La semana de las pruebas de fuego para el parlamentarismo europeo
La suspensión en el Reino Unido contrasta con el acuerdo con la nariz tapada en Italia. ¿Y en España?
¿Para qué vale un parlamento? Esta semana, Europa ha visto cómo el sistema legislativo, el llamado a elaborar y aprobar las leyes y, también, a evitar los desmanes del poder ejecutivo, iba de la luz a la sombra en apenas unas horas, en distintos puntos del continente. Ha mostrado lo mejor de su esencia (el acuerdo entre distintos por el bien nacional, como en Italia), lo más insólito (que lo dejen suspendido, de lado, para hacer lo que place al Gobierno, como en Reino Unido) y esa estampa, bastante repetida, de instrumento bloqueado y poco cuidado (España como ejemplo, con la guerra de sumas para la investidura, las comparecencias descafeinadas y la guerra sucia dialéctica).
En un momento crítico, en el que ascienden los populismos, los países de siempre de van de la UE y falta estabilidad política, se desdibuja el papel de las cámaras, que debían subordinar al Gobierno, que debían ser la casa donde rendir cuentas. Cuentan poco, salvo en lo esencial: elegir un presidente o retirarle la confianza con una moción de censura. A veces, ni para eso.
Lo hemos visto en la cuna del parlamentarismo, Reino Unido. El miércoles, la reina Isabel II firmaba formalmente la petición del primer ministro británico, Boris Johnson, de suspender el periodo de sesiones del Parlamento a partir de la segunda semana de septiembre. Se tragaba el sapo pero lo hacía legalmente, porque el jefe del Gobierno tiene derecho a plantear la opción y que se apruebe. Lo que busca es limitar así la influencia de los diputados y evitar que se reúna. Así no se pueden plantear iniciativas de ningún tipo, incluyendo una moción de censura que se estaba fraguando entre la oposición laborista y los críticos de Johnson en el seno de su partido, el conservador.
Los opositores -y algunos destacados tories como el presidente de la Cámara de los Comunes, John Bercow- sostienen que se trata de un paso “antidemocrático”, que bloquea cualquier amago por evitar un Brexit sin acuerdo. Puro pataleo, porque Boris podía, quiso y lo hizo. La herramienta legal existía, aunque no se concibiera en sus orígenes para dejar arrinconado al Parlamento. Es la conocida como prórroga parlamentaria que, en contra de lo que parece indicar su nombre, supone el final de un periodo de sesiones.
Pero es que a Johnson no lo para nadie: ningunea a sus diputados, representantes del pueblo, compromete a la monarquía (que debe estar alejada de cuestiones políticas) y, además, cuando ha llegado al poder sin ser refrendado por unas elecciones, sólo por los militantes del Partido Conservador, el 0,1% del electorado. Forzó, junto al núcleo duro de brexiters, la marcha de su antecesora, Theresa May, y su relevo en el partido y en el Ejecutivo se hizo únicamente con 16.000 personas con carnet de la formación.
“Es una calamidad. Existen otros mecanismos políticos para defender una posición propia frente a los adversarios, que no implican este ultraje. Se llama debate, diálogo, exposición de ideas, trabajo por el país. Johnson ha optado por la vía rápida por miedo a la oposición. De un líder sin experiencia, a lo Trump, daría miedo, pero de alguien tan formado y buen conocedor del Estado, da pánico”, ha escrito el diario The Guardian.
La estabilidad parlamentaria del país, con un bipartidismo clásico y fundamentada en la importancia troncal de los Lores y los Comunes en el día a día político, llevaba meses bajo mínimos. No hay más que ver la temporada invierno-primavera, con las votaciones sobre el Brexit y la cuestión de confianza contra May, en las que más parecía un circo que una Cámara. Bercow no gritaba “ordeeeeeer” sólo para salir en la BBC. Si a eso se suma una política érratica desde Tony Blair, con mandatarios como Gordon Brown o David Cameron, más un laborismo hoy desdibujado (ay, Jeremy Corbin, que no acabas de saber lo que quieres...), el caos está servido.
“La centralidad del parlamento”
Un sistema parlamentario tiene que participar directamente en los asuntos del estado, así que el de Londres se ha quedado temporalmente vaciado de sentido. Sin embargo, en Roma, donde a los señores diputados se les ha tomado también por el pito del sereno en las últimas décadas, esta vez la historia se ha dado la vuelta. Si su papel es esencial para dar vía libre a un gabinete y decidir lo que dura, justo eso es lo que han puesto en práctica los italianos, arrojando un poco de esperanza al continente.
