Los niños de Rusia: la historia olvidada de los españoles exiliados en la Guerra Civil
Celia Santos recupera en 'La niña de Rusia' la memoria de Teresa Alonso, refugiada en la URSS como republicana: "A sus 97 años, a Teresa hoy le da miedo el fascismo".
Mientras Celia Santos revisaba su manuscrito titulado La niña de Rusia, los nombres de Járkov, Odesa o Kiev cobraron de repente un significado distinto. Las ciudades ucranianas que habían acompañado a Santos durante su relato, ambientado en los años 30 y 40 del siglo pasado, aparecían ahora en los telediarios, desde que el 24 de febrero de 2022 la Rusia de Vladimir Putin invadió Ucrania. La palabra ‘guerra’ también se revestía de actualidad. Las dos historias –el libro y la actualidad– no tenían nada que ver y lo tenían que ver todo al mismo tiempo. Porque eran (y son) Rusia, Ucrania, una guerra, el telón de fondo de los nacionalismos y el fascismo, una época convulsa e inestable.
La ‘culpable’ de que Celia Santos estuviera inmersa en aquella historia es en realidad Teresa Alonso (San Sebastián, 1925). Además de vecina de Celia en Barcelona, Teresa Alonso es una de los miles de niños republicanos españoles que durante la Guerra Civil fueron evacuados a la Unión Soviética. Teresa tenía apenas 12 años cuando partió sola desde Santurce a bordo del Habana, convirtiéndose así en una “niña de Rusia” o “niña de la guerra”, como después se les conocería. Fueron casi 3.000 los que, como ella, tuvieron como destino la Unión Soviética por un acuerdo con el Gobierno republicano.
Teresa viajó sin acompañantes y sin contemplaciones, animada por su madre, que temía por la vida de la niña después de sobrevivir de milagro al bombardeo de Guernica, y separada también de su hermana, que ya superaba el límite de edad de los 15 años para la acogida en la URSS. Lo que las familias pensaban que sería unos meses finalmente se convirtió en 20 años.
Teresa estuvo hasta los 32 años en la Unión Soviética, donde estudió, se enamoró, trabajó, combatió, se vio golpeada por la Segunda Guerra Mundial, sobrevivió al cerco de Leningrado, quedó herida por un mil, cruzó el Cáucaso a pie, se casó, tuvo una hija, se divorció… Cuando regresó a España a finales de 1956, ni Teresa era ya una niña ni España era el país que ella recordaba, en ese entonces bajo el régimen de Franco.
“Un episodio que la gente conoce muy poco”
Celia Santos cuenta su historia en La niña de Rusia (Ediciones B), después de que la propia Teresa Alonso, ahora de 97 años, se lo pidiera. “Teresa es una mujer con una memoria prodigiosa”, explica Santos a El HuffPost por teléfono. “Con tantas vivencias, tanto sufrimiento, y algunas alegrías también, ella tenía ilusión de que alguien contara su historia”, dice la escritora.
A Santos le pareció un regalo irresistible la oferta de su vecina Teresa. El exilio de los 3.000 niños republicanos a la Unión Soviética es “un episodio que la gente conoce muy poco o sólo de oídas”, sostiene la autora. “A nivel generalista, nadie se ha interesado, a nadie le ha preocupado todo lo que estos niños sufrieron, a casi nadie le ha interesado saber qué pasó con ellos, dónde están, dónde estuvieron, cuántos se perdieron”, lamenta Santos. “Es una pena”.
El silencio español sobre este tema –“no aparecen en los libros de texto”, “si se les ha hecho algún homenaje ha sido a título particular”– contrasta con lo presente que lo tienen aún los supervivientes, e incluso con los homenajes que sí les han dedicado en Rusia y en Ucrania en años anteriores.
Kiev fue, curiosamente, el primer destino de Teresa Alonso como refugiada. Allí convivió durante tres años con un centenar de niños españoles, y recibió una “exquisita” educación laica que no distinguía entre chicos y chicas. Estos niños eran “la joya de la corona” para el Gobierno soviético, dice Celia Santos. Allí “recibieron una formación que un español no hubiera tenido en mil vidas” –sostiene la escritora–, lo cual se haría evidente décadas después, de vuelta a la España de Franco. “Las mujeres [españolas exiliadas] venían de la Unión Soviética con una formación exquisita: la que no era médico era lingüista, el que no era ingeniero era químico o virtuoso de la música”, explica la autora.
La acogida de regreso a España, fría y difícil en plena dictadura
El regreso de estos ‘niños’ (ya adultos) a España, incluido el de la propia Teresa, no fue nada fácil. La mayoría desembarcaron en puertos españoles entre los años 1956 y 1958, y se toparon con una “vida imposible” bajo la dictadura. “Venían de un país comunista, eran hijos de republicanos, no tenían ninguna formación religiosa, y se encontraban un país, España, en plena dictadura franquista, con la Iglesia católica campando a sus anchas y dirigiendo el destino y la moral de la población”, apunta Celia Santos. “Les costaba asimilarlo, no lo entendían. No entendían por qué una mujer cobraba más que un hombre, por qué cuando se casaba no podía trabajar”, dice la escritora. “El choque fue importante”.
A esto se sumaba el paso en sí de los años. Teresa, como el resto, había estado 20 años –más de media vida– sin saber nada de su familia, que a su vez se encontraba alienada por la crudeza de la guerra y la represión. “Las familias se mostraron ásperas y reacias a la llegada de los hijos. Estaban amenazadas, muchas habían sido desterradas, como en el caso de la familia de Teresa, y tenían muchísimo miedo”, relata Santos.
Teresa no pudo volver a vivir con sus padres porque “la policía la tenía vigiladísima”. “Había frialdad, le decían ‘no queremos que vengas, que viene la policía’”, cuenta la autora. En Barcelona, donde fue ‘destinada’ Teresa y donde reside ahora, la mujer “lo pasó muy mal”. “Encontró trabajo pero no encontraba casa para vivir, con una hija de 6 años. Estuvo viviendo en un cuarto que le dejó una comunidad de vecinos debajo de una escalera. Fue muy duro, por su pasado y por estar divorciada. No lo tuvo fácil”, asegura Santos.
Como tantos otros ‘niños de la guerra’, Teresa se planteó en varias ocasiones marchar de nuevo a Rusia, pero tenía que hacerlo de forma clandestina, y con una hija pequeña el plan se complicaba. “Teresa no podía salir, al llegar a España les quitaron toda la documentación, sólo les dieron un salvoconducto para moverse por la ciudad de Barcelona”, explica Celia Santos.
A día de hoy, Teresa Alonso sigue “amando al pueblo ruso”, aunque no a su actual presidente. Al estallar la guerra en Ucrania, Celia Santos estuvo unos días sin atreverse a llamar a su vecina y, cuando por fin consiguieron hablar, se encontró a una Teresa completamente desconcertada. “¿Pero cómo puede ser?”, acertaba a decir, según relata Santos. “Me decía: ‘Pero este hombre, este Putin, ¿cómo puede hacer eso? Si Ucrania y Rusia siempre han sido hermanos’. Me decía: ‘Yo quiero mucho al pueblo ruso, pero con Putin no estoy de acuerdo’”, explica la escritora.
“Teresa no tiene miedo a guerras o pandemias, sino al fascismo”
Teresa tiene ahora mismo 97 años, vive sola y casi todas las mañanas va a la piscina a nadar. Hay días en que no se sumerge en el agua por el dolor de espalda, secuela de una herida causada por la onda expansiva de un misil que cayó cerca de la fábrica donde trabajaba en 1943, durante el sitio de Leningrado que perpetraron los nazis.
El fascismo de aquella época persigue todavía hoy a Teresa. “Su pasado lo tiene presente a todas horas”, asegura Santos. “Con la pandemia tuvimos que dejar las entrevistas [para el libro] y cuando la llamaba por teléfono, Teresa me decía: ‘Celia, cuando veo los muertos del coronavirus sueño con Leningrado’”, recuerda la escritora. En Leningrado Teresa soportó el hambre, el frío y la soledad, enterró muertos, y vio cómo otras personas se los comían ante la desesperación y la ausencia absoluta de alimento.
“Hitler quería Leningrado, pero no quería a su gente”, rememora Teresa Alonso en un vídeo reciente. “Las primeras bombas cayeron en los almacenes de alimentos. Nos dejaron sin pan, sin comida, sin nada. Te tenías que quitar el cinturón, cortarlo a trocitos y ponerlo a hervir. Y aquel caldo te lo tomabas”, dice la mujer.
Ahora, lo que más le inquieta a Teresa Alonso es el auge del fascismo. “Está muy preocupada”, señala Celia Santos. “Dice: ‘Es que ellos no lo han vivido, pero yo he tenido que huir de los soldados nazis en mitad del Cáucaso, a mí me han bombardeado en Bilbao y en Leningrado’. Y no lo entiende”. “Ella ha vivido lo que es estar en un país en el que las mujeres podían votar, podían divorciarse, podían trabajar, podían cobrar su salario sin pedir permiso al marido, podían acceder a una educación laica –plantea Santos–, pero todo eso se fue de un plumazo de la noche a la mañana” con el golpe de Estado fascista que acabó con la Segunda República y dio lugar a la guerra civil española.
“Eso le da muchísimo miedo; que la situación pueda cambiar ahora de la noche a la mañana, como entonces, y que nos carguemos todo lo conseguido durante este siglo y toda la gente que ha quedado por el camino para que nosotros tengamos esto hoy”, dice la escritora. “A Teresa le preocupa España y le preocupan los jóvenes: qué España vamos a dejar, qué España nos va a quedar”, insiste Santos. “A ella no le dan miedo las pandemias ni las guerras. Si comía cola de carpintero en Leningrado y sopa hecha con cinturones, eso a ella no le da miedo; lo que le da miedo es el fascismo que está amenazando”.