La sopa de plástico del Mediterráneo se controla desde el móvil
La 'app' Marnoba permite que los residuos plásticos marinos queden clasificados y registrados en una base de datos.
Cada segundo 200 kilos de plástico acaban en los océanos. Esto son ocho millones de toneladas al año. Plásticos que perduran hasta que se descomponen o se cruza en el camino de algún cetáceo, tortuga, pez o ave marina, que se los tragan o a los que acaban estrangulando.
Son plásticos que viajan por el globo terráqueo hasta llegar a zonas inhóspitas como el Polo Norte (allí los ha detectado una expedición de la Universidad de Exeter), que causan daños cerebrales en los peces (como demostró una investigación de la Universidad de Lund) y que se cuelan en la sal de la ensalada (según la Universidad de Alicante). Plásticos que hacen daño a la vista si se ven, pero que también envenenan si no se ven. Flotando a medias aguas en alta mar o varados en los fondos.
En la foto que preside este artículo hay un frasco lleno de fragmentos plásticos, casi todos de polietileno. Se recogieron hace unos días en la superficie del Mediterráneo, cerca de Menorca, en un lugar reconocido como reserva de la biosfera hace un cuarto de siglo y también zona ZEPA, de especial protección de aves. Lo hizo el barco Toftevaag, del Centro Alnitak, y tardó menos de media hora. La imagen contrasta con el mar color esmeralda que hay en esa costa. Es el mismo y engañoso agua.
Alnitak, entidad dedicada a la investigación y educación marina, trabaja en la campaña lanzada por SEO/BirdLife, en colaboración con Ecoembes, con dos fines muy claros: concienciar de que 'basta ya' de convertir océanos en vertederos y a la vez hacer 'ciencia ciudadana', que consiste en implicar a la sociedad para recoger residuos de playas y océanos y obtener datos que nos digan qué es lo que hay, en qué cantidad y, gracias a las etiquetas, de donde viene. Se trata de la campaña #Libera1m2 y se desarrolla en al menos 70 puntos costeros. En principio dura una semana, aunque debiera extenderse meses y años, hasta que ese 'consomé' fruto del petróleo desaparezca.
Antes de partir del puerto de Mahón a bordo del velero, Pilar Corzo explica en qué consiste la app Marnoba para móviles y tabletas que se ha desarrollado desde la plataforma del mismo nombre y que tiene como fin extender esa ciencia ciudadana. La aplicación permite que los residuos plásticos marinos queden clasificados y registrados en una base de datos del Ministerio de Medio Ambiente. "Es importante saber qué hay para que se tomen las medidas adecuadas, un estudio que es novedoso y se realiza a nivel europeo", señala Corzo, mientras el capitán preparaba el barco para la salida.
Para que los datos recopilados sean útiles se dividen en cuatro módulos dentro de la app: playas, fondos para buceadores, barcos arrastreros y basuras flotantes, según donde se recoja la basura, cuya localización queda totalmente fichada. "El impacto de esta basura es tremendo y no sólo dentro del agua, también en aves marinas, aunque es más difícil de determinar; las aves los confunden con alimento y se los tragan, o se enredan en rafias y redes. En un estudio reciente se detectó que el 90% de las aves tenían microplásticos en el estómago. Ahora, queremos más datos para profundizar en estos impactos", afirma Pep Arcos, el especialista de SEO/BirdLife en aves marinas.
Lo mismo ocurre con las tortugas, que los ingieren pensando que son medusas, un delicatessen para su dieta. Es para pensárselo dos veces: las bolsitas inútiles que nos dan en las farmacias y tantas otras tiendas, el flotador que olvidamos, un globo o el tapón de una botella de agua son responsables de la reducción de población de un buen número de fauna en el vertedero que es el Mediterráneo. Así lo ha comprobado Ricardo Sagarminaga, propietario Toftevaag y fundador de Alnitak, que colabora con instituciones como el NOAA de Estados Unidos y que acaba de terminar una expedición de dos meses para el seguimiento de ballenas, delfines, tortugas, además de los muestreos y filtrados de basuras. "Todo lo que lleva etiqueta lo fotografiamos para saber de dónde viene y qué es, pues es el único modo de poder tomar medidas. Otra cosa es recoger todo este plástico, eso es imposible. Sólo disminuyendo el consumo es posible acabar con esto", reconoce el experimentado navegante.
Ya iniciada la singladura con el velero de Alnitak (nombre de una estrella de la constelación Orión), el paisaje va abriéndose a la mirada: las calas costeras, algunas pardelas en el horizonte, delfines saltando. Un paraíso aparentemente inmaculado. Mientras Pep Arcos otea en busca de aves, Sagarminaga pone en marcha el transepto, un filtro que echa al agua y, como la cola de una cometa, flotando, nos va siguiendo la estela. En media hora, el resultado es sobrecogedor: un frasco en el que flotan infinidad de bolas pelet y otros restos de colores, pequeños fragmentos que no llegan a la categoría de microplásticos, como los que genera la ropa al lavarse, pero que ya están en proceso de descomposición, hasta confundirse con el placton que alimenta los peces que a su vez alimentan a los humanos.
A proa, no lejos de los delfines, de repente aparece un besugo. Azul brillante. Con el ojo muy abierto. "Otro globo. No sabes cómo detesto los globos infantiles", comenta el capitán Juan Manuel Arestre mientras lo ensarta desde la quilla. Son globos de colores, con formas de perros, gatos y soles que salen volando después de los cumpleaños. El besugo pasa a formar parte del montón de bolsas que se acumula en la cubierta. Las han recogido con una zodiac en apenas 10 minutos, restos de paquetería de supermercados, envíos, sacos, algunos con etiquetas casi ilegibles en árabe. A saber de dónde vienen. "Si es que lo de cobrar cinco céntimos por una bolsa no sirve. Mientras no controlemos el consumo, esto no tiene solución. Y reciclar, claro", apuntan los tripulantes.
El Toftevaag, con las velas al viento, se acerca a la Isla del Aire, en realidad un islote rocoso en el que solo hay un faro y donde anidantw aves como la pardela cenicienta o el paíño europeo. Desembarcamos. Allí también vive una lagartija negra (subespecie de Podarcis lilfordi lilfordi) única en el mundo.
Una capa de posidonias secas indica que allí cerca hay grandes praderas de estas algas que son nichos de biodiversidad. Basta fijar la mirada para que la belleza se trunque. El suelo es una alfombra sembrada de miniplásticos y otros no tan mini traídos por las corrientes. Proliferan los tapones de botellas. "Es que se llenan de agua y van al fondo", señala Pilar. En apenas unos minutos, me hago con más de 50 tapones. Otros muchos plásticos son difíciles de identificar. En realidad, la escena no es original: se repite en muchas costas españolas del Levante.
Después de introducir los datos de la recogida en la app Marnoba volvemos a bordo. El azul esmeralda del mar ya nos parece más turbio. Hemos estado cinco horas de travesía. 18.000 segundos. En ese tiempo, 3.800 toneladas de plásticos han llegado a los mares... Campañas como Libera deberían ser obligatorias.