El hasta ahora vicepresidente del Consejo de Ministros y titular de Interior, Matteo Salvini, se las prometía felices cuando, el 8 de agosto, dio por rota la alianza de su formación, la Liga Norte, con los populistas del Movimiento 5 Estrellas. Sí, había desavenencias; sí, los 14 meses de Gobierno conjunto no habían sido un camino de rosas, pero sobre todo Salvini rompía la baraja porque se relamía pensando en unas nuevas elecciones, en las que todas las encuestas le daban como claro ganador, apenas necesitado de un socio menor para regir el país.
Se olvidó, claro, de que existe el Parlamento. Sólo lo invocó para pedir que sus señorías anulasen sus vacaciones (¿quién dijo que en agosto no hay noticias?) y votasen la convocatoria de unos nuevos comicios. Con lo que no contó fue con las matemáticas, la responsabilidad de estado y las presiones de Bruselas. Subestimó la capacidad de reacción del sistema italiano, que se puso en marcha para forjar un cordón sanitario que lo dejase fuera del poder, una nueva alianza de gestión entre partidos hasta ahora enemigos, casi contranatural, pero que tenía por meta alejar a este señor tóxico de cualquier sillón.
Presentó una moción de censura contra Giuseppe Conte, el hasta ahora primer ministro, que no se llegó a votar porque él presentó antes su dimisión, fue a ver al presidente, Sergio Mattarella, y le dijo ”¿qué hacemos? O buscas otro acuerdo o a elecciones?”. Así empezó una nueva ronda de contactos que concluyó también el miércoles con un acuerdo entre el M5E y el Partido Demócrata italiano. Todas las alertas habían sonado en Europa ante la posibilidad de otra cita con las urnas, exitosa para la ultraderecha, y tocaron a rebato. Por si a alguien le quedan dudas de la nueva centralidad del parlamento italiano, el pacto incluye “el pleno reconocimiento de la democracia representativa, a partir de la centralidad del Parlamento”.
Es prometedor, pero mejor mirar también atrás: la fragmentación parlamentaria, el transfuguismo, la implosión del viejo sistema de partidos o las leyes que buscan favorecer las alianzas pero alimentan las tensiones entre pares han complicado siempre la vida del país, que cuenta ya con 67 ejecutivos desde la proclamación de la República, en 1946, de los cuales solo seis han superado los dos años de duración. Además, al contrario que en España, el Senado tiene poder de veto efectivo sobre las leyes aprobadas en la Cámara y participa en el proceso de investidura del Gobierno, por lo que los aspirantes al puesto de primer ministro (jefe del Ejecutivo) necesitan la confianza de las dos instituciones.
Un poco de cordura
Los contertulios no hacen más que repetir que deberíamos aprender de este caso en España, a las puertas de unas nuevas elecciones en noviembre, a tres semanas de que se acaben los plazos para la investidura del socialista Pedro Sánchez.
En nuestro país estamos pendientes de la mayoría que no sale. Para una primera vuelta, para ser designado presidente necesitará obtener mayoría absoluta, esto es, 176 votos a favor. En segunda vuelta, sólo necesitaría más votos a favor que en contra (mayoría simple). El PSOE, su partido, sólo tiene 123. Así llevamos desde la noche del 28-A.
No es sólo eso muestra del atranque en la vida parlamentaria, limitado a los números, sino que esta semana, retomadas las sesiones, se ha visto cómo la pelea ganaba sobre el debate: quién comparecía y quién no -Carmen Calvo acabó dando las explicaciones del Open Arms que no dio el presidente-, sobre qué se habla y de qué no -las cumbres europeas, más adelante- y, todo, con el debate de lo por venir de fondo, lo que limitaba la exposición de argumentos y réplicas. Como en el lejano oeste.
¿Servirá nuestro Parlamento para sumar, para desbloquear la situación de debilidad institucional, para sacar adelante (de una maldita vez) leyes como las de la eutanasia o los abusos a menores?
Depende de que nos demos cuenta de las bondades que el sistema nos ha traído hasta ahora... o hagamos un Boris Johnson patrio.