Las piruletas y las putas, por un feminismo sin envoltorios
"Mujeres... Lo que cuesta a veces que entendáis algo tan fácil. Mira. Si te dan a elegir entre dos piruletas, una con su envoltorio, tal cual la compras de la tienda, y la otra sin cubrir, abierta, chupada y rodeada de moscas. ¿Con cuál te quedarías?".
El argumento no deja lugar a duda. Tú, yo y cualquiera en su sano juicio apostaría por comerse algo que no le va a envenenar. ¡Qué ser es capaz de elegir una piruleta que ha lamido otra persona y a la que rondan muchas moscas, probando su sabor, volviendo a rondarla, o quizás yéndose para no volver! Hay que estar muy mal para hacer algo así...
En un intento de atacar mi postura hacia el velo islamista, un señor de mediana edad metaforizó con ese argumento el por qué yo tenía la santa obligación de adecentarme cubriéndome la cabeza y no dejando mi pelo a la vista, ni, por supuesto, otras partes de mi cuerpo (no penséis mal, me refiero a rodillas, codos, hombros... poca cosa sexual). "¡Qué hombre te querría, después de que tantas moscas te hayan probado!", precisó, añadiendo en su mente: puta.
Moralejas de su afirmación (alerta: contenido que puede herir sensibilidades): mujer rodeada de moscas (en este caso, hombres de la misma especie que el interlocutor que, en una obvia generalización, considera seres desagradables que rodean a su presa) significa mujer buscona a la que todos miran y tocan. Un hombre de bien –que en su tiempo libre también hace de mosca hacia otras mujeres– no la va a querer porque busca una chica decente, con el envoltorio puesto, que solo él tiene derecho a quitarle.
¿Envoltorio? Claro, ¡el velo! Bueno, en su versión más extrema (¿más extremista aún?), los hombres se refieren también al himen: ese pedazo de piel donde reside la dignidad de cualquier mujer y que, si llega a romperse, con la sangre que derrama, también arrastra cualquier esperanza de contraer matrimonio con un hombre de bien y de formar una familia. Objetivo último de una mujer decente, por mucho que estudie, se esfuerce en hacerse un hueco en el mundo y le salga rentable a la sociedad.
Estimado lector, te preguntarás por qué viene aquí una mora de por ahí lejos a hablarte de velos, islam e historias del más allá, de Oriente Medio y el Norte de África, para ser más precisos. Con lo lejos que te queda a ti eso ¿no? Pues siento decirte que este debate te pilla tan lejos como La Rioja, Barcelona o Almería. Los estereotipos machistas no son cosa de ningún país y este en concreto se relaciona con el islam, que no es una nacionalidad, es una religión presente en todas partes de nuestro mundo globalizado. Este debate te interesa.
Las musulmanas que usan velo están en su mayoría en esos países arabo-musulmanes, tienes razón, pero allí también están las admirables mujeres que lideran la guerra contra la opresión que sufren por su sexo, contra el control sobre sus vidas, sus sueños, su libertad, un control que viene dictado por la ley, los gobiernos, la religión, el patriarcado. Ellas dan su vida cada día por el feminismo, por la igualdad de todas nosotras. Y es una lucha insultada a diario por las autoproclamadas feministas del velo.
Las islamistas que predican el uso del velo como un símbolo de liberación están muy cerca de ti, querido lector. Están en España, Francia, Alemania. Y no, no son "moras" nacidas y criadas en lo que para ti son "países moros". Nacieron en Europa, con la Constitución que reconoce a su especie como merecedora de todos los derechos y libertades reconocidas en la Carta Universal de Derechos Humanos. Y desde la comodidad de su tierra natal, inventaron un término llamado "feminismo islámico", para diferenciarse de las demás mujeres. De nosotras, las busconas que no llevamos envoltorio y que por ende, merecemos menos respeto y dignidad que ellas. Se convirtieron por exotismo, por amor, por interés, o incluso por convicción después de descartar el resto de posibilidades, y se permiten ahora el lujo de hablar sobre la liberación que, según ellas, concede a la mujer ese símbolo machista por excelencia en el islam: el velo. Y luego Nike y Decathlon ven en ello euros con patas.
Para subrayar esa contradicción, lo llamaremos feminismo islamista, corriente de mujeres que profesan el integrismo en el islam. Quiero creer que predican la opresión de la mujer por una cuestión de ignorancia: no han vivido ni saben lo que es vivir en Irán, en Arabia Saudí, en Yemen o en su versión más "light", en Marruecos, Egipto o Jordania. Si lo hacen conscientes de que esa prenda mata a mujeres en algunos países y cuesta la libertad a otras, entonces solo puedo sentir vergüenza ajena como mujer, solo puedo definirlo como un insulto al feminismo, un antídoto a nuestra causa.
Es totalmente compatible ser musulmana y feminista, claro que sí. Rezarle a un Dios u otro no debe suponer renunciar a tus derechos como persona, como mujer. Lo que no tiene cabida, indiscutiblemente, es ser islamista y feminista, es predicar el integrismo del islam obsesionado con la sexualidad femenina, cuya existencia se regula por escrito y en dictámenes religiosos, y al mismo tiempo declararte feminista. No. Esa bandera es para las que defendemos tu derecho como mujer a llevar esa prenda, pero sobre todo a quitártela, sin que nadie te lapide, te insulte, te sentencie a cadena perpetua o te repudie, por decidir salir un día con tu melena al aire.
Recuerdo perfectamente cómo de pequeña, cuando aún vivía en Marruecos, el uso del velo era una cuestión de los poblados más abandonados del país, y de las mujeres más mayores. Ellas se ponían una especie de velo que caía sobre el pelo, exactamente la misma prenda que también se veía en España unas décadas antes. Emigré a Madrid y, años después, cuando volví a Marruecos, lo que veían mis ojos no me era familiar: mujeres cubiertas con niqab (velo integral que solo dejaba ver los ojos), chicas jóvenes con el hiyab, y pudores inventados que marcaban un ritmo hipócrita en la sociedad. Esa NO era mi cultura, eso NO era lo que yo viví cuando era pequeña. ¿Qué ha pasado? Es como si una especie de huracán salafista hubiera arrasado con la sociedad. El islamismo, emigrado desde Europa, se había instalado en Marruecos para quedarse, para convertir a la gente en algo que a mí me era desconocido.
Había visto esa obsesión por el velo, pero no fue en el cole donde estudié de pequeña en Chaouen, en el norte de Marruecos. Lo vi en Madrid, entre las chicas marroquíes con las que compartía instituto. De un día para otro, aparecían con el pelo tapado con un velo, algunas se lo quitaban al llegar a clase y se lo volvían a poner una vez se subían al autobús escolar. Si querían seguir estudiando, esa era la exigencia del padre. Otras se había convencido de que su rol como mujeres decentes y respetables incluía llevar la bandera islamista, el velo.
La pubertad estaba allí, rozaban edad casadera, habían entrado al mercado matrimonial. Eran piruletas hechas y derechas. Aceptaron, con "orgullo", su destino, el fin último que otros decidieron que tenía la vida de una mujer. Al cumplir los 16 años, la edad en la que la educación deja de ser obligatoria y sus padres ya no se arriesgaban a ser multados por el Estado, estas compañeras empezaron a desaparecer del instituto. Algunas mantuvieron el contacto, relatando sus andanzas bajo el yugo de su marido; de otras nunca más se supo. Salvo lo que vi en la calle: mi compañera de pupitre tirando de un carrito con un crío. Teníamos ambas 18 años.
El día que las vi cubrirse, entendí que nuestros destinos se separarían pronto. Hoy, diez años después de aquello, escucho con rabia a conversas al islam y nacidas en Europa defender el velo como "una simple prenda, un símbolo de liberación, religión, identidad". No sé de qué cultura ni qué identidad hablan, desde luego no es la mía. Y esa no es una prenda cualquiera, es un símbolo machista, de opresión de la mujer, porque –para ellos y ellas– en el hiyab está la dignidad de la mujer. Y lo seguirá siendo, mientras se haga política de un lado y otro sobre su uso y prohibición. El día que quitársela deje indiferente a las sociedades y a los gobiernos, entonces dejará de ser un símbolo machista. Hasta entonces, el velo es el envoltorio que nos permite ser piruletas de calidad.
A los machistas les parecerá de guarras, o de feminazis, decir esto. Normal, a nadie le gusta perder poder. Y más si es el que tuvieron sobre las mujeres durante siglos, independientemente de la cultura, la religión, la raza o el país de nacimiento.
Y por esta razón, cada vez que se añade un adjetivo a la palabra feminismo damos un paso atrás. El feminismo es uno, solo uno, sin añadidos ni conservantes. Es la lucha global y única de todas las mujeres, al unísono, por hacer respetar los derechos de todas y por exigir ser tratadas como iguales. Hablar de feminismos, en plural, es considerar que las mujeres merecen diferentes derechos, dependiendo del lugar donde nacen y crecen, porque cada una "tiene su cultura y su religión". Me niego a aceptarlo. La cultura y la religión no están por encima de los derechos humanos, del derecho a ser tratadas como iguales, con respeto, a poder ser libres sin arriesgarnos a acabar en prisión, a ser insultadas por la calle, o consideradas una simple piruleta a la que se quita el envoltorio.