Los derechos LGTBI son derechos humanos
Los derechos LGTBI son derechos humanos. Y se hace cada vez más necesario repetirlo y explicar bien el fundamento de esta afirmación. Asistimos en España y en la mayoría de países de nuestro entorno a un retroceso en la promoción y defensa de los derechos LGTBI; tenemos que aguantar las afirmaciones de los líderes de la extrema derecha que están en contra de “enviar al colectivo LGTBI a la Casa de Campo en Madrid el Día del Orgullo” y también defienden “limpiar lo ensuciado”. Tenemos que empezar a explicar con desinhibición que detrás de esta afirmación hay una convicción profunda de odio: si pudieran enviarnos a un gulag o a un campo de concentración (otra vez), lo harían sin titubeos. La extrema derecha nos volvería a marcar con el triángulo rosa de nuevo sin pensárselo dos veces.
Y es que el odio llevó a condenar a Oscar Wilde por sodomía en 1895, llevó a los nazis a quemar por completo la biblioteca del Instituto de las Ciencias de la Sexualidad en Berlín o llevó al senador estadounidense McCarthy a realizar una verdadera persecución contra las personas homosexuales en la administración americana en la década de los 50 del pasado siglo XX. Fíjense que las leyes que penalizaban la sodomía en Reino Unido fueron abolidas en 1967, hace poco más de 50 años.
Todos tenemos en mente agresiones físicas y verbales a personas LGTBI, todos recordamos o vivimos episodios violentos por razón de orientación sexual y/o identidad de género. No me cansaré de repetir que los estados, las organizaciones, los tribunales de justicia y los ciudadanos tienen una poderosa herramienta en materia de derechos LGTBI, un marco imprescindible para la erradicación de la discriminación: los Principios de Yogyakarta. Los defensores de los derechos humanos tenemos la obligación de difundir y explicar estos principios, valiosos en tanto y en cuanto son una garantía en la lucha contra la violencia ejercida por orientación sexual o identidad de género.
En el marco de Naciones Unidas, quizá el primer reconocimiento del término legal de orientación sexual e identidad de género se dio en 1994, con la decisión del Comité de Derechos Humanos de la ONU en el caso Toonen vs. Australia, indicando que los estados tienen la obligación de proteger a las personas en contra de la discriminación por motivo de orientación sexual. Pero no fue hasta julio del 2011 cuando el Consejo de Derechos Humanos emitió la primera declaración condenando la violencia y la discriminación por motivo de identidad de género u orientación sexual. Sería ingenuo pensar que en materia de defensa de derechos LGTBI está todo ganado, incluso es ingenuo pensar que las personas LGTBI no son discriminadas en Europa o Norteamérica.
Sin ir más lejos, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos tuvo que condenar a Irlanda del Norte en 1981 (caso Dudgeon) o a Austria en 2003 alegando que la prohibición total o parcial de las relaciones homosexuales atentaba contra los artículos 8 y 14 respectivamente del Convenio Europeo de Derechos Humanos. Parecidas sentencias ha emitido también el mismo tribunal en materia de identidad de género, apoyándose en los mismos artículos del Convenio Europeo.
Hay un discurso de odio latente contra las personas LGTBI también en suelo europeo. Y, por supuesto, hay un odio manifiesto e institucionalizado en buena parte del mundo, con legislaciones que persiguen, condenan o asesinan a personas LGTBI. Es por esto que banalizar esta realidad, querer “enviar” a las afueras de una ciudad a un colectivo, hablar de “ideología LGBTI” o poner en cuestión leyes que amplían derechos, nos debe alertar del peligro, las consecuencias y el sufrimiento que genera en millones de seres humanos esta potencial involución, esta sensación de inminente peligro.
Los derechos LGTBI son derechos humanos. Y son a prueba de torturas, de odio, de violencia, de acoso. Nunca será suficiente la lucha por la dignidad del colectivo LGTBI. Nunca me cansaré de repetir que nos están matando, insultando y discriminando. También a nuestras familias. Por eso tenemos que gritar alto y claro que los derechos LGTBI son derechos humanos, porque sólo así nuestra voz será, una vez más, la tumba del odio.