Lo clásico lo peta (2): 'Lo fingido verdadero', tres tragedias en una
Una barbaridad de obra.
Seguimos con nuestras crónicas de Lo clásico lo peta. Como pusimos en el post anterior, este es un buen momento para el teatro clásico en la cartelera madrileña. Ya le dedicamos atención a la Noche de reyes de Shakespeare de Helena Pimenta. En este caso, nos centraremos en Lo fingido verdadero de Lope de Vega que se puede disfrutar en el Teatro de la Comedia.
Lluís Homar ha demostrado ser muy valiente con las obras de teatro clásico que está poniendo durante su regencia en la compañía nacional. Se ha arriesgado con sus producciones menos marcadas (Ramón de la Cruz, sus diferentes performances, algunas más acertadas que otras) y, sobre todo, con sus producciones estrella: El príncipe constante, de Calderón (clásico entre los clásicos) que (¡increíblemente!) no había sido nunca puesta en escena en la CNTC y, ahora, otro gran clásico difícil, complejo y embriagador: Lo fingido verdadero, de Lope de Vega.
Lo fingido verdadero es una obra muy compleja de representar. Para empezar, es, como bien dice Felipe Pedraza, tres obras en una. Además, su profundo poso religioso podría echar para atrás a un importante número de personas del público.
La primera jornada narra la llegada al poder de Diocleciano emperador. Esta se produce gracias el augurio de una panadera y después de una serie de muertes brutales entre distintos Césares. Parecería, pues, que la obra es una profunda reflexión sobre el poder. No obstante, este primer acto se cierra con una advertencia al emperador de que todo el mundo es teatro. Este motivo servirá para estructurar la segunda jornada. En ella el protagonismo pasa a ser detentado por la compañía de Ginés, futuro San Ginés patrón de actores, quien interpreta ante Diocleciano. El emperador protagonista pasará a ser un mero espectador de la obra. Ginés es está profundamente enamorado de Marcela, quien ama a Octavio. La obra oscila entre el enredo amoroso y la tragedia de celos y Diocleciano llega a involucrarse personalmente, engañado por el fingimiento. En la tercera jornada el emperador Diocleciano le encarga a Ginés la puesta en escena de una obra de martirio. En medio de su actuación, Ginés y el público de la obra (todo el teatro y los actores que hacen de público) ven una imagen divina. Si bien la imagen no causa revuelo entre el público, Ginés se convierte. Es decir, llega por la palabra fingida a la palabra revelada. Acaba siendo crucificado y convertido en patrón de actores.
Amor, poder y verdad en el metaverso barroco
La dramaturgia lo tiene todo: de las descarnadas luchas por el poder político a las que hay por el amor entre actores que se enamoran mientras fingen enamorarse y de este al poder de la palabra revelada que es capaz de trascender la propia obra de teatro del mundo. Como ven, es una barbaridad de obra. Solo la mano maestra de Homar y la interpretación de Israel Elejalde—que logra salvar un personaje que oscila entre lo teatral y lo metatreatral sin caer en manierismos—permiten que la trama se mantenga con uniformidad. La réplica la da Arturo Querejeta, un experto en estas lides. Las actuaciones de las mujeres son estupendas: Aisa Pérez está espléndida como “españolaza”, María Besant le da dulzura a su personaje como siempre y querríamos presencia escénica para la gran Beatriz Argüello, que participa como asistente de dirección.
El escenario se muestra desnudo, lo que permite que el protagonismo se lo lleve los juegos con la iluminación. Las referencias metateatrales son constantes. De hecho, los intérpretes se presentan con su nombre al principio de la obra y Elejalde hace comentarios como “autor” (director) de la obra.
Una tragedia de las de antes, con un elenco espectacular y una dirección que traslada el mensaje con arte y oficio.