arduamente para integrarse en el nuevo sistema social y de relaciones laborales que se estaba conformando. Para avanzar en la mencionada integración pusieron en marcha un proceso de redefinición ideológica que implicaba adquirir una cierta distancia de sus objetivos primigenios de transformación social. Aceptar esta situación condujo a uno de los conflictos internos más traumáticos de entre todos los que tuvieron que superar. En su seno se produjeron no pocas rupturas entre, de una parte los que propugnaban participar en el nuevo marco institucional y de otra, los que preferían un retroceso hacia las esencias del movimiento obrero. La vinculación al nuevo marco de relaciones laborales y el apoyo a la estabilización de la democracia fueron dos de los elementos que añadieron mayor 'desidentificación' de las organizaciones sindicales con el movimiento obrero.
Para evitar los riesgos que corrían y no abandonar sus principios tanto en materia de defensa de la clase trabajadora, como del apoyo a la consolidación de la democracia, desplegaron uno de los instrumentos centrales de la acción sindical, la política de concertación, cuya fruto más relevante es el de los acuerdos marco que, en cierta manera, definen un sistema de relación entre sindicatos, empresarios y Gobierno. Un método que los empresarios aceptaron, si bien que no de buena gana, en aras de la paz social.
Si nos permitiéramos realizar un contráfactico nos surgirían las siguientes cuestiones: ¿A qué otras dificultades nos hubiésemos enfrentado durante la Transición sin el ejercicio de responsabilidad que, en su momento, procuraron las organizaciones sindicales? ¿Habríamos obtenido los resultados que hemos obtenido socialmente sin la aplicación de la política de concertación adoptada por estas?
La política de concertación inauguró una nueva etapa en nuestro país de la que se han obtenido a lo largo del tiempo suculentos beneficios como que entre 1970 y el año 2000 las clases medias pasaron de ser el 15% al 80% de la población. El resultado de la crisis 2008-2014, un periodo en el que la concertación social ha brillado por su ausencia, ha movido estas cifras significativamente. Así, al finalizar el año 2017 y con la crisis económica formalmente superada, más de tres millones de personas han abandonado la parte media de la distribución de la renta.
La lucha contra la dictadura del general Franco así como su relevante papel en el proceso de consolidación de la democracia, ¿son hechos suficientes para que las organizaciones sindicales mantengan, en la actualidad, su prestigio? No lo parece. Los sindicatos tienen que enfrentarse al nuevo modelo de relaciones laborales que se ha impuesto como consecuencia de haberse aplicado un nuevo método para la resolución de la reciente crisis económica. Asimismo, el cambio que aparentemente lleva implícito la introducción de las nuevas tecnologías en los factores de producción (la digitalización) está forzando a la aceptación de que la estabilidad en el empleo sea la excepción y la temporalidad la norma. Igualmente necesitan de un periodo de adaptación al nuevo modelo de relaciones laborales –más allá de los riders- que está imponiendo la gig economy, ahora en sus albores. De igual forma han de ser conscientes de que en la actualidad gracias a la web social resulta muy sencillo poner de manifiesto un conflicto laboral sin necesidad de acudir a las organizaciones sindicales, tal como muestra el caso paradigmático de las kellys (las que limpian).