Los posibles escenarios de la negociación en Ucrania para que todo este horror acabe
Kiev baja los brazos sobre su ingreso en la OTAN y Moscú habla de un posible acuerdo de seguridad. A ver quién da con una 'rampa de salida' que todos puedan vender como una victoria.
Las cosas no cambian: en Ucrania hoy sólo hay muerte y destrucción, bombardeos, cercos y combates, éxodo y dolor. Esos son los hechos. Luego están las palabras, que aún no son más que eso, que no ilusionan -iluso tiene la misma raíz- pero sí esperanzan. Serán las ganas de aferrarse a un clavo ardiendo.
Las declaraciones hechas este jueves por el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, y el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, sobre progresos en las negociaciones para lograr un alto el fuego fueron las primeras en 21 días de invasión que apuntaban a que algo podría moverse en la dirección correcta. Luego, el Financial Times avanzó un documento de 15 puntos que está sirviendo de base a los contactos. Hasta qué punto se está avanzando sobre ellos es lo que no sabemos. Que es lento, “es lo esperado dadas las circunstancias”, que diría el propio Lavrov.
La guerra no va bien para Rusia, no es lo rápida y fructífera que esperaba. Las sanciones internacionales le empiezan a hacer daño y está a un paso del impago de su deuda. La oposición interna contra Vladimir Putin sigue creciendo, pese al oscurantismo sobre la guerra que hay dentro del país. La Inteligencia de Estados Unidos afirma, según medios como The New York Times, que le harían falta al menos dos semanas para cercar Kiev, la capital, y un mes más para controlarla. Un tiempo en el que el desgaste militar y económico será mayúsculo y llevaría al colapso nacional.
Ucrania, por su parte, resiste como no se esperaba, pero la predicción es que se acabe quebrando en semanas. No hay quien aguante el ritmo del segundo Ejército del planeta. La ayuda internacional llega pero no es determinante, la zona de exclusión aérea por la que ruega no se va a aprobar por más vídeos descorazonadores que publique, más de dos millones de personas son ya refugiadas y hay ciudades como Mariupol amenazadas de un asalto aéreo masivo al estilo Grozni o Alepo.
Es una situación de bloqueo total: no hay nadie que vaya ganando la guerra, no hay nadie que la vaya perdiendo -los civiles, siempre, claro-, no hay ninguno que se vea más débil para ceder ni uno que se vea más fuerte para imponerse a las claras. Las previsiones, si se extiende el conflicto en el tiempo, es que se complique con guerrillas desgastantes si el Ejército ucraniano no puede más y se descompone, que se recrudezcan los bombardeos focalizados sobre civiles, que se aumente la dependencia de otros -léase China, en el caso ruso-. Por eso las negociaciones, si quieren progresar, tienen que alcanzar compromisos y cesiones de todos. Y ahí se presenta a gran incógnita: cómo hacer cristalizar lo que los diplomáticos llaman una “rampa de salida”, una opción honrosa para todos, que cada cual pueda vender en su país como una victoria, no una capitulación.
Putin es el hueso más duro de roer. Es complicado que acepte menos de lo que lleva reclamando desde hace meses, cartas mediante: un plan que supone una reorganización de la seguridad en Ucrania y en toda la región; en Europa, por ende. Zelenski tampoco se plegará a todo, sería claudicar ante quien está manteniendo el pulso. Ambos llegan presionados por una suma de guerra abierto, sanciones y días largos de conflicto que, a la postre, puede ser lo que empuje a una salida, aunque sea parcial.
Neutralidad...
Lo más jugoso que el Kremlin puede conseguir en estos momentos es lo avanzado por Lavrov: la neutralidad de Ucrania. “El estatus de neutralidad (de Ucrania) se está discutiendo ahora seriamente en conjunción, por supuesto, con las garantías de seguridad”, precisó ayer el canciller.
Es el compromiso que estaba en sus reclamaciones pre y bélicas. Cuando se celebró la primera ronda de negociaciones entre las partes, Dmitri Peskov, portavoz del Kremlin y hombre de confianza de Putin, dijo que los ataques militares se detendrían “de inmediato” si Ucrania cambiaba su Constitución para aceptar alguna forma de “neutralidad”, en lugar de una aspiración a entrar en la OTAN. El martes, Zelenski asumió más a las claras que nunca que no entrará a formar parte de la Alianza -“las puertas” estaban “supuestamente abiertas” pero “en realidad no lo están”, dijo-, lo que se entendió como un paso en dicha línea.
Se barajan varias opciones. Rusia ha dicho expresamente: “El modelo austríaco o sueco de lo que es un estado desmilitarizado se está discutiendo para Ucrania y puede verse como una opción para un compromiso”. Ambos países carecen de bases extranjeras en su territorio, son dos de los países europeos con ejército propio pero no están adheridos a la OTAN. Rusia lleva años pidiendo una estatus especial para Ucrania con el fin de que no entre en la OTAN ni acoja bases militares extranjeras.
Y está el modelo de Finlandia, que peleó contra Rusia de 1939 a 1940 en la llamada Guerra de Inverno y acabó pactando con Moscú la no-adhesión a la OTAN, pero subiendo su estatus de colaboración con la Alianza. Una relación de preferencia que le lleva, por ejemplo, a participar de manera conjunta en algunas de sus maniobras militares.
Ucrania apuesta por establecer un modelo de neutralidad propio para su país y no uno basado en el de otros países ni “impuesto”. “El modelo de neutralidad de Ucrania solo puede ser ucraniano”, dijo este miércoles de forma tajante Mykhailo Podoliak, al asesor de Zelenski y miembro de la delegación ucraniana en las negociaciones con Moscú, según la agencia Interfax-Ukraine. La seguridad nacional ucraniana se podría reforzar con otros acuerdos de seguridad regionales o bilaterales, con la propia Rusia o Estados Unidos, potencias del continente como Alemania o Francia y vecinos como Turquía.
... y partición
En una entrevista con ABC News, el presidente Zelenski, hablando de las negociaciones, dijo hace días: “Podemos discutir y llegar a concesiones sobre qué pasará con estos territorios”. Se refería a las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk, en el Donbás, que Rusia reclama que sean reconocidas como Estados independientes -lo que él mismo hizo, abriendo la caja de los truenos- y a Crimea, anexionada por Rusia en 2014 sin reconocimiento internacional y que ahora reclama que sea igualmente asumida como suelo legítimo ruso. Se trata de dos cuestiones que han sido rechazadas una y otra vez por el Ejecutivo que encabeza Zelenski pero que, con esa frase, se pusieron de nuevo sobre la mesa.
Es la otra salida hipotética de las negociaciones: que Ucrania se desprenda de estos territorios -habría que ver con qué fronteras, si las de las provincias completas o sólo la zona controlada hasta ahora por los insurrectos- y entonces Rusia se conforma, porque entre la zona que controlaría como propia -Crimea- y la que controlarían los rebeldes prorrusos -las del Donbás- se crearía un corredor entre el sur y el este de país por el que mandaría Moscú, directamente o mediante Gobiernos amigos.
Es, de hecho, el objetivo original de esta guerra: apoderarse de una amplia zona, importante en lo industrial, con recursos naturales y control esencial del Mar Negro. Lo de que Ucrania no entrase en la OTAN, que parecía la bandera principal, queda en un segundo plano respecto a este ansia. Otra vez una partición en el corazón de Europa, que guarda recuerdo reciente de los Balcanes.
Altos funcionarios del Pentágono han asegurado a la prensa de EEUU que la clave ahora es “seguir manteniendo una presión extrema sobre Rusia que provoque múltiples pérdidas en el país y que hagan que Putin acabe conformándose con la toma del sur y el este de habla rusa de Ucrania”. Dan por hecho, parece, que esa cesióm tendrá que llegar desde Kiev. La reintegración de estas regiones en las condiciones defendidas por Rusia permitiría a Putin influir en el curso de la política ucraniana e incluso vetar proyectos de integración futuros, ya no hablamos de la OTAN, sino de la UE, donde Kiev ha pedido formalmente el acceso.
Como precedente a esta vía están los Acuerdos de Minsk, firmados en 2014 y ampliados en 2015, dados por muertos por las dos partes y la comunidad internacional desde que Moscú lanzó su “operación especial” sobre Ucrania. En sus 13 puntos, preveía la desmilitarización y la reanudación por parte de Ucrania del control del este del país, en la frontera con Rusia. Donetsk y Luhansk, ahora bajo el dominio separatista, serían reconocidas como parte del territorio ucraniano, con la condición de que obtendrían además el derecho a celebrar elecciones locales y mucha más independencia del Gobierno central de Kiev. Todo fue nada, Kiev se resistía y Moscú pedía más. Y aquí estamos.
Si esta partición se acaba dando, el resto de Ucrania se mantendría como un país independiente, sin Gobierno títere a lo Bielorrusia, pero limitado por el acuerdo de neutralidad, lo que le situaría al albur de Putin y sus posibles cambios de condiciones, de opinión. La negociación prevé abordar también que se garanticen derechos de protección para la lengua rusa en Ucrania, cuyo uso está muy extendido aunque el ucranio es la única lengua oficial.
Rusia ha llegado a reclamar la “desmilitarización” y la “desnazificación” del país vecino. La primera exigencia es irrealizable si se mantiene como un estado soberano. La segunda, directamente, es propaganda y ni entra en la mesa de diálogo y, sin embargo, ayer de nuevo la puso en su boca Putin al prometer que acabaría con el “régimen pronazi” de Kiev.
La BBC recuerda que en 2019 investigadores de la Rand Corporation, un centro de estudios de política global con sede en EEUU, abogaron por la creación de una zona especial de neutralidad que incluiría a Bielorrusia, Moldavia, Georgia, Armenia y Azerbaiyán, así como a Ucrania y todas las exrepúblicas soviéticas. La idea es establecer “mecanismos con la participación de las principales potencias y organismos multilaterales para definir soluciones de diálogo y reglas de seguridad y comercio que involucren a esta región entre Europa y Rusia” y “crear un ambiente de confianza para lograr una distensión en las relaciones”. Con las tensiones actuales, no parece factible, pero no deja de estar en el debate intelectual del momento.
Neutralidad y escisión, al fin, pueden valer a Putin para declararse vencedor, si lo vende bien quizá parezca que no ha dejado sus objetivos a medias y se salvará de una derrota que, dicen los expertos en Rusia, los ciudadanos de su país nunca perdonarían. Para Ucrania, que arrastra una guerra en Donetsk y Lugansk desde hace casi ocho años, que lleva el mismo tiempo sin controlar Crimea, que no había avanzado más en su pretensión de entrar en la OTAN y que sabe que no puede aguantar mucho más el envite ruso también podría casar.
Otros flecos
Entre los 15 puntos desvelados por el FT que están sobre el tapete también están las sanciones internacionales. Rusia no cede si no se acaba con la “loca situación con las sanciones económicas”, como las llama, más “una guerra económica en toda regla, a gran escala y sin precedentes en la historia contra Rusia”. Es muy peliagudo, quedará por delante un largo debate sobre si hay que levantar el bloqueo, en qué grado y a qué velocidad para que Putin no vuelva por sus fueros.
También existiría la posibilidad de que la ONU mande un enviado especial a la zona, si las partes lo aceptan, que allane el camino a las negociaciones más precisas si se logra un marco, un primer paso, en forma de alto el fuego, aunque sea temporal. Este delegado y su equipo verifica el fin de los ataques y combates y genera un clima mejorado para el diálogo, pero sólo escribir de esta posibilidad, en este instante, suena a irrealizable hasta que no haya gestos, actos, hechos, y no palabras, casi al nivel de las hipotéticas conquistas que puedan lograr las negociaciones informales que no dejan de promover países como Francia, Alemania, Turquía o Israel.
Hay prisa, antes de que se redoblen las apuestas, o sea, los asedios, antes de que surjan tentaciones de usar nuevas armas prohibidas -químicas, biológicas, nucleares. “Las próximas semanas serán feas”, avisa William Burns, el director de la CIA norteamericana. También el ministro de Exteriores español, José Manuel Albares: “No creo en un diálogo bajo las bombas y desgraciadamente no vemos cerca un alto el fuego en Ucrania”. El escenario no ha cambiado, sino empeorado en las últimas horas, con ataques a refugios con niños y colas de la compra, pero el mundo querría quedarse con las palabras de Vladimir Medinsky, asesor presidencial ruso: “Avanzamos lentamente”.
Ahora, aún, todo es oscuro, volátil e incierto en Ucrania